Sin libertad la democracia es despotismo, sin democracia la libertad es una quimera. O" />

Paradoja antidictatorial: Autoritarismo democrático como encrucijada y deriva nacional

Arturo D. Villanueva Imaña

Sin libertad la democracia es despotismo,
sin democracia la libertad es una quimera.
Octavio Paz, “La tradición liberal” 1/

1. PRESENTACIÓN.-

Muy en contrario de aquellas visiones idealizadas y políticamente motivadas por inducir una figura estática e imaginaria que no corresponde a la realidad concreta; la democracia siempre está en constante cambio, precisamente por la interacción y la dinámica permanentes de las relaciones entre el Estado y la sociedad.

El problema radica cuando aquella democracia ideal soñada con mayores libertades, derechos humanos, respeto a la institucionalidad y el estado de derecho, etc., transmuta en la práctica para dar lugar exactamente a todo lo contrario. Es decir, se produce un vaciamiento de contenidos y principios, para sustituirlos en la práctica por sus contrarios.

Al respecto, si nos detenemos a observar y revisar detenidamente lo que está sucediendo en los últimos años en el contexto nacional y latinoamericano, sucede que la violación y cercenamiento de derechos y libertades; el desacato a la Constitución y las normas; e inclusive los procesos de desinstitucionalización que terminan anulando y pervirtiendo la indispensable separación e independencia de poderes para ponerlos al servicio del poder circunstancial instituido; se han convertido en el modo normalizado del comportamiento de la “democracia”.

Es decir, se ha producido una metamorfosis inducida de prácticas y principios trastocados que se han convertido en el modo recurrente y normalizado de la democracia actual, con el añadido de que no se limita a regímenes claramente antidemocráticos, sino que se extiende inclusive a aquellos considerados ejemplares.

Por ello, no por nada se ha generalizado una sensación de estupor, recelo y descreimiento respecto de la democracia real que vivimos. La democracia ha dejado de ser aquel espacio/motor de progreso y crecimiento individual y colectivo de la sociedad y el Estado, para pasar a convertirse en un instrumento para conseguir o imponer determinados intereses que no hacen al bien común. Parece que queda claro que los procesos que no avanzan, primero se estancan y luego retroceden. En el caso de Bolivia, como veremos más adelante, cuánto ha sido el retroceso y vaciamiento democrático, que éste ha degenerado en autoritarismo.

Tal es la erosión y degeneración democrática, que aquello que antes provocaba al menos escándalo (sino rebelión), pasa a ser una simple anécdota de la cotidianidad normalizada. Basta ver por ejemplo lo que ocurre en países como Estados Unidos, considerado como el ejemplo a seguir, y reputado como el referente mundial de la democracia, las libertades y una institucionalidad impecable; pero donde nada menos que un presidente en ejercicio como D. Trump (que a su turno representa esa corriente republicana, ultra liberal de supuesto respeto incondicional a la institucionalidad y sus valores emblemáticos); haya sido nada menos que el promotor e instigador del ataque violento al Congreso Nacional, que constituye su más grande valor y símbolo del estado de derecho y la democracia. En contrapartida, tampoco es menos inadmisible como indignante, lo que sucede en regímenes como el de Nicaragua, Venezuela o El Salvador (que paradógicamente también se reclaman “democráticos”), donde todos conocemos la sistemática violación de derechos y libertades, el total desprecio por la institucionalidad y el quebrantamiento impune de su propia constitucionalidad.

Frente a semejantes afrentas y más allá de movilizaciones y disturbios de repudio y rechazo que generalmente son reprimidas violentamente, lo peor es que ni la presión interna o internacional, incluidos organismos internacionales específicamente constituidos para evitar (y de ser posible sancionar tales extremos), han servido de nada a la hora de restituir la democracia violada. El abuso y la impunidad se imponen y se reproducen, al punto de quebrantar las Constituciones y el estado de derecho cuantas veces sea necesario, con tal de seguir aferrándose al poder.

