El proyecto plurinacional “se devora a sí mismo”

Lorgio Orellana Aillón

La dialéctica entre renacimiento y muerte, entre reproducción y crisis, del capitalismo permite en buena medida explicar también la actual deriva del Proceso de cambio.

Tanto la mitología griega, como la nórdica y la egipcia representaron el Uroboro o la figura de la serpiente que se devora a sí misma – en el medioevo se representaba más bien un dragón- para simbolizar el inicio y el fin de un ciclo, el renacimiento y el fin de las cosas.

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Una metáfora similar utilizó Carlos Marx para explicar las condiciones de desarrollo y crisis del capitalismo. Al exponer su teoría de la acumulación, sostuvo que el capitalismo reproducía las condiciones de su propia existencia: “La reproducción en escala ampliada, o sea la acumulación, reproduce la relación capitalista en escala ampliada: más capitalistas o capitalistas más grandes en este polo, más asalariados en aquél”.

En esas condiciones, Marx exploró las posibilidades del renacimiento como de la ruina del capitalismo. Si bien en términos absolutos la acumulación aumentaba la cantidad de capitalistas y la masa de trabajadores subordinados por el capital, la concentración y la centralización del capital en pocas manos tendía a disminuir a los integrantes de la clase de los grandes propietarios; simultáneamente, el desarrollo tecnológico volvía a expulsar a los obreros reduciendo la misma fuente de creación del plusvalor, aumentando la desocupación. Dicho efecto, además de producir la caída en las ganancias reducía drásticamente la demanda, provocando crisis de sobreproducción y de sobreacumulación. El capitalismo, como el Uroboro, tendía a devorarse a sí mismo.

Esta dialéctica entre renacimiento y muerte, entre reproducción y crisis del capitalismo permite en buena medida explicar la actual deriva del “Proceso de cambio” y del proyecto plurinacional.

Para explicar este devenir, es necesario comprender que la formación de la sociedad capitalista se caracterizó al menos por dos tendencias históricas, de desarrollo desigual: una de reproducción ampliada – la reproducción de capitalistas, por un lado, y la de obreros por otro- y el “proceso de la civilización” del que habla Norbert Elias, que podría definirse como uno de ciudadanización.

De modo paradigmático, el capitalismo es una sociedad de propietarios privados de mercancías, insertos como ciudadanos de un estado; un estado que puede caracterizarse como burgués en tanto precautela los intereses propietarios y los derechos de los integrantes de una sociedad civil donde impera la burguesía, la principal clase propietaria.

El individuo moderno es un propietario de sí mismo y de sus capacidades (C.B. Macpherson) – propietario de su fuerza de trabajo, de medios de producción, de mercancías – que deviene ciudadano en tanto sus derechos (incluido el de propiedad) son precautelados por un estado. Es en esta dialéctica clasista, la del propietario/ciudadano, donde debemos situar la actual deriva del proceso de cambio y su búsqueda de “justicia social”.

El Proceso de cambio puede, adecuadamente, caracterizarse como un proyecto burgués en tanto buscó ampliar la condición de ciudadanía, el acceso a la propiedad, la educación, es decir, universalizar la condición de ciudadano/propietario. El ex vicepresidente Álvaro García Linera llamó a dicho proyecto “capitalismo andino amazónico”. Desde el primer plan de desarrollo aprobado en 2006, los nuevos gobernantes se propusieron transferir el excedente concentrado en hidrocarburos, hacia las pequeñas unidades familiares, campesinas, comunitarias, artesanales. Descentralizar los beneficios del capital, concentrados en hidrocarburos y la tradicional oligarquía, y abrirlo a pequeños productores y comerciantes de origen indígena históricamente marginados. Se trataba de modificar el capitalismo de enclave por un capitalismo más “popular”.

Según el discurso gubernamental, las políticas de “inclusión social” promovieron el surgimiento de una nueva “clase media”. El surgimiento de una nueva pequeña burguesía, fue ciertamente uno de los efectos de las políticas del régimen del MAS-IPSP.

La redistribución del ingreso constituye un proxi adecuado para describir la redistribución del excedente. Según datos del estudio del PNUD “Movilidad socio-económica y consumo en Bolivia”, utilizados como información oficial en diversos actos gubernamentales, el principal indicador de la inclusión social fue la ampliación del segmento de la “clase media”: si entre los años 2003-2004, la encuesta de hogares mostraba que el 27,4% pertenecía al estrato medio vulnerable y el 15,2% al estrato medio estable; en 2015 el 36,9% correspondía al estrato medio vulnerable y el 25,5% al estrato medio estable. En ese mismo periodo, el estrato bajo se redujo del 49,4% al 30,9%.

El informe, ampliamente citado por fuentes gubernamentales, muestra datos estadísticos sobre la ampliación del consumo, la adquisición de vehículos, casas propias y el gran aumento del acceso a la educación escolar y universitaria. El gobierno presenta esta información como un éxito de sus políticas sociales de inclusión. No pretendemos contradecir dicha aseveración, la asumimos como verdadera. Gran parte de las criticas al gobierno siempre parten de asumir que éste miente por esto o por aquello. Por mi parte, pienso que las críticas más consistentes pueden hacerse asumiendo que todo eso que dice es verdad. El gobierno del MAS promovió el ascenso de nuevas clases de pequeños patrones y pequeños propietarios con derechos, ampliando un proceso de ciudadanización burguesa.

