Populismo y democracia en “tiempos líquidos”
La oferta alternativa: cuando el antipopulismo no basta
No sé si Bolivia está o no ante un fin de ciclo, pero reflexionar sobre el futuro del populismo supone, necesariamente, elaborar una oferta alternativa, tanto política como económica. Requiere rectificar, proponer y actuar. El antipopulismo no basta, es necesario analizar las causas que alimentan esa oferta política para ofrecer alternativas.
-Juan Carlos Salazar*
El libro El fin del populismo – ¿Qué viene ahora? refleja desde el título la encrucijada en que nos encontramos. Sus autores, todos profesionales de experiencia y prestigio en sus respectivos campos, nos dicen que “Bolivia está inmersa en un escenario delicado y potencialmente crítico”, en “un momento crepuscular signado por el ocaso de un modelo económico de impronta populista”.
Como en el sueño del faraón que nos relata el Génesis, las siete vacas flacas parecen estar a punto de comerse a las siete vacas gordas que surgieron en los últimos años del Nilo de la abundancia.
Pero no es que solamente hayan quedado atrás los años de la bonanza, sino que -como nos dicen los ensayistas- estamos ante “la decadencia del régimen autocrático y corporativo que lo ha prohijado”, en un momento de inflexión y en puertas de una “crisis compleja”. Advierten que la “perplejidad” ante el desafío puede ser paralizante, pero al mismo tiempo admiten que el horizonte está poco claro. Y se preguntan: ¿qué viene ahora?, ¿cuál es el rumbo a seguir?
Parafraseando a René Zavaleta, quien dijo que “conocer el mundo es casi transformarlo”, podemos decir que conocer el país y sus problemas es empezar a cambiarlo. Y eso es lo que hacen los autores al diagnosticar los males que nos aquejan. Pero no se limitan al diagnóstico.
Buscan y proponen alternativas, a fin de que la época de las vacas flacas no nos sorprenda “desprovistos de ideas y herramientas eficaces para preservar la estabilidad económica y evitar que el país se deslice por una pendiente de inestabilidad e incertidumbre”.
Como dice el politólogo neerlandés Cas Mudde, en la actualidad es imposible leer un artículo sobre política sin toparse con la palabra “populismo”, porque en casi todas las elecciones y referendos se enfrentan, como él mismo dice, a “un populismo envalentonado y una clase dirigente en horas bajas”.
Después del triunfo del Brexit en el Reino Unido y de Donald Trump en Estados Unidos, uno se pregunta si el populismo está realmente en retroceso.
La buena noticia de las elecciones francesas es la victoria del centrista Emmanuel Macron sobre la ultraderechista Marine Le Pen, por menos de tres puntos de diferencia, pero victoria al fin; la mala es que la señora Le Pen y el populista de izquierda, Jean-Luc Mélenchon, han captado el 40 por ciento de los votos, casi el doble de los partidos tradicionales -el socialista y el republicano-, y que el señor Mélenchon se resiste a pedir el voto para Macron en la segunda vuelta. Ha dejado la decisión en manos de la “inteligencia colectiva”.
Nótese el tremendo paralelismo con lo ocurrido en España en las últimas elecciones: Podemos se negó a votar por el socialista Pedro Sánchez, con lo que dejó el camino libre al conservador Mariano Rajoy. ¿Podría ocurrir algo similar en Francia? Por ahora, las encuestas dicen que no, pero ¡ojo! con las pinzas de izquierda y derecha. Esperemos que la “inteligencia colectiva” no favorezca a la opción xenófoba y antieuropeísta de Le Pen.
Más allá de las comparaciones fáciles, de si Trump es un vulgar “populista latinoamericano” o el “peronista del Potomac”, como lo calificó The Economist, lo cierto es que -para citar nuevamente a Mudde- los populistas, sobre todo de derecha, pretenden hacernos creer, desde una pretendida superioridad moral, que la sociedad está dividida entre dos grupos homogéneos y antagónicos, los “puros”, que son ellos, y la “élite corrupta”, que son los demás; los “puros”, que, obviamente, expresan la “voluntad del pueblo”; y los “corruptos”, que están en contra de los intereses populares. El académico habla del populismo europeo, pero su descripción coincide mucho con lo que vemos en este lado del Atlántico.
