La negación de la fe como dimensión antropológica

Alberto Buela

Así como tenemos la ley de acero de las oligarquías políticas de Robert Michels (1876-1936), de igual manera tenemos esta del título, que corresponde a Dalmacio Negro Pavón (1931- ) para todo el proceso de la modernidad.

Esta etapa de la historia ha sido caracterizada por múltiples rasgos: metafísica de la subjetividad, exaltación de la razón, primado de conciencia, primacía del progreso, surgimiento de las masas y los totalitarismos, igualitarismo y nivelación,  capitalismo liberal-financiero,  y un largo etcétera. Si bien, cada uno de estos puntos tienen en la edad moderna su momento de auge, por ejemplo, el momento del primado de conciencia, que nace con el cogito cartesiano, tiene su acmé con la Reforma protestante de Lutero. Pero como titulamos, de todos estos rasgos, más otros que no mencionamos por economía del discurso, la negación de la fe como dimensión antropológica nos parece el más profundo.

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La dimensión de la fe

Hace varios años viajando por cuestiones de trabajo de un campo a otro por la desolada ruta 40, (la filosofía no da para vivir, salvo a los filósofos de bolsillo o mediáticos) la que corre a lo largo de todo el territorio argentino pegada a la cordillera de los Andes y justo en la parte más solitaria y hostil (el paisaje lo hiere a uno), a la altura de Puelén en el desierto de la Pampa. Allá donde el diablo perdió el poncho, donde la casi nula agua que se encuentra viene con arsénico y donde ni el austero guanaco puede vivir. En una inmensidad cubierta de arena y espinas de alpataco, el único árbol de mundo que crece para abajo. Donde el alambrado no existe pues los campos inmensos siguen abiertos (es que el alambre y los palos valen más que los campos).Allí, atado a una vieja cubierta de automóvil, colgada a su vez a un palo, estaba el cartel: Estancia la poca fe.

Inmediatamente nos vino a la mente el título del libro homónimo del filósofo peruano Wagner de Reyna en donde va a sostener que la fe siempre es poca, es insuficiente pues lo que pone el hombre de su parte resulta diminuto en comparación con la grandeza de la verdad vislumbrada[1].

Es sabido, que la más acabada definición del concepto de fe, desde la época de los Padres de la Iglesia, se halla en la epístola a los hebreos 11, 1 cuando se afirma: la fe es el fundamento de las cosas que se esperan y la prueba de las cosas que no se ven. (Est autem fides sperando rerum substantia, rerum argumentum non apparentium).

Esta definición está compuesta por dos partes una primera que se mueve en el plano ontológico y una segunda en el plano gnoseológico. Así cuando se afirma que la fe es “la sustancia de las cosas que esperamos” se menta al fundamento último de las cosas por venir. Nos movemos aquí en el plano ontológico. La fe en este aspecto nos hace presente las cosas futuras y aquí encuentra su anclaje la esperanza, otra de las virtudes teologales, que entiende el futuro como advenir= adventus y no como simple futurum al modo del hombre precristiano  que veía las cosas futuras como simple espera.[2]

Mientras que cuando se afirma que “es prueba de las realidades que no vemos” nos movemos en el plano del conocimiento que nos aporta la certidumbre sobre aquello que no podemos ver. Así la fe como adhesión a aquello que Dios nos ha revelado nos otorga un conocimiento privilegiado, pues Dios no puede decir sino la verdad y nada más que la verdad.  “Pero el hilo de la fe del cual pende toda la certeza respecto del ser trascendente-divino y su mensaje, es muy delgado, afirma con toda propiedad el filósofo alemán Eric Voegelin [3]. Es que la verdadera fe abre la duda. Es como un faro en la niebla, no pierde su luz pero no llega lejos. La opacidad es la esencia de las circunstancias que rodean al creyente que tiene conciencia de sus limitaciones, de “la poquedad de la fe”.

Ahora bien, de dónde le viene al hombre el fundamento y las pruebas de lo invisible? Algunos como los voluntaristas dicen que de la fortaleza de su voluntad. Así, lo que mueve al creyente creer, es su propio querer creer, su propia voluntad. Pero muy bien observan, tanto el pensador pagano, Alain de Benoist, como el pensador católico Wagner: no se cree porque se dice que se cree ni se tiene fe porque se afirma que se la tiene. Lo que se cree por la fe, no depende del acto de creer sino de aquello que éste muestra. Aquello trascendente al mundo de las cosas que podemos experimentar y mensurar.