Y es precisamente aquí, en las condiciones de este “capitalismo andino amazónico”, promovidas por el régimen del MAS IPSP, donde encontramos las bases sociales de la ruina del mismo proyecto plurinacional. Como es ampliamente conocido, la Constitución de 2009 reconoció como naciones a los diversos colectivos indígenas. Pero, como veremos a continuación, el mayor acceso a la propiedad, al consumo y a la educación de los subalternos, impulsado por el MAS-IPSP, ampliaron el mestizaje y contrajeron la identidad indígena, debilitando al sujeto que la Constitución de 2009 buscaba promover.

Según una encuesta realizada por el estudio del PNUD aquí citado, el 63% de los encuestados, pertenecientes al “estrato medio emergente” que se definían como de clase media (PNUD 2018: 55), un 26% se identificó como parte de una nación, o pueblo indígena originario y campesino, el 76% restante no lo hizo, “[L]o que podría estar indicando que […] aún quedan huellas del pasado colonial y discriminador que subordinaba o calificaba las raíces indígenas como ‘inferiores’. Este hallazgo apunta hacia la noción occidental del carácter irreconciliable de la cultura y de ciertos valores, actitudes y estilos de vida ‘indígenas’ con aquellos valores y estilos de vida de la clase media” (PNUD 2018: 55-56).

Otras encuestas sobre la identidad social predominante en el seno de la “clase media” confirman esta tendencia. Por ejemplo, en las encuestas levantadas en 2012 y 2014 en Bolivia por el Barómetro de las Américas, el 78,3% de quienes se autodefinían como de “clase media”, a la vez se consideraban mestizos.

¿Por qué? Una buena parte de los valores impartidos por las escuelas, las universidades, los medios privados de comunicación, es decir, donde se genera la ideología dominante en sentido estricto, asocian al mundo indígena con la tradición y el atraso, en tanto el éxito económico y social con el progreso; y, por tanto, con la superación de lo indígena. De ahí que la indianidad siga consistentemente asociada con la condición subalterna. El éxito económico de los pequeños y grandes propietarios se asocia predominantemente con el mestizaje y la blanquitud. La dinámica del capitalismo en Bolivia es una formación de clases-etnias. Los valores civilizatorios vinculados con el paradigma hegemónico de desarrollo capitalista conciben la indigenidad como una rémora del pasado. Entre otras cosas, ascender socialmente involucra dejar de ser campesino, proletario, pequeño comerciante, micrero, pequeño artesano, cholo, indio y así.

Estos procesos se reflejaron en el Censo de 2012, en el que solo un 40,6% sí identificaba con una nación y pueblo indígena originario, mientras que en el Censo de 2001 el porcentaje ascendía a más del 60%. Estos datos ponen en evidencia que los procesos de movilidad social horadaron las propias bases sociales de una “hegemonía campesino-indígena-originaria” y del “Estado plurinacional”, que en el pasado habían sido fundamentalmente subalternas.

Los datos estadísticos muestran que mientras mayor es la educación formal del encuestado más hostil es su actitud frente al paradigma del “Estado plurinacional”. Según una encuesta de Diagnosis Estudios, el 58% de quienes realizaron estudios superiores y postgrado piensan que el “Estado plurinacional” ratificado por la constitución de 2009 no significó cambio estructural alguno y un 23% que sólo supuso cambios menores. Por el contrario, el 57% de quienes apenas cursaron la primaria de la escuela o incluso menos, cree que el “Estado plurinacional” supuso un cambio estructural. Como es ampliamente conocido, el menor acceso a la educación escolar se asocia con la condición subalterna de los campesinos pobres y los trabajadores, sobre quienes pesan principalmente los estigmas sociales de “indios” y “cholos”.

Como sostiene Lenin, los pequeños burgueses son aspirantes a capitalistas. Desde esta perspectiva, las políticas de inclusión y de justicia social promovidas por el “Proceso de cambio” ampliaron las bases sociales del capitalismo, la “desindianización” y el rechazo a la plurinacionalidad.

El análisis precedente es importante, pues muestra que la propia dinámica capitalista de movilidad social, expresado en el surgimiento de nuevas categorías de propietarios privados, promovió la emergencia de nuevos sectores étnica y racialmente jerarquizados. En la medida que el desarrollo del capitalismo y el proceso de la civilización (ciudadanización burguesa), tiene un carácter desigual, establece diferenciaciones y jerarquizaciones, ciudadanías diferenciadas según la etnia y según la clase.

Al no luchar consecuentemente por la abolición del modo capitalista de producción, y contentarse solo con promover la “justicia social”, es decir ampliar las bases del capitalismo en Bolivia, el proyecto reformista del MAS impulsó la emergencia de nuevos agentes de la desigualdad y del capitalismo – “cada pequeño burgués es un agente de los grandes propietarios” (Vladimiro Lenin dixit). Los vimos movilizándose ardientemente en octubre-noviembre de 2019, la “clase media mestiza”, no únicamente contra “el fraude electoral” y “contra el socialismo”, sino también reivindicando “la Republica” frente al “Estado Plurinacional”.

La serpiente se devora a sí misma. Olvidé señalar que, en sus representaciones más actuales, el símbolo del Uroboro también fue utilizado para expresar el esfuerzo inútil. Abundan las experiencias históricas que demuestran que mediante reformas no puede derribarse el capitalismo. Parafraseando a Friedrich Nietzche, lo que no lo mata, lo hace más fuerte.

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