De puño y letra, Jeannine hace revelaciones con sus omisiones

Carlos Echazú Cortez

Jeannine Añez, como es sabido, ha publicado su versión de lo ocurrido el 2019, bajo el título “Jeannine, de puño y letra”, pretendiendo remarcar que ahí está su verdad. Inicialmente, se podría pensar que ya se tiene, al fin, una versión de los protagonistas del golpe de 2019 sobre detalles que quedaron por dilucidar. Esto era necesario (todavía lo es), puesto que los distintos exponentes de aquellos sucesos se han cuidado mucho de no sacar a la luz ciertos temas que los comprometen en lo que evidentemente fue un golpe de Estado, si bien un golpe sui géneris, distinto a los golpes militares de las décadas de los 60s y 70s, si fue un golpe, bajo nuevo diseño, proveniente también desde los Estados Unidos, donde se fabrican los golpes para todo el mundo.

Quién, bajo esas premisas, se alegre y diga “ahora si sabremos, de su puño y letra, lo que realmente ocurrió”, se llevará una decepción y para ilustrarlo conviene citar un pasaje de antología del texto:

“Son muchos detalles de los que no puedo dar explicación como, por ejemplo, quienes nos esperaron en el aeropuerto de El Alto a la llegada, porqué me llevaron al colegio militar, quién envió a policías para custodiarme, quién me puso la banda y medalla presidencial”.   

Uno no puede menos que asombrarse de la ingenuidad o de la pretensión de Añez de embaucar a sus lectores, puesto que podría parecer racional que, en el momento, le surgieran evidentemente esas incertidumbres. Sin embargo, después de años pasados y mucho, muchísimo, discutido sobre el asunto, realmente resulta sorprendente que Añez todavía no sepa, o no quiera, explicar lo que acontecía.

De este modo, sus ingenuidades o simulaciones resultan reveladoras en extremo. El contexto era que, en medio de un conflicto social y político sin precedentes en los últimos años, en el que la oposición requería la renuncia del presidente y la policía se había amotinado dejando de obedecer al gobierno, a ella la recogían del aeropuerto, la custodiaban y la llevaban al Colegio Militar, finalmente le imponían la banda y medalla presidenciales. Si todo esto se relaciona con las confesiones que, en su momento, formuló Fernando Camacho en torno a que “su padre ya había cerrado con la policía y el ejército” entonces no debería haber duda sobre quienes le enviaron la escolta a recogerla, protegerla y finalmente encumbrarla como mandataria.

La pretensión de Añez de no saber nada, se ve absurda cuando se leen las siguientes líneas, escritas por ella misma, de su puño y letra:

“Nos llevaron a la Academia de Policía para ponernos a buen recaudo. Allá nos encontramos con Fernando Camacho y Marco Pumari, ambos vestidos de uniforme policial, también llegaron los senadores Ortiz y Murillo.

Ahí esperamos y, por los medios de comunicación, nos enteramos que Morales estaba saliendo del País en un avión mexicano. Quedé totalmente sorprendida y le pregunté a Fernando Camacho si sabía algo y él me dijo que sí, que en eso se había quedado y “que mi papá me dijo que todo iba bien”, esas fueron sus palabras. En ese momento no entendí y solo confié en él, pero ahora puedo decir que yo asumí la presidencia sin que me hayan informado de acuerdos importantes que habían conversado en las reuniones de la Universidad Católica”.

Sorprende que Añez publique esas revelaciones y, después de eso todavía pretenda continuar afirmando que “la teoría” del Golpe fue “inventada” por los masistas. En rigor, su texto deviene en revelaciones involuntarias del golpe.

El asunto es que la policía no tenía, en absoluto, por qué brindarle escolta a Añez y el hecho de que lo hicieran implica simplemente su participación en la conspiración que se fraguaba y llevaba adelante contra el gobierno de Evo Morales. Esto también revela que el motín policial, es decir, la insubordinación policial a sus mandos civiles naturales, vale decir, las autoridades vigentes en ese momento, fue paralelo a su sometimiento a movimientos político-civiles de la oposición. ¿De qué otra manera se puede interpretar que Camacho y Pumari esperaran a Añez en la Academía Policial, vestidos de policías?, ¿De qué otra manera interpretar que el padre de Camacho afirmara “que todo iba bien”?, ¿no es esa la prueba de la conspiración de la policía con la oposición?, ¿Qué es eso, sino un Golpe de Estado? Las cosas quedan tan clarísimas que asombra que, con mucho descaro, Jeannine y la derecha pretendan negarlo. También queda muy evidente por qué varios de los conspiradores recurren a abstenerse de declarar en el juicio que se ha llevado adelante contra Jeannine. Al respecto, Añez llama cobarde a Oscar Ortiz por negarse a ir a declarar ya que, según ella, él “estuvo en todos los escenarios previos” a su ascensión. Una verdadera delación, tendría que responder Ortiz.

Con su increíble confesión en la que revela no haber sabido (en su momento) quien la recibía en El Alto y la protegía, Añez pretende, al parecer, dar la impresión que, por sobre todas las cosas, es honesta en las declaraciones que ha formulado (es de suponer, que son las mismas que ha expresado en su juicio). Sin embargo, existen otros pasajes en su libro en los que se puede evidenciar que no es honesta. Veamos.