Aquí, antes de pasar al abordaje nacional del trabajo y dado que el fenómeno también se expresa en otros contextos del mundo, creo legítimo plantear a modo de hipótesis, si esta grave deformación (que no es posible sostenerla solamente como una anomalía local de la democracia), en realidad si lo que está expresando no es sino otra arista de la propia descomposición y decadencia del sistema imperante. La crisis multidimensional que nos está orillando a un colapso global, no es un hecho circunstancial, ni transitorio; de hecho está poniendo en riesgo de desaparición a toda la estructura global y la propia Vida en su sentido más amplio y abarcativo. Y en esos términos, debe considerarse que la democracia no es un fenómeno independiente o al margen del sistema vigente. Es decir, cabe preguntarse seriamente si la democracia (lo mismo que sucede con el propio sistema decadente), también amerita ser sujeta de la construcción de un nuevo paradigma.

Bajo ese marco referencial, ¿cuáles son los cambios más relevantes en la coyuntura de la última década y media en Bolivia, y qué puede esperarse en el futuro inmediato respecto de la democracia?. Es la pregunta que guiará el presente ensayo 2/.

2. LA DERIVA AUTORITARIA Y DESPÓTICA DE LA DEMOCRACIA.-

Utilizar el oximorón autoritarismo democrático, no es únicamente un ejercicio literario o conceptual para dar un nuevo sentido a esta aparente contradicción. Se trata de subrayar y precisar un fenómeno real que paulatina e inadvertidamente (porque no se percibe que exista conciencia pública sobre sus efectos y consecuencias en la sociedad), se ha venido convirtiendo en la cotidianidad del desempeño político nacional.

Amparada en la democracia representativa liberal y la legitimación electoral por haber obtenido una mayoría de votos, el autoritarismo democrático ha ido carcomiendo los principios democráticos, para sustituirlos e imponer con fuerza un régimen autocrático y despótico, cobijado por sectores sociales afines. Veamos.

Lo hizo primero, desplazando y anulando el mandato y la esperanza nacional que esperaba que la democracia conquistada luego de la expulsión del neoliberalismo a inicios del nuevo siglo 3/, se profundice hacia la interculturalidad con mayores libertades, derechos e igualdad, que quedaron en meras aspiraciones. Después, adoptando una actitud claramente antidemocrática y anticonstitucional que, en el afán de imponer su decisión de prorrogarse indefinidamente en el poder, se negó a acatar disposición expresa de la Constitución, e inclusive se burló descaradamente del mandato soberano que en referéndum nacional de 21F de 2016, votó mayoritariamente negando toda posibilidad de reelección consecutiva. El fraude electoral de 2019 que siguió, no puede ser entendido sino como un espasmo desesperado de la autocracia que (a pesar de todo y “cueste lo que cueste”) quiso aferrarse al poder, muy a pesar de que la mayoría del pueblo y el país ya le había dicho basta. Y finalmente lo hizo, imponiendo un régimen corporativo excluyente y autocrático que, sobre la base de una lógica prebendal, clientelar y patrimonialista, instauró un régimen que si bien en principio estaba rodeado de un conjunto de sectores sociales afines que le garantizaron respaldo, a la postre se convirtieron en instrumentos de presión, cuoteo y exacción de “beneficios” y canonjías que derivaron en el establecimiento de grupos cada vez más violentos e intransigentes que (de acuerdo a su “musculatura” organizativa) imponen sus exigencias, muy al margen de que ellas sean legítimas e inclusive legales.

Este no es un asunto menor para la democracia del país, porque junto a la mutación y establecimiento de un régimen autocrático, también se establece un mecanismo de lo que podría denominarse como recompensas recíprocas basadas en una relación clientelar y prebendal. Es decir, que así como el poder autocrático circunstancial con la ayuda y respaldo de los sectores sociales imponía sus decisiones y caprichos inclusive al margen y burlándose de la Constitución, el estado de derecho y la propia institucionalidad que quedaron al margen (sea por cooptación o sometimiento); también los sectores sociales a su turno, comprendieron que podrían actuar con la misma lógica frente a “su” gobierno para exigir y arrancar (de ser posible por la fuerza y la violencia), cualquier tipo de exigencia muy al margen del bien común, los intereses nacionales, o de un sentido elemental de razonabilidad, justicia o equidad. Lo que en algún momento de la historia nacional se entendía como una especie de alianza virtuosa nacional-popular entre el Estado y la sociedad organizada, transmutó en un contubernio para transar o imponer actos (no precisamente santos) de compensación de favores mutuos.