En el otro extremo están los fideístas, básicamente el mundo protestante, para quienes la fe es un don sobrenatural que depende exclusivamente de la voluntad de Dios.

Si bien la fe es un don, una gracia de Dios. Y en la fe del creyente Dios es el responsable último, la fe se pide, es poca y flaquea casi siempre. El hombre en un acto libre de su voluntad la tiene que solicitar y puede aceptar o rechazar esta gracia de Dios.

Hay gente que quiere tener fe y no lo logra porque, más allá de acto debido a la bondad de Dios de otorgarla, se necesita la fortaleza del alma para sostenerla y no todos los hombres son capaces de ello. La mayoría necesita ayuda institucional y busca el apoyo de la Iglesia.

A la fortaleza de alma se llega luego de un largo ejercicio en la práctica cotidiana de todo aquello que hace a la integridad intelectual, espiritual y física del hombre. Hay que recordar que la esencia de la fortaleza está más en el saber soportar= sustinere, que en el poder agredir = agredere.

Y si bien la fe es, antes que nada, un don gratuito de Dios, que puede otorgar aún sin que se la pida, el hombre debe preparar el recipiente de la fe, que es él mismo.

Con razón decía Ortega que las ideas se tienen y las creencias nos tienen. Las ideas son ferencias y las creencias preferencias.

Fe se dice en latín fides y en griego pistis, ambas participan de la misma raíz pith del verbo peitho que significa escuchar, enterar, convencer, confiar. Pisteuo de la misma raíz significa creer, dar crédito. Hoy en cualquier calle de Atenas podemos encontrar carteles diciendo: trapeza tes pisteos, que significa Banco de Crédito. Término que proviene del latín credo donde está presente la raíz do (dar), así quien da (acreedor) cree y confía que le será devuelto lo prestado.

En el caso de la fe en Dios se da una doble alimentación la pistis=fe  no es más que el crédito de que gozamos ante Dios y del que la palabra de Dios goza en nosotros desde el momento en que creemos en Él.

Además el adjetivo pistos (digno de fe, confiable) participa de la misma raíz del originario pith. Y el confidente, aquel con quien se comparte la fe es el mismo con quien se comparte el secreto, lo que está encubierto que en griego se dice lethes que es lo contrario de a-lethes, (desoculto o verdadero). Así siguiendo esta secuencia etimológica la fe se relaciona con la verdad.

En tal sentido los viejos teólogos realizaban el siguiente silogismo: como la fe es la adhesión a lo enseñado por Dios a través del dato revelado y Dios no puede decir sino la verdad; esto lo ha dicho Dios, luego es verdadero. O creer o reventar, diría mi abuela

Así pues, aquello que comenzó por un planteo ontológico: el fundamento de las cosas que se esperan, y gnoseológico: la prueba de las cosas que no se ven, pasó por la dialéctica solicitud – disposición- gracia, para terminar en la convergencia de fe y verdad.

De modo tal que la dimensión antropológica de la fe es un rasgo esencial de la esencia del ser humano y si la mutilamos caemos en una interpretación parcial y sesgada de su esencia, cosa que realizó la modernidad.

Proyección de la fe en la vida política y social

En este orden debemos hablar más precisamente de la confianza. Así confianza viene del latín confidere compuesto por la preposición cum=junto a, más el verbo fidere que significa tener fe. También se puede tener confianza en uno mismo, en un desdoblamiento del concepto, Pero

prístinamente el con de la fianza nos indica la idea de otro u otra cosa distinto de uno mismo, en quien sentimos seguridad y esperanza firme que no nos va a defiar o defraudar, esto es, desvanecer la confianza.

De la misma raíz provienen confidencia, confidente, confidencial conceptos vinculados a la idea de guardar un secreto y de secreto proviene secretaria que es la confidente directa de los ejecutivos, quien les guarda los secretos de sus manejos de directivo Vemos como la idea de confianza se encuentra vinculada con las ideas del otro; de fe; de seguridad y de secreto.

El otro, el ser “junto a o cabe de”, acá se encuentra limitado al próximo, pues uno le tiene primeramente confianza a quien conoce más de cerca, más íntimamente. La fe como conocimiento convincente o certeza es anterior a toda experiencia concreta.

La seguridad como una esperanza firme de que en el futuro el otro responderá adecuadamente a lo pactado. El secreto, en este caso, es lo que sé junto al otro y es tenido oculto y reservado con mucho cuidado.