Respecto al Decreto Supremo 4078, que eximia de responsabilidad penal a las fuerzas armadas en los operativos anti disturbios, Añez solamente se refiere a éste cuando se lo derogaba como resultado de los diálogos que estableció su gobierno con movimientos sociales para que éstos levantaran sus movilizaciones. Teniendo en cuenta que las masacres de Sacaba y Senkata son las acusaciones más grandes que pesan en su contra, ella debería haberse sentido en la necesidad de explicar por qué, con qué propósito, en qué momento específico, decidió promulgar el decreto que obviamente implicaba una autorización al ejército y la policía a disparar contra los manifestantes. Nada de eso, el texto no dice nada al respecto. Tampoco hay en el texto un relato de cómo se vivió en palacio de gobierno los momentos en que se producían las matanzas, qué órdenes se dio a las fuerzas de seguridad, y qué reportes se recibía de ellas. Simplemente, se reproduce la narrativa ya conocida de la derecha en torno a “los violentos del MAS” que en Sacaba “se dispararon entre ellos” y en Senkata “querían hacer explotar la planta”. De ser honesta, Añez hubiera penetrado en los detalles sobre la génesis del decreto 4078, que -como se sabe de otros contextos- suelen ser normativas exigidas por las Fuerzas Armadas para traspasar la responsabilidad de sus masacres a los políticos que las ordenan. Obviamente, en el desglose de esos detalles, se encuentra la responsabilidad de Añez y, por esa razón, los ha omitido en el relato de su libro.

Tampoco es honesta Añez en el panorama general que pinta de la crisis política. Para ella, solo existía la “violencia de los masistas” desatada frente a las “movilizaciones pacíficas de la ciudadanía”. No existe en todo el libro la menor mención al despliegue violento de los grupos paramilitarizados de la unión juvenil cruceñista, de la resistencia k’ochala o de COMCIPO. No es que ella desconozca lo que hicieron, pues existen referencias en su libro al informe del GIEI, donde se los describe como grupos parapoliciales. Según Añez, el gobierno sólo recoge del informe del GIEI las partes que le conviene e ignora las que no le son favorables. Pero eso es exactamente lo que hace Añez en su libro al omitir las atrocidades de los grupos racistas que sembraron terror en las poblaciones humildes de nuestras ciudades. Así también refiere la quema de las casas de Waldo Albarracín y Casimira Lema. Sin embargo, ni una sola palabra, dice Añez, sobre las quemas de las casas de Cesar Navarro, en ese entonces Ministro de Minería; de Víctor Hugo Vásquez Mamani, en ese momento Gobernador de Oruro o de Víctor Borda, presidente de la cámara de diputados. En relación a este último, el atentado contra él y su familia es clave en el golpe de Estado, pues forzarlo a renunciar mediante la amenaza de asesinar a su hermano secuestrado -extorsión propia de la mafia- implicó hacer a un lado a quien se encontraba mencionado en la lista de sucesión constitucional. También estuvo el martirio de Patricia Arce, alcaldesa de Vinto, a quien la resistencia k’ochala flageló en vía pública haciéndola caminar descalza, golpeándola y echándole pintura y orin, toda una arremetida fascista. Entonces, si Añez no es capaz de ver la violencia desatada por las “movilizaciones pacíficas de ciudadanos demócratas”, contra autoridades del máximo nivel, menos podría ver el terror sembrado sobre la gente humilde del pueblo. No es pues, en absoluto, honesta Añez en su relato, pese a sus esfuerzos por presentarse como tal.

Tratándose de un libro de Añez en el que relata la crisis del año 2019 (el golpe), obviamente se esperaba que detalle y fundamente su autoproclamación, aunque ella no la vea como tal. Sin embargo, es escueta, al respecto. Obviamente, su brevedad está determinada por la necesidad de no decir cosas que le conlleven responsabilidad penal.

El siguiente pasaje refleja esa tendencia a decir las cosas a la rápida, para que sus omisiones no sean expuestas muy notoriamente: “Luego de haber leído el mensaje en el salón de sesiones de la Cámara de Diputados, donde básicamente hice mención al artículo 169 de la Constitución, los colegas parlamentarios comenzaron a felicitarme…”. El artículo mencionado de la Constitución señala la línea de sucesión, que llega, en última instancia al presidente de la Cámara de Diputados. Ante tamaña desvergüenza, el relato golpista se ha apresurado en decir que antes de proclamar la línea de sucesión, primero asumió la presidencia del Senado. Sin embargo, nunca se han referido al hecho de que esa posición le pertenecía, según reglamento, a la bancada mayoritaria.

En realidad, todo el libro es avaro en datos que se espera que se esclarezcan. Por eso es que el lector que pretendía encontrar detalles de los puntos culminantes de aquellos sucesos, se queda defraudado. Consecuentemente se puede concluir que es un libro en el que las omisiones han sido cuidadosamente elegidas.

Carlos Echazú Cortez

Paceño nacido en 1964. Graduado en Ciencias Políticas en la Universidad de Uppsala en Suecia. Se ha desempeñado como docente universitario en varias universidades públicas y privadas del País. Ha dictado cátedra en las materias de Historia de Bolivia y Ciencia Política. Es autor de dos ensayos político-históricos sobre el “Estado y dominio de clase” y “Estado y clases dominantes en Bolivia”. Ha escrito también un manual crítico en métodos de investigación denominado “Crítica al método y método crítico”.

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