Takesi, un camino precolombino de leyendas y, ahora, de defensa de la biodiversidad

Marco Fernández Ríos

Con el apoyo de la Fundación Codespa, los guías comunitarios fueron capacitados para mostrar a los visitantes la importancia de la fauna y flora de la región

—El abuelo Coaquira, la Ulla Awicha y Llaulli Tawaco quedaron petrificados en el cerro —relata don Primitivo para distraer a los visitantes del cansancio y dolor en las rodillas que sienten al descender el Takesi, una senda de varios siglos de existencia y también de muchas historias.

Antes de la llegada de los españoles, en la región andina había un complejo sistema vial que fue unificado por los incas. Este camino es conocido como Qhapaq Ñan, que comparten Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú.

En el territorio boliviano hay varios vestigios del Qhapaq Ñan, aunque uno de los mejor conservados es la Ruta del Takesi, que empieza en Palca y concluye en las puertas de los Yungas, en el departamento de La Paz.

A las siete de la mañana, no es casual que en Choquecota —último pueblo del municipio de Palca—, unas amables señoras sirvan a los futuros caminantes una suculenta y caliente sopa de trigo. Esa alimentación hará falta.

Minutos más tarde, los vehículos se detienen en el desvío de la Mina San Francisco, donde la senda se hace exclusiva para las personas y los animales de carga.

En una loma que da inicio a la caminata, don Primitivo Quispe se presenta con una pronunciación perfecta y una tranquilidad que contagiará en toda la expedición.

Su serenidad también queda demostrada con su chaleco y sombrero de ala ancha que le caracteriza como guía comunitario, la mirada que contagia sosiego y las historias que va a contar.

Coca, alcohol y cigarrillo Casino son importantes para ch’allar y pedir a la Pachamama que todos lleguen en buenas condiciones al destino, mientras los rayos solares emergen en lo más alto de los cerros.

El inicio es una subida aparentemente complicada. Los primeros metros dejan sin aliento y con algo de sudor, pero el cuerpo se habitúa y el grupo se mantiene unido hasta el punto más alto de la travesía: 4.700 msnm de la apacheta de Choquecota.

A pesar del viento que traspasa la ropa, el panorama llama la atención por los cerros circundantes y el sendero que nos llevará a un precipicio de aventuras.

La caminata a través de la vía serpenteante es agradable, con vista, incluso, de alguna mina que fue explotada durante la Colonia.

Don Primitivo —quien prefiere que le llamen don Primo— está acostumbrado a recorrer estos rumbos desde sus 12 años  pues, a esa edad, su papá (José Quispe) le dijo que debía ayudar a la familia en el transporte de alimentos para hacer los trueques.

“Llevábamos verduras, hortalizas, choclo, pan minero (panes grandes que elaboraban en la Mina Chojlla), maíz seco y coca, principalmente. La caminata de este lado nos tomaba nueve horas; de regreso eran como ocho horas, según la regulación de las mulas”, rememora el líder de la comitiva.

Al caminar por ese sendero de tierra y empedrado, no es difícil imaginar a don José, al pequeño Primitivo y a la mula recorriendo esos tramos para cambiar su producción por papa, chuño y charque.

Con cada paso, la expedición se llena de asombro por algunos trechos empedrados que, a pesar de los siglos, se muestran impolutos. Por otro lado, varios sectores son irregulares.

Al respecto, don Primo explica que esta ruta era exclusiva para comunarios y llamas, pero cuando llegaron los españoles, los caballos y las mulas se resbalaban en las piedras.

Por esa razón —dice el guía— quitaron parte del empedrado, por lo que, ahora, las mulas pueden avanzar sin que haya la posibilidad de que sufran heridas en las extremidades.

“Hicieron que ingresen caballos y mulas para el transporte pesado, pues ya no querían arriar 30 llamas, sino sólo 10 mulas”, afirma.

La primera parte de la caminata termina en la comunidad Takesi (3.200 msnm), una cabecera de valle donde casi todo el tiempo está nublado y ocasionalmente cae llovizna.

Hasta ese lugar, los nutrientes de la sopa de trigo de Choquecota han tenido efecto, y es turno de alimentarse con un variopinto apthapi, que lleva papa khati, chuño, tunta, oca, plátano postre, queso, asado, huevo cocido y pollo, entre otros. Harán falta para la siguiente parte de la travesía.

El descanso y el almuerzo parecen ser suficientes para soportar las más de cuatro horas de caminata hacia la comunidad de Cacapi.