En otras palabras, al margen de ponerse en práctica una especie de “escuela en ejercicio” donde el aprendizaje se produce replicando en la práctica lo que el gobierno hacía con el Estado; lo más grave es que se estaba produciendo un profundo quiebre de la democracia, el respeto a la institucionalidad, la separación e independencia de poderes tan indispensables para mantener equilibrios y equidad en la administración del Estado; para pasar al establecimiento de la “ley del más fuerte”. La fuerza de la violencia y la presión intransigente se convierten en el arma que, sustituyendo todo procedimiento del orden legal, el estado de derecho, e inclusive a las autoridades e instituciones competentes; terminan imponiendo sus exigencias. La única “autoridad” es la violencia.

Así, aquel histórico legado de conciencia organizativa, sindical e ideológica que estaba representada por sus referentes emblemáticos como la COB, la FSTMB y la CSUTCB, pasa a convertirse en ejemplo e instrumento de chantaje y presión cada vez más violentos e intransigentes (sobre todo cuando con el discurrir del “toma y daca” entre gobierno y sectores sociales, se descubre que la fuerza de movilización aunada al peso electoral, muy bien pueden traducirse como presión decisiva y herramienta de exacción inapelable y obligatoria). El gobierno se convierte en víctima de su propia lógica de acción. La sociedad y la democracia en sus cautivos secuestrados.

Aquí es muy importante destacar otro factor decisivo y fundamental en este proceso de configuración del autoritarismo democrático en el país, y especialmente, de la imposición de la lógica del más fuerte y violento como modo de arrancar demandas. Es el carácter confrontacional que el régimen del MAS, y especialmente Evo Morales (y los cocaleros del Chapare), han ejercido como la expresión más connotada de su accionar político 4/.

Bajo la lógica extrema de que: “si no estás conmigo, estás contra mi” (que -ni qué decir de organizaciones, instituciones, Estados, etc.-, inclusive ha ejercido con sus más directos e íntimos colaboradores), no sólo ha provocado la división y polarización hasta en los ámbitos y actores más insospechados del quehacer nacional con el objeto de inducir su cooptación y sometimiento que garanticen la imposición de sus intereses de poder; sino que tuvo el extraño efecto de arrastrar bajo esa lógica a la generalidad de la oposición partidocrática tradicional y conservadora, que en vez de distanciarse y generar una identidad propia e independiente, quedó atrapada por la provocación interpelativa que acabó envolviendo y desenvolviendo discrecionalmente su accionar.

Es decir, convirtió a esa oposición en un satélite meramente reactivo y también confrontacional, que nunca tuvo la oportunidad, imaginación, ni capacidad para deshacerse de ese círculo vicioso envolvente; mismo que contribuyó a desmantelar la institucionalidad, quebrar y dividir las organizaciones y generar un estado de anomía muy útil para enseñorear la autocracia.

A medida que la conflictividad y confrontación se hacía prácticamente cotidiana y predominante con la ayuda entusiasta de la oposición reactiva y funcional, se fue haciendo cada vez más patente el vaciamiento de la propia democracia. El estado de indefensión ciudadana y el abuso, son ahora la condición natural que prevalece y a la que estamos sometidos.

Además, como resultado de esta perversa dinámica, no solo se devela con claridad la nefasta funcionalidad de esa oposición comiteísta y partidocrática que ayudó a reforzar el carácter autocrático del régimen; sino también a que prevalezca un estado de conflicto y convulsión permanentes, donde lo que se impone es la presión, la violencia y la fuerza como modo de resolución de los conflictos. A no dudar, dicha funcionalidad con el régimen autocrático, es también reflejo de sus propias inclinaciones autoritarias y reaccionarias que se derivan de su propia ideología. Por eso no le resulta ajeno ni extraño actuar como el alter ego de su símil, supuestamente opuesto.

