La plataforma jurídico-política del Acuerdo de Paz

Raúl Prada Alcoreza

Un primer tópico en el Acuerdo de Paz, titulado Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, es Hacia un Nuevo Campo Colombiano: Reforma Rural Integral. En esta línea del Acuerdo de Paz, la Reforma Rural Integral aparece como la condición de posibilidad histórico-política-económica, no solamente para la paz duradera sino, sobre todo, para la transformación social; aunque sea visualizada en el alcance de las reformas sociales, políticas y económicas. Estas transformaciones harían como del substrato material, que hace posible la duración de la paz y la paz duradera.

La guerra de guerrillas de las FARC-EP comenzó en el campo, como autodefensas campesinas contra la agresión de los grupos paramilitares, ligados al narcotráfico, y contra la violencia injustificada del ejército, al servicio de una parte de la oligarquía, que solo conoce la forma de la expropiación de tierras campesinas para expandir sus haciendas; apropiándose de las tierras de las formaciones campesinas. Entonces, la guerra de las cinco décadas y más, tiene su procedencia en la cuestión agraria; concretamente en la lucha de clases en el campo, para decirlo de ese modo, usando esta definición marxista, para sintetizar las descripciones. Por lo tanto, la clausura del conflicto armado tiene que partir del acuerdo sobre la cuestión agraria y la reforma agraria, cuya salida es anunciada como reforma rural integral.

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En el documento del Acuerdo de Paz se concibe una reforma agraria, que no solo devuelva la tierra a los poseedores y propietarios legítimos, las familias campesinas; tierra usurpada por la violencia paramilitar, ligada a la violencia del narcotráfico; sino que integre las economías campesinas a las dinámicas económicas y sociales, ya configuradas en su articulación equilibrada, por así decirlo. Lo que implica la promoción y el apoyo, no solo técnico y económico, sino, sobre todo, de las formas de las economías campesinas; que son oikonomías, que se mueven en distintos planos y espesores de intensidad, integrándolos en aras de la reproducción de la comunidad campesina[1].  La búsqueda de complementariedades y solidaridades de zonas y regiones, de ámbitos de producción, articulando los rubros y bienes en espacios de circulación y, si se quiere, de intercambio,  que fortalezcan la cohesión social y menos la competencia, que sostengan estrategias de potenciamiento social; resolviendo los problemas heredados de las sociedades institucionalizadas, basadas en las estructuras de las desigualdades.

El discurso del escrito del Acuerdo de Paz, se desplaza a una percepción abierta y plural, comprendiendo el papel dinámico de las mujeres campesinas. En este sentido, no solo resaltando su valorización, reconocimiento y definiendo derechos singulares y colectivos, además de derechos de género; sino comprendiendo la importancia de las actividades femeninas, en el sentido del contraste de género. No solo en la capacidad producente de las economías campesinas; en todo caso, sobre todo, en la interpretación más aguda de las formaciones sociales campesinas; otorgándole una tonalidad más humanista y más afectiva.

Por otra parte, al hacer hincapié en la importancia crucial de los niños y niñas, de los y las jóvenes, pues corresponden, en el presente, a las posibilidades de porvenir y futuro, se plantea la necesidad de entregarles un mundo sin los problemas álgidos heredados; problemas ocasionados por las anteriores generaciones. Esta connotación en los derechos de los niños y jóvenes de contar con el acceso a oportunidades sólidas y solventadas, lleva a la necesidad de plantearse, contemplando la complejidad de la tarea, la formación y la educación integral, actualizada y pertinente. Esto implica algo que va más allá de la reforma educativa; entonces, mas bien, revoluciones educativas, que puedan incidir en la liberación de la creatividad humana.