Da la sensación de que el descenso ahora cansa más rápido. Alguno de los visitantes sufre un calambre y tiene que caminar con mucho cuidado.

El camino tiene mucho por contar. Don Primo señala los tres senderos que transcurren en la ruta, que en algunos son estrechos y en otros son amplios, y que en muchos casos se entrecruzan. El guía explica que se trata de sendas que abrieron tanto los tiwanacotas, los incas como los mollos, quienes creían que el trazo que hicieron era mejor que el otro.

La incursión no se centra sólo en el camino, sino que don Primo lleva a sus dirigidos a sentir el silencio y distinguir el trinar de los pájaros, y mirar con atención para reconocer a algún otro animal que se mimetiza en su entorno.

Por ejemplo, el guía hace gala de sus habilidades cuando emite un silbido particular frente a las faldas de un cerro. Como respuesta, los caminantes logran ver a varias viscachas ocultas entre las rocas.

Esta demostración es una manera para que los visitantes tomen conciencia de la importancia de la fauna y flora existente en la ruta.

“Si les hacemos dar cuenta (a los guías de la importancia de la biodiversidad) y les apoyamos, vamos a fortalecer el valor de la naturaleza con el turismo. Es bueno que las comunidades sepan de ese valor y que a partir de ello cuiden el lugar para que haya más turistas y generen recursos de manera justa”, dice Arcenio Maldonado, coordinador técnico de la Fundación Codespa.

Codespa —una ONG con 35 años de vigencia— y el Fondo de Alianzas para los Ecosistemas Críticos (CEPF) llevaron a cabo el proyecto “Conservación de Bosques de Polylepis (BOL 08 y BOL 13) —queñuas— a través del Ecoturismo en Takesi y Totorapata – Bolivia”, que busca proteger no sólo los árboles de queñua, sino también la biodiversidad de la región.

Maldonado refiere que los bosques de queñua son importantes porque ahí viven la remolinera real (Cinclodes aricomae) y el torito pecho cenizo (Anairetes alpinus), aves que se encuentran en peligro de extinción.

“Por suerte viven en un lugar aislado, pero puede haber amenazas porque estamos en un entorno minero y de lugares que tienen sobrepastoreo”, afirma Maldonado.

Por esa razón decidieron promover el ecoturismo como incentivo económico para las familias. Para ello efectuaron capacitaciones en manejo de grupos, aprendizaje de la fauna o flora de la región, administración de posadas y gastronomía. En total fueron beneficiadas 15 familias.

Don Primo, como uno de los beneficiarios de este proyecto, informa de manera detallada y amena la importancia de los animales, como el oso jukumari, el cóndor, el puma, la viscacha, la urraca collar blanco, la aurora enmascarada, el tucancillo franja celeste, la tangara de montaña vientre escarlata, el barbudo versicolor, el matorralero boliviano, el silfo de cola larga, el colibrí cola de raqueta y la metalura escamada, entre otros.

En varias partes del trayecto vale la pena estar en silencio y escuchar el trinar de las aves, para que don Primo informe de cuál se trata y probar suerte para ver alguna. Y es que en la Ruta del Takesi hay más de 34 mil especies de fauna y flora.

El descenso continúa y aumenta el dolor en las rodillas; pero don Primo empieza a contar una leyenda.

En tiempos en que no había luz, en todo este sector habitaban seres gigantes, como el abuelo Cuaquira, quien estaba casado con la Ulla Awicha. A pesar de tener su pareja, él solía frecuentar a Llaulli Tawaco, una joven y bella cholita que aceptaba los halagos del viejo pretendiente.

Después de mucho tiempo salió el sol y, con ello, comenzó a alumbrar esas tierras. Para mala suerte de los gigantes, los rayos empezaron a convertirlos en roca, por lo que muchos se escondieron en guaridas.

Ello no ocurrió con el abuelo Coaquira, quien fue a encontrarse con Llaulli Tawaco. Preocupada por su marido, Ulla Awicha salió de su cueva para advertir a su esposo del peligro que corría.

Vanos fueron los gritos, pues el abuelo Coaquira fue alcanzado por la luz y  quedó como roca, al igual que Llaulli Yawaco. Ulla Awicha, afligida por su pareja y desprotegida, también quedó petrificada.

Durante la caminata, don Primo señala tres rocas sobresalientes de los cerros que, en efecto, tienen forma del abuelo, la abuela y la amante.