La primera consecuencia de esta elemental descripción de la confianza es que esta noción entra dentro de las categorías de relación, pues implica de suyo la vinculación entre dos o más seres, que a través de una convicción subjetiva se dicen que ante una situación “aún no producida” responderán de acuerdo a un núcleo aglutinado de valores compartidos.

Tipos de confianza

Es sabido que el hecho primario de la existencia del hombre es ser con los entes y ser junto a los otros existentes. El ser con, nos está indicando el primer tipo de confianza que es con los entes denominados útiles. Pues como muy bien afirma Heidegger “ el ser del útil es ser de confianza… El servir para algo del útil es en rigor la consecuencia esencial del ser de confianza”[4]

El segundo tipo de confianza se da en el ser cabe los otros existentes, ellos pueden ser personas, animales o seres ideales. El hombre le tiene así confianza a su perro o su caballo, pues posee la certeza que responderá de la manera adecuada ante la situación “aún no” producida. Esa

convicción subjetiva se funda en la íntima y secreta vinculación existente entre él su animal.

Lo mismo puede decirse respecto seres ideales como, por ejemplo, su santo preferido, pues cuenta con la seguridad profunda que no lo defraudará o mejor aún, que no lo defiará.

Pero en este tercer tipo de confianza, aplicable también a la relación con Dios, ésta se funda no ya en la fe mundana sino en la fe como virtud teologal por la cual el hombre cree y confía en el Dios vivo de la gracia.

La relación de confianza encierra mutua implicación pues es una tensión compartida, dado que para que exista confianza no sólo tengo que tenerla sino que, además, tienen que tenérmela. Es entonces un afecto compartido pues se mide por la subjetividad o íntima convicción de las partes.

La confianza como vivencia afectiva es, para la antropología filosófica, no sólo fuente de conocimiento estimativo o valorativo, sino sobre todo fuente de realizaciones en el dominio de lo concreto dado que la confianza es ciertamente un afecto relacional que reduce la complejidad los actos, con lo cual las acciones apoyadas en ella se tornan mucho más eficaces, puesto

que reduce la necesidad de garantías. Acertadamente se la ha definido desde la sociología diciendo “La confianza reduce la complejidad social, es decir, simplifica la vida por medio de la aceptación del riesgo[5].

Resta una consideración sobre los preconceptos o supuestos filosóficos que nos muestran que el fenómeno de la confianza, por los elementos que implica su índole, no puede ser captado en su totalidad por cabezas modernas porque la confianza fue reemplazada por el contrato.

En este sentido siempre hay que tener presente, y en filosofía sobre todo, el contexto histórico y la tradición cultural a partir de la cual se intenta hacer filosofía. Establecido ello, comprobamos que el concepto de confianza forma parte sustantiva de un contexto y de una tradición filosófica

premoderna y que por ello, lo hace hoy un tema postmoderno.

Los ilustrados de antaño y los de hoy, por el contrario, al formar parte de la tradición moderna, que al mutilar la dimensión antropológica de la fe reemplazaron las ideas de comunidad por la sociedad y la confianza por la de contrato, no pueden caer nunca en la cuenta de lo que sea la confianza en su sentido más profundo. Vale aquí el viejo apotegma, que nadie puede dar lo que no tiene.

NOTAS

[1] Wagner de Reyna, Alberto: La poca fe, Ipec, Lima 1993, pp.168 a 172

[2] Es llamativa la sugerencia que nos hace la etimología. Pues futurum= lo que será, es el participio presente del verbo fuo, que a su vez viene del griego phyoo=generar, cuyo sustantivo es physis=naturaleza. Así, ese futuro del hombre anterior a Cristo se espera que ocurra dentro de un proceso físico regular más vinculado a la esperanza cotidiana y mundana de un acontecer determinado por la naturaleza. Más alejada aun de la visión cristiana está la del filósofo Baruj Spinoza que la define como pasión triste en tanto que él como judío reniega de la providencia del Dios vivo de la gracia, limitándose al dios racional de la modernidad.

[3] Voegelin, Eric: El asesinato de Dios y otros escritos políticos, Ed. Hydra, Buenos Aires, 2009, p. 179

[4] Heidegger, Martín: Arte y Poesía, FCE, México, 1958, 61

[5] Luhmann, Niklas: La Confianza, Santiago de Chile, Univ.Iberoamericana, 1996, p. 123

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