3. OTRAS CONSECUENCIAS Y EFECTOS.-

A medida que el autoritarismo democrático y el estado de violencia confrontacional paulatinamente se imponen sobre la democracia, también el país se va alejando cada vez más de aquella histórica tradición de conciencia política y lucha por la conquista de nuevos y mayores logros que (al margen de haberse constituido en un referente continental) permitían el avance de las libertades, los derechos y la democracia de la sociedad. La única “autoridad” que se erige sobre el Estado, la sociedad y el propio gobierno, es aquel que se impone por la fuerza y la presión violenta. Es decir, que Estado y sociedad quedan secuestrados por la violencia y la presión confrontacional.

Hay incontables ejemplos de este modo desbocado para imponer bravatas o llamar la atención gubernamental y nacional. Es el caso de recurrentes bloqueos de carreteras que paralizan intempestivamente el tránsito y la movilidad de personas, servicios, e inclusive la economía nacional. Los asuntos son tan comunes como la ausencia de rendición de cuentas de alguna autoridad local; la falta de desayuno escolar, la petición de presupuesto para una obra menor, o el pedido de expulsión de algún funcionario abusivo en alguna escuela, etc. Increíblemente, los bloqueos suelen durar días sin solución, con perjuicios que afectan inclusive a todo el país. El legítimo derecho de expresión, protesta y reivindicación social que está establecido en la Constitución y las normas para su respeto y aplicación; pasa a convertirse en un arma de violencia e imposición.

Solo a modo de ejemplo de este “autoritarismo democrático” en disputa confrontacional, son por ejemplo el violento bloqueo de cooperativistas mineros que se trasladaron masivamente a la sede de gobierno en La Paz, donde terminaron doblegando al gobierno e imponiendo sus condiciones en lo concerniente a la ley del oro. O aquel largo y estéril paro departamental cruceño, promovido por el Comité Cívico y la oposición satélite partidocrática tradicional, que obligó a un sacrificio inaudito a su población durante más de un mes. La consigna giró en torno a la exigencia por adelantar fecha del Censo Nacional de Población, pero que finalmente terminó (al margen de las enormes pérdidas y la paralización económica), en un profundo desgaste en la fuerza y dignidad nacional de la que hasta ahora no se ha recuperado.

Por otra parte, más allá del plano estrictamente democrático y político, los efectos y consecuencias también se expresan a nivel económico, productivo y ambiental. En ese campo, baste mencionar los gravísimos desastres de contaminación y destrucción de la naturaleza y la vida (originados en pliegos violentamente impuestos), que provoca la proliferación de concesiones auríferas (inclusive en áreas protegidas y territorios de alta biodiversidad y riqueza genética), con el agravante de que este brutal saqueo tiene prácticamente un nulo aporte a la economía nacional. Tampoco puede dejar de mencionarse, la voraz presión por el acaparamiento de tierras que ha dado lugar inclusive a la conformación de grupos violentos de choque armados que actúan en la impunidad, estableciendo un perverso caldo de cultivo para el tráfico de tierras en una pugna sin cuartel entre interculturales, empresarios y terratenientes, que se traducen en la quema de grandes extensiones de tierra y bosque, como medio de acaparamiento de tierras y perverso método para sentar derecho propietario con fuego. Finalmente, no es un hecho aislado o excepcional, el recurrente “hábito” de exigir que se legalicen actividades ilegales, como si se tratase de un asunto normal y hasta legítimo. En este caso la problemática y el ejercicio (generalmente violento) de presiones, conminatorias, pliegos y exigencias; está vinculado desde la exigencia de “perdonazos”, subvenciones y franquicias preferenciales y políticamente convenientes, hasta la suspensión o flexibilización de la normas y leyes vigentes (agrarias, ambientales, económicas, etc.). No es un hecho aislado favorecer el contrabando, el comercio ilegal o el transporte chuto que, como es bien sabido, al margen de permitir la circulación de mercancías y motorizados ilegales que no cumplen ni siquiera la obligación de registro, entrañan exorbitantes subsidios que carcomen la economía y las reservas nacionales.