Así mismo, el documento menciona a las poblaciones afrocolombianas y los pueblos indígenas, haciendo alusión a lo que podemos llamar la multiculturalidad. Este desplazamiento discursivo modifica el planteamiento de la reforma agraria, considerando la misma, no solo desde la problemática de la tenencia de la tierra, sino desde las composiciones singulares, según la incidencia formativa cultural. Sin embargo, la multiculturalidad, enunciada de esta manera, todavía es una mención sin consecuencias materiales, en la medida que se encuentra detrás de la interculturalidad, que ya comprende la interacción y el entramado social. Imbricaciones que entrelazan las singularidades culturales de las composiciones de las formaciones campesinas. Es más, la multiculturalidad está lejos del alcance del reconocimiento de la condición de la plurinacionalidad, en el sentido de identidades colectivas y proyectos civilizatorios. Esto último es de suma importancia, pues implica la tarea efectiva de la descolonización.

Anotando otros límites del Acuerdo de Paz, que pueden ser considerados como umbrales, que se pueden cruzar, para ir más allá de los límites; ingresando a otros agenciamientos, en los espacio-tiempo-sociales de otros horizontes histórico-políticos-culturales. Otra limitación corresponde a la concepción todavía economicista, a pesar de las incorporaciones sociales, educativas y culturales. Todavía el mercado, como paradigma o referente condicionante, se encuentra gravitando como “realidad” última; la cual debe ser atendida con “objetividad”, incluso pragmatismo. No se ha llevado a cabo la crítica del fetichismo de la mercancía, por lo tanto, del fetichismo del mercado, así como del fetichismo de la valorización monetaria. Aunque se mencione la necesidad imprescindible de la seguridad alimentaria, de la nutrición, de la producción de bienes alimenticios, estos conceptos se relativizan y orbitan alrededor de la teoría del valor.

 

 

Un trastrocamiento profundo de las estructuras agrarias heredadas requiere, no solo del mejoramiento de las condiciones económicas de las formaciones campesinas, incluso del mejoramiento de sus condiciones de vida, sino de salir del paradigma economicista, de las conjeturas del determinismo económico, explicitas  o implícitas. Ingresar a la comprensión de la complejidad dinámica de las formaciones espacio-temporales-territoriales-sociales de las oikonomías campesinas.

Por otra parte, el trastrocamiento, del que hablamos, requiere de otra concepción, no dualista, de la llamada relación rural-urbana, campo-ciudad. El esquematismo dualista de la episteme de la modernidad ha reducido la realidad efectiva a los contrastes o, si se quiere, contradicciones binarias. Solo considerando uno de los fenómenos concretos de esta supuesta relación dualista, el de la migración rural-urbana, vemos que tal dualidad es más aparente que efectivamente real. Más parece que se conforma una articulación paradójica, donde lo rural y lo urbano forman parte, mas bien, de procesos de composición y de combinación, que subsumen lo que supuestamente es rural a lo que supuestamente es urbano. Lo que parece, mas bien, conformarse, son espacios estriados, cartografías políticas, cartografías sociales, si se quiere, geografías humanas, que definen ciclos institucionales, de concentración poblacional y de vaciamiento demográfico. Pues, de lo que parece tratarse es que el espacio vaciado del campo sea llenado por monocultivos extensivos y tecnologías agrarias eficaces y productivas.

En otras palabras, lo que parece adecuado, ante semejantes tareas a las que alude el Acuerdo de Paz, en lo que respecta a la reforma rural integral,  es replantearse otra concepción, diferente al dualismo rural-urbano. Concibiendo las ciudades como convergencias, no solo de poblaciones migrantes, sino como lugares de condensación de procesos de vaciamiento del campo; llenando los lugares de saturación urbana con la convergencia de procesos descomunales anti-ecológicos; por lo tanto, contrarios a la vida.

El trastrocamiento del que hablamos, también involucra la reconsideración regional, continental y mundial; es decir, la ubicación y situación de las formaciones campesinas en la región, en el continente y en el mundo. Esto significa, por lo menos teóricamente, la extensión del alcance de las complementariedades y solidaridades a escala regional, continental y mundial. Las formaciones campesinas, a pesar de sus singularidades, están en el mundo efectivo, forman parte de sus dinámicas y sus devenires. Así como las oikonomías campesinas inciden en el país, en la región y en el mundo; de manera parecida o, más bien, simétrica, el mundo incide en las formaciones campesinas. Al respecto, aunque lo enunciado parezca una utopía, casi inalcanzable, no hay que olvidar que el Acuerdo de Paz, es un acontecimiento ético-político, no solo nacional, sino regional, continental y mundial. En este sentido, el Acuerdo de Paz, como tal, ya incide en el acontecer mundial. Decir que las economías campesinas colombianas tienen, desde ya, evidentemente, como realidad efectiva, sinónimo de complejidad, como horizonte de irradiación a la región, al continente y al mundo, entraña que las transformaciones agrarias rurales integrales, al tener estos alcances de su irradiación, deben concebirse en estos contextos, potenciando las posibilidades inherentes a estas oikonomías campesinas.