Al contrario de la leyenda, las sombras empiezan a apoderarse de los cerros, pero los caminantes llegan a salvo a Cacapi, la comunidad donde la delegación pasará la noche.

Esta aldea tiene pocas viviendas, que ahora sirven como refugio para los visitantes, diferente a lo que ocurría hace un siglo, cuando era el lugar de descanso de viajeros que llevaban alimentos para intercambiarlos.

Don Primo dice que había al menos 12 tambos, a donde los comunarios, ya sea de Choquecota o de los Yungas, solían dormir y alimentarse.

“Cacapi era un lugar céntrico, era un lugar de encuentro y de pernocte. Si salían de los Yungas, caminaban hasta Cacapi, y el segundo día iban hasta Palca”, dice don Primo.

Aquel transitar constante disminuyó a partir de 1936, cuando abrieron un camino amplio que conduce a Sud Yungas, por lo que ahora sólo hay pocas personas que luchan por no dejar morir a Cacapi.

Una de ellas es Porfiria Gonzales, quien hace 20 años empezó a vender maíz, papa khati y charque a los turistas y ahora, con la capacitación, es capaz de preparar alimentos mejor elaborados e incluso para vegetarianos y veganos.

El otro factor importante de este proyecto son las agencias de turismo, que están coadyuvando en esta clase de experiencias. Una de ellas es Waliki Adventure, que ahora promueve las visitas que van más allá de ver el camino precolombino.

“Estamos cambiando la clásica visita al campamento a una forma ecoturística, más vivencial, con el uso de guías de las comunidades, alimentación, hospedaje y mostrando más flora y fauna para que las personas sepan que hay plantas y aves endémicas”, afirma Danilo Barragán, representante de Waliki y quien disfruta, como los demás, de una cena especial preparada por Porfiria.

Después de una noche en carpas cómodas y arrullados por las estridación de los grillos, los visitantes comen un suculento desayuno yungueño para completar la última parte de la travesía.

En esta ocasión, el guía Gregorio Mamani se encarga de llevar a los visitantes por un sendero con menos empedrados y, por ello, menos dolores.

El inicio no podía ser mejor. Don Gregorio muestra las plantas de tumbo, retira los frutos maduros y deja que cada uno pruebe. Hace lo mismo con la papaya Salvietti, que se caracteriza por ser diminuta, tener pulpa blanca y tener un  sabor dulce y refrescante.

Durante la incursión, el guía de Cacapi explica que esta ruta no tenía un nombre definido hasta que, en 1975, el Gobierno denominó esta ruta como Monumento Nacional Camino del Inca El Takesi, que con el tiempo se llamó sólo Ruta del Takesi.

Takesi, un camino precolombino de leyendas y de defensa de la biodiversidad

La caminata es más tranquila, aunque duele ver los chaqueos descontrolados, que han afectado cerros enteros y el hábitat de los animales. Dicen que algunos pobladores creen que de esa manera se desharán de los osos o los pumas, pero ignoran que son animales que dan equilibrio al ecosistema y que, por hambre, se acercan a las poblaciones para alimentarse del ganado. Al final, con estas quemas, todos pierden.

El premio llega al mediodía, cuando la delegación llega a una poza de agua cristalina y fría, ideal para refrescarse un momento antes de continuar hasta Yanacachi, donde Vitaliano Fernández, militar en retiro, corredor de autos y ahora guía comunitario, da la bienvenida a los visitantes.

Como parte del antiguo camino prehispánico —dice don Vitaliano—, este pueblo era un lugar de descanso y para proveerse de víveres antes de subir al altiplano o seguir bajando a los Yungas.

En Yanacachi llaman la atención las casas antiguas, con paredes hechas de piedra, que han soportado cientos de años, y otras con balcones republicanos. También llama la atención que en comunidades cercanas haya calzadas, miradores y construcciones de piedra que —dice Vitaliano— continúan hacia los cerros, aquellos cerros que suelen leerse con los pies.

La Ruta del Takesi es complicada debido al descenso constante, que puede generar dolor en las rodillas. Por ello es aconsejable cargar en la mochila lo estrictamente necesario, llevar unos zapatos cómodos y con huella, y moverse con uno o dos bastones de trekking. Otra recomendación fundamental es no dejar basura en el camino, porque de esa manera evitamos dañar el ecosistema. La última sugerencia es contratar a un guía local para prevenir accidentes y conocer mucho más de este camino prehispánico y de gran biodiversidad.

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