4. FUTURO EN CIERNES Y LA EXTRAÑA PARADOJA ANTIDICTATORIAL.-

Desde que el actual régimen decidió mutar aquel perfil de los primeros años de su gobierno, ha concentrado un poder despótico y autocrático que no está dispuesto a abandonar los privilegios y pingues métodos de enriquecimiento y corrupción que han generado nuevas castas dominantes, muy a pesar del agotamiento y caducidad de su modelo. Es decir, a medida que pasaron los años y producto de la deplorable situación de las libertades, los derechos y la institucionalidad prácticamente desmantelada; se produjo una fractura tal entre la democracia y el régimen concreto de violencia y autoritarismo imperante, que la sociedad quedó en un estado de amedrentamiento e indefensión. Esa situación, a su turno, originó cambios a su interior.

En otras palabras, así como el autoritarismo democrático y la violencia confrontacional provocaron el vaciamiento de la democracia para sustituirla por una autocracia despótica; así también en la sociedad civil, lo que en principio fue un proceso de resistencia y lucha para recuperar la democracia usurpada (y eventualmente ampliar la conquista de mayores derechos y libertades); ahora se limita a una aspiración por deshacerse del régimen autocrático imperante y restablecer una democracia de mínimas garantías de convivencia ciudadana sin traumas ni conflictos. Es decir, las libertades, la democracia y los derechos, han sido secuestrados por la confrontación, la violencia y el autoritarismo.

Ante tal situación, parecería que solo queda la esperanza de que sean las elecciones (o una nueva coyuntura de insurgencia popular que reaccione ante el hastío y la indignación frente al estado de cosas), las que permitan deshacerse del régimen autoritario, para sustituirlo por otro. Al menos, este parece ser el sentir de una buena parte de la ciudadanía que lamentablemente tiene como único referente de opinión a esa misma oposición neoliberal y reaccionaria que desde hace más de tres lustros pretende desplazar inútilmente al gobierno instituido.

Acudiendo al rechazo ciudadano contra el régimen autoritario, y con el argumento que el país necesita un cambio (preferentemente similar a lo ocurrido en la Argentina); esta oposición comiteísta y partidocrática tradicional (incluidos sectores claramente antidemocráticos y golpistas), insiste que es la única alternativa que podría desplazar y “liberar al país” del masismo. Es más, con la anticipación de los años que faltan para las elecciones, ya han hecho conocer candidaturas que muy en el estilo de Milei en la Argentina, inclusive han expuesto su intención de hacer desaparecer varios ministerios (es el caso de Vicente Cuellar, actual rector de la Universidad Autónoma Gabriel Rene Moreno de Santa Cruz, por ejemplo).

Para este tipo de oposición, tan similar a su “enemigo íntimo” en lo que hace a su angurria desmesurada por llegar al poder por encima de cualquier otra consideración democrática o nacional; es claro que ni siquiera han aprendido la lección del reciente fracaso que significó el gobierno de J. Añez que con tanto entusiasmo apoyaron. Tampoco les pasa por la cabeza que NO basta cambiar el gobierno, o un candidato por otro; sino de lo que se trata es de sustituir el tipo de régimen autocrático y violento que impera en el país.