El periodista, filósofo y escritor español Josep Ramoneda nos dice que estamos ante un fin de ciclo, pero no ante un fin de ciclo cualquiera, sino en “un fin de ciclo de la democracia representativa”. Y por eso mismo llama a los dirigentes comprometidos con la democracia a rectificar, proponer y actuar a partir del análisis de las causas de la crisis.
Es decir, los convoca a entender las razones de la irritación ciudadana y a darles una respuesta política, en lugar de descalificar a los portavoces del malestar y reafirmarse en sus fallidas estrategias, porque, con la etiqueta de “populista”, muchos pretenden anular a quienes han detectado los problemas que los partidos tradicionales no quieren ver. Ramoneda advierte también que el “autoritarismo posdemocrático” es “un plan B del populismo”.
“El renacer de los llamados populismos -nos dice-, responde a realidades muy concretas: la sensación de desamparo de gran parte de la población, agredida por un proceso de individualización salvaje; la pérdida de capacidad de la política para defender el interés general; la aceleración provocada por la globalización que ha desmantelado tantas pautas referenciales; y la resistencia de parte de las élites económicas a aceptar que no todo está permitido. Defender la democracia y las instituciones quiere decir rectificar y proponer”.
Ante el peligro lepenista, Macron, con sus 39 años, sus títulos académicos, su afición al piano, su paso por la Banca Rothschild y su pasado socialista, no deja de ser un aire fresco en la compleja coyuntura europea. Es, como dice la prensa del Viejo Continente, “un liberal de corazón socialdemócrata”, un “socio-liberal”, un europeísta convencido, cuya victoria podría marcar, como sostiene el politólogo Víctor Lapuente Giné, catedrático de la Universidad de Gotemburgo, el inicio de la “revolución liberal”. Macron se ha situado al lado del canadiense Justin Trudeau como referente de lo que se ha comenzado en llamar el “liberalismo-progresista”. ¡Y todo -dicho sea de paso- a costa de la socialdemocracia!
Esto es lo que está ocurriendo en el mundo, con referentes y paradigmas que sustituyen rápidamente a otros. Estamos viviendo tiempos de cambio, “tiempos líquidos” -como dirían algunos observadores internacionales-, tiempos donde todo fluye y nada se estanca. Cambia el mundo y cambiamos nosotros.
He querido referirme a la situación internacional por lo mismo que dijo Zavaleta a propósito del conocimiento del mundo, y porque el destino de toda comunidad, por pequeña que sea, está ligado y condicionado al futuro de la aldea global.
No sé si Bolivia está o no ante un fin de ciclo, pero reflexionar sobre el futuro del populismo supone, necesariamente, elaborar una oferta alternativa, tanto política como económica. Requiere rectificar, proponer y actuar, analizar las demandas ciudadanas para construir las políticas que las satisfagan.
Y el libro que hoy presentamos nos da muchas pistas para hacer frente a este tremendo desafío, para que el “tiempo líquido” no nos agarre desprevenidos.
No es mi propósito entrar a un análisis detallado de los textos, puesto que no soy un especialista, pero conviene decir que este volumen reúne siete estudios de primer nivel, elaborados por verdaderos expertos que buscan repensar el modelo de crecimiento desde diferentes perspectivas.
“Su sentido general -nos dicen sus autores- no es otro que la vuelta a la racionalidad -la reforma económica y política debe darse a la luz de la experiencia, la discusión y la crítica- y la confianza en la libertad individual y la capacidad creativa de la sociedad, lo que conlleva la exigencia (moral y cívica) de responsabilidad personal”.
En este marco abordan temas tales como la innovación, la diversificación y la productividad; las políticas públicas y las reformas institucionales necesarias para acompañar tales esfuerzos, y para crear un clima efectivo para la inversión y el despliegue del talento y la iniciativa de las personas y las empresas.
Lo que nos están diciendo es que el antipopulismo no basta, que es necesario analizar las causas que alimentan esa oferta política para ofrecer alternativas.
El gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) suele decir que la oposición carece de visión de país y que, por tanto, no ofrece alternativas al llamado “proceso de cambio”. No quiero decir que los autores de este libro sean opositores, sino que sus ensayos no sólo ofrecen insumos para el necesario debate, sino también para eventuales proyectos alternativos. * Periodista, leído en la presentación del libro de referencia, el 26 de abril pasado; versión de Página Siete.