Representamos fronteras imaginarias que dividen a malos y buenos. Los hechos suelen “explicarse” en términos de quién tiene la culpa
El “orden moral” cristiano del conocimiento en Bolivia
Uno de los rasgos del desarrollo de las sociedades metropolitanas de capitalismo avanzado fue el proceso de secularización que, en términos de Weber, significó el repliegue de la visión encantada del mundo y de la influencia de las religiones en la explicación de los asuntos humanos, frente al avance de las ciencias, el desarrollo del capitalismo y la independización del estado, de las escuelas y las universidades, frente a las iglesias; un proceso que, enfocado en su conjunto, Weber caracterizó como modernización.
El proceso de secularización, de alcance mundial, tuvo un desarrollo desigual y combinado. En las periferias capitalistas, dicha combinación consistió en la amalgama de formas arcaicas y modernas (Trotski), esto fue la arcaización de lo nuevo y la renovación de lo arcaico (Florestan Fernandez). Dicha dialéctica es particularmente notable en el caso de las condiciones del desarrollo del conocimiento en el ámbito de las ciencias sociales y humanas, donde el “orden moral” legado por el catolicismo y las tentativas de explicación causal de los hechos se entretejen dentro de una misma madeja de sentido, obstruyendo el avance del conocimiento científico en el ámbito de las representaciones colectivas. Un verdadero obstáculo epistemológico, como argumentamos en seguida.
Dicha configuración cultural refleja, en gran medida, las grandes limitaciones de las ciencias sociales y humanas para contribuir a la configuración de sentidos comunes más influenciados por la argumentación racional y la lógica científica, frente a la “explicación” que se rige según un ordenamiento moral. Veamos.
Durante varios años de práctica de investigación, a través de centenas de entrevistas, he constatado que las “causas” que los bolivianos solemos atribuirle a cualquier problema, tienen por lo general un origen moral. En vista de ello, nos representamos fronteras imaginarias que dividen a malos y buenos, en las que los hechos suelen “explicarse”, más que en términos de causas, en términos de quien tiene la culpa. Uno podría escoger aleatoriamente cualquier problemática social vigente en la coyuntura, mostrada por les medios o las redes, y encontrará en busca de culpables tanto a los actores involucrados como a analistas e intérpretes ocupados en analizarla, antes que en describir las causas; o, mejor dicho, pretendiendo encontrar “causas” mediante la identificación de “culpables”.
En el lenguaje corriente, culpa y causa aparecen como términos intercambiables. Tomo, como ejemplo, un post sacado aleatoriamente de Facebook, donde su autora debate con las corrientes de animalistas que defienden a los perros frente a los ataques de vecinos de El Alto que decidieron defenderse de las jaurías matándolos:
“En las noticias, si un niño fue atacado por un perro, los animalistas culpan a la sociedad. Si una anciana fue asesinada por un perro, culpan a la sociedad. Si un perro ataca a alguien, toda la culpa es de la sociedad. ¿Y? ¿Sólo se trata de culpar y mirar a un costado? Perdón, pero El Alto no debe depender de unos jailones o clasemedieros que publican fotitos de sus ‘perrhijos’, se van cómodos a sus protestas y se duermen felices en sus casas, mientras personas como Estela deben asumir las consecuencias de tantos perros salvajes sueltos y de animalistas que les vale un pepino El Alto y sólo dicen querer a los perritos para sentirse mejores consigo mismos y con su ego de ‘salvadores’ de los indefensos”
En este texto, como en múltiples otros, la identificación de causas es asimilada con la imputación de culpas. Los animalistas, en la redacción de la autora, probablemente se referían a identificar las “causas sociales” de los ataques de los perros, que su detractora, en esa opinión, identifica con culpabilización.
El debate golpe-fraude suscitado después de las elecciones del 20 de octubre de 2019 es otro buen ejemplo. Millones en Bolivia se involucraron en una querella donde las definiciones mayoritarias giraban en torno a tipificaciones morales – “el narco-gobierno”, el “gobierno corrupto”, “el gobierno fraudulento” o, en el otro bando, “el golpismo fascista”, “la ultraderecha cavernaria”, “pititas racistas”, etc. – No es que las tentativas de explicación científica de los hechos hayan estado ausentes, sino que el debate moral inundó lo escena.
En este contexto, toda afirmación sobre los hechos adquiere con mucha rapidez una connotación moral y, en vista de ello, toma el sentido de una acusación o, más bien, de una exculpación o una justificación, según la orientación de las afirmaciones. Es precisamente este rasgo de la cultura popular que permite explicar el porqué del hecho de que los sujetos nieguen las evidencias más elementales con tal de evitar la culpa.
Como bien apuntó Nietzche, en El Anticristo, el cristianismo, traído a estas tierras por los conquistadores europeos, fue el origen cultural de este orden moral: “Conviértase su concepto [de Dios] en un instrumento en manos de agitadores sacerdotales, que interpretan toda dicha como una recompensa, toda desgracia como la desobediencia a Dios, como un pecado, y viene a parar en esta manera, la más mentirosa de todas, de interpretar una supuesta ley moral, trastornando de una vez para siempre los conceptos de causa y efecto”.
Parafraseando a Nietzche, diremos que en el contexto boliviano los conceptos de causa y efecto se encuentran trastornados por un orden moral de origen católico.
Aquí, la identificación de culpables responde a una visión encantada del mundo que está muy lejos de pretender resolver los problemas identificando las causas de las mismas. Se trata más bien de regularlos mediante rituales exculpatorios, donde el castigo de chivos expiatorios contribuye a canalizar simbólicamente el sentimiento de agravio. Fue el gobierno de Jeanine Añez deteniendo y masacrando campesinos y trabajadores indígenas entre octubre y noviembre de 2019, es el gobierno del MAS deteniendo a manifestantes cocaleros. El orden social – incluido el ordenamiento legal, las cárceles, la policía, la esfera estatal en su conjunto – se rige en base a dicho orden moral arcaico, donde el paradigma del pecador castigado sigue siendo muy actual en las representaciones colectivas.