Además, no existe la menor intención por cambiar y deshacerse del modelo desarrollista y salvajemente extractivista que literal y figurativamente está destruyendo y “quemando” el país y su futuro; menos en percatarse e intentar combatir el estado de “autoritarismo democrático” y violencia que se ha enseñoreado del país. En realidad lo que verdaderamente ocultan junto a sus inclinaciones autoritarias, es la intención de restaurar el modelo neoliberal (pero igualmente antinacional, desarrollista y salvajemente extractivista) que representan y, de esa forma, recuperar sus antiguos privilegios y beneficios perdidos. La democracia es para ellos únicamente una coartada.
Es en esta total incomprensión de lo que verdaderamente importa para el futuro del país, donde surge esa extraña paradoja antidictatorial. La lucha por la reconquista de la democracia frente a un régimen autoritario, se traduce en la sustitución por otro con similares o aún peores características. Es lo que sucedió en el pasado inmediato, cuando al asumir que bastaría con deshacerse de la autocracia; el país terminó resignado con un gobierno como el de Jeanine Añez, cuyo régimen resultó ser tanto o más represivo y dictatorial que su antecesor, con el añadido de una enorme ineptitud y corrupción. Así, el inobjetable triunfo democrático popular de 2019 cuando la autocracia del gobierno de Evo Morales no tuvo más remedio que renunciar y huir, terminó tornándose en fracaso, porque la sucesión constitucional dio paso a otro régimen tanto o más violento, autoritario e indeseable.

Para mayor abundamiento, cuando esta oposición oculta sus propias tendencias autoritarias y violentas, y aprovecha el justo hastío y rechazo que los gobiernos despóticos y autoritarios despiertan en la mayoría de la población (generalmente con el argumento de que la única manera de recuperar la democracia es deshaciéndose del autoritarismo instalado en el poder); en realidad lo que sucede es que NO se trata de un acto donde reconozca o demuestre sus supuestos valores democráticos. Se trata más bien de una clara intención por capturar para si la oportunidad de recuperar y restaurar su antigua hegemonía antinacional, procapitalista e igualmente depredadora a la autocracia que supuestamente combate.

Aquel supuesto rechazo antidictatorial solo constituye una cruel paradoja que se utiliza como mecanismo de acercamiento y anzuelo “salvador”, cuando lo cierto es que nunca estuvieron ausentes sus inclinaciones antidemocráticas y, menos, sus propias tendencias autoritarias y violentas que ya se han exteriorizado en el pasado y que, a no dudar, se constituirán en la regla de su accionar.

En otras palabras, dicho acto está provocando una asociación incompatible de ideas que paradógicamente hacen imaginar que la lucha por la recuperación de la democracia, se debería limitar a sustituir el régimen imperante por otro, ocultando que, a su turno, es esa misma oposición autoritaria e igualmente despreciable, es la que busca denodadamente sustituir al gobierno imperante. No se trata de ninguna alternativa democrática, sino de una especie enroque entre opciones confrontadas -pero similares- en cuanto a sus inclinaciones despóticas y autoritarias. Por ello, cuando además su impulso reactivo frente al régimen imperante es del mismo carácter confrontacional de donde se origina; entonces no sólo está delatando sus propias inclinaciones violentas, agresivas y dictatoriales, sino que también contribuye a que dicho régimen despótico y autoritario se recicle y fortalezca. Esa es la miseria de este tipo de “oposición democrática”.

Finalmente y muy en contrario de lo que nadie quisiera para el futuro del país, no pueden dejar de mencionarse otros dos factores adicionales que podrían ejercer influencia para la persistencia de un régimen tan indeseable como este “autoritarismo democrático”, al que hemos dedicado el trabajo.

Se trata de lo que podríamos llamar como “efecto de emulación” que provendría de lo que sucede con la instalación de Milei en el gobierno de la Argentina. Dicha victoria electoral encara y representa la profunda decepción y el gran desengaño que la impostura, la gran corrupción y el autoritarismo autocrático de los gobiernos del progresismo populista han despertado en grandes sectores sociales latinoamericanos, y de los que Bolivia no escapa. Milei representa el estado de desesperación, rechazo y hastío que ha impulsado a los argentinos a darle su respaldo, en la penosa encrucijada por deshacerse de un gobierno que entienden que los ha llevado al estado en que se encuentran. El problema reside en que esa misma desesperación y hastío también está presente en Bolivia. De hecho, la generalidad de los sectores y partidos de esa oposición partidocrática y comiteísta, no solo han expresado su simpatía a lo sucedido con la Argentina y la intención de copiar y replicar el ejemplo; sino que también han patentizado su identificación con las ideas y la corriente radicalmente reaccionaria del liberalismo de Milei 5/. Frente a esta posibilidad (nada especulativa en vista de las reacciones e intenciones expresadas), baste señalar que definitivamente sería una catástrofe.