Ahora bien, estamos ante la responsabilidad del cumplimiento del Acuerdo de Paz; lo que significa que se trata de un consenso entre partes. Implica el respeto a los acuerdos; en consecuencia, envuelve el reconocimiento fáctico los derechos de los otros; en este caso, de los propietarios de tierras, en su condición agropecuaria, incluso agroindustrial. Lo que no implica el respeto a los grandes latifundios, en gran parte improductivos. Además, dedicando sus tierras al monocultivo devastador, así como al cultivo de excedentes ilícitos, destinados a la producción de mercancías de la ilusión degradante de la civilización moderna, en su etapa decadente. De ninguna manera. Entonces, desde la perspectiva del Acuerdo de Paz, estemos o no de acuerdo, tengamos o no otra concepción de la propiedad, es menester cumplir con la responsabilidad asumida, de respetar la propiedad productiva. La pregunta que emerge es: ¿Es posible la convivencia entre la propiedad privada de la tierra no-campesina con las formas de propiedad y posesión campesinas?

Quizás sea esta problemática, si se quiere de transición, mediana o larga, la de importancia primordial y operativa, en lo que respecta a la realización del Acuerdo de Paz.  El Acuerdo de Paz, como dijimos, es resultado, entre otras circunstancias, de la correlación de fuerzas. Si es esto el Acuerdo de Paz, es decir, lo que se puede hacer, lo que es posible y viable hoy; entonces, ya se parte de este dato, la resultante de la correlación de fuerzas. De lo que se trata entonces, es de intentar llevar a cabo transiciones adecuadas y efectivas; se trata de construir entre las partes involucradas, condiciones de posibilidad económicas de congruencias colaterales y correlativas, que fortalezcan los ámbitos económicos de la diversidad de formaciones sociales singulares, que hacen a la totalidad, por así decirlo, de la formación social nacional. Dicho, de manera sencilla, la pregunta sería: ¿Cómo hacer para crear condiciones de posibilidad y reglas del juego donde las distintas formaciones económicas nacionales, de los ámbitos productivos, puedan engranar, fortalecerse mutuamente; configurando una convivencia plural, en aras de transiciones pacificas?

Tal parece que la construcción colectiva de la paz exige la participación abierta del pueblo y la sociedad colombiana, de todas sus partes componentes; suponiendo el compromiso de lograr consensos operativos, que viabilicen el Acuerdo de Paz. Es responsabilidad de todas las partes, si se quiere, repetir, de alguna manera, obviamente singular, dependiendo de la particularidad en cuestión, lo que las partes inmiscuidas oficialmente en el Acuerdo de Paz hicieron; llegar a un Acuerdo.  En estas cuestiones, lo que importa son los acuerdos singulares, entre partes concretas involucrados, sin definir tiempos perentorios. Todas las partes involucradas, en los distintos problemas específicos y localizados, tienen como punto de partida, la defensa de la vida.

NOTAS

[1] Ver Oikonomías campesinas. https://pradaraul.wordpress.com/2013/12/22/oikonomias-campesinas/.

 

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Raúl Prada Alcoreza

Escritor, artesano de poiesis, crítico y activista ácrata. Entre sus últimos libros de ensayo y análisis crítico se encuentran Anacronismos discursivos y estructuras de poder, Estado policial, El lado oscuro del poder, Devenir fenología y devenir complejidad. Entre sus poemarios – con el seudónimo de Sebastiano Monada - se hallan Alboradas crepusculares, Intuición poética, Eterno nacimiento de la rebelión, Subversión afectiva. Ensayos, análisis críticos y poemarios publicados en Amazon.

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