El segundo factor está vinculado con el estado de la economía, los graves daños ambientales y ecológicos, las condiciones de polarización y confrontación violentas, el narcotráfico campeante y las criticas condiciones de seguridad y violencia que la sociedad soporta, que no precisamente auguran el mejor escenario deseable.

Solo para mencionar algunos problemas de envergadura, baste señalar: la situación dramática a la que se han reducido de las reservas internacionales; el gigantesco endeudamiento interno y externo que ya bordea los 35.000 mil millones de dólares 6/; la drástica reducción de las reservas hidrocarburíferas que no cuentan con la reposición de pozos para garantizar sostenibilidad; la cada vez más insostenible política de subvenciones que está drenando millonariamente la economía; el saqueo y enajenación brutal del oro que además está asociada con la destrucción de la naturaleza, la vida, e irrecuperables recursos genéticos; el tráfico violento de tierras que, al margen del establecimiento de grupos armados y la proliferación de avasallamientos se traduce en la quema de grandes extensiones de tierra que prácticamente han provocado una guerra intestina, etc.

En perspectiva, un escenario de estas características no puede mantenerse indefinidamente sin que deba merecer la adopción de medidas correctivas. En el escenario reinante, las probabilidades de una resolución pacífica y concertada (muy a pesar de los más íntimos y optimistas deseos), no parece ser precisamente lo que vaya a suceder.
La pregunta que queda es cómo esperamos los bolivianos abordar y resolver este gran desafío?. Volveremos a repetir lo que ya fueron fracasos en nuestro pasado histórico?

(*) Sociólogo, boliviano. Cochabamba. Diciembre 15 de 2023.

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1/ Octavio Paz., Sueño en libertad. Escritos políticos. Seix Barral Biblioteca Breve. México, 2001.

2/ Si existe interés por conocer otros aportes previos, también se puede ver: Arturo D. Villanueva Imaña., Alegatos Interpelatorios (2011-2018). Desperdicio y traición de un momento constitutivo nacional. Cap. Poder, democracia, Estado y sociedad. Ed. Plural. La Paz, Bolivia, Abril de 2019.

3/ Se hace referencia a lo que René Zavaleta Mercado definió como “un momento constitutivo nacional”, y que aquí se identifica como el nuevo periodo histórico que surge como consecuencia de aquel momento de rebelión e insurgencia nacional de la Guerra del agua en Cochabamba (2000) y la guerra del gas, en Octubre negro del 2003 que, a tiempo de derrotar y expulsar al neoliberalismo, también dio paso al establecimiento de una Agenda Nacional que trazó la “hoja de ruta” del país en los siguientes años. Ver: René Zavaleta Mercado., Lo nacional-popular en Bolivia (1984). En: Obra Completa. Tomo II: ensayos 1975-1984. Ed. Plural. La Paz, Bolivia. Mayo 2013.

4/ Tal es el grado de radicalidad alcanzado actualmente que, desbordado por la desesperación y angustia por imponer su candidatura; el ala evista del masismo se ha visto arrastrada por el propio Evo Morales a conspirar contra su propio gobierno, con lo cual solo contribuye a exacerbar las tendencias despóticas y autoritarias del régimen.

5/ Es un dato a destacar la inexplicable inexistencia de una reacción del anarquismo internacional con respecto al ideario y los conceptos que utiliza Milei para identificarse ideológicamente. No se ha conocido ningún tipo de desmentido ante la flagrante falsedad que Milei ha logrado hacer prevalecer como un hecho. Este personaje afirma que encara una corriente “libertaria·anti sistema”, siendo que en realidad se trata de un liberalismo extremadamente reaccionario y procapitalista, que en absoluto tiene que ver con el anti capitalismo libertario del anarquismo.

6/ Fuente: Fundación Jubileo., La deuda pública de Bolivia (1970-2022). Serie Debate Público Nº 122. La Paz, Bolivia 2023.

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