Textura Violeta
Más allá del crecimiento económico
Es constante, desde hace casi dos décadas, la puesta en duda de los índices de la economía boliviana en una pugna política incansable y cortoplacista que ciega y ensordece hacia realidades próximas y también globales. Hay muchos aspectos a tomar en cuenta en relación a la mirada que se tiene sobre la economía, sobre quiénes participan y los efectos de ésta en nuestro presente y futuro, veamos algunos de ellos:
Primero, medio ambiente
Si se observa desde lejos, las luchas internas parecen absurdas ante lo que hay y lo que se avecina: “Es aterrador. La era del calentamiento global ha terminado y ha llegado la era de la ebullición global”, dijo en Nueva York el secretario general de la ONU, António Guterres, ante las altas temperaturas globales cuyas “consecuencias son claras y trágicas”, además de incontenibles y crecientes, de las que “los humanos tienen la culpa”.
Nos cocemos a fuego lento y no nos enteramos mucho. En tanto, hay que seguir produciendo y viviendo encerrados entre montañas y selvas como si Bolivia no fuera parte del planeta. De hecho, en Bolivia el aspecto ambiental poco se toca al menos comunicacionalmente, tanto desde espacios públicos como privados, pese a los peligros inminentes del calentamiento global que afectarán a todo el globo ¿Cuáles serán los efectos en Bolivia? ¿Qué se está haciendo para prevenirlos?
Durante las gestiones del gobierno del MAS, y mucho menos durante el período de Jeanine Áñez, este aspecto parecía que chocaba con la necesidad de desarrollar el país, en el entendido de que son los países industrializados y enriquecidos los que deben afrontar su responsabilidad en la contaminación.
Segundo, crecimiento
Con una mirada distinta, en Bolivia, la ministra de la Presidencia, María Nela Prada, ha dicho ante los empresarios cruceños que “no se trata de crecer por crecer, como hacen economías neoliberales”, sino de redistribuir y reducir las desigualdades entre ricos y pobres, “reducir las brechas entre regiones, entre departamentos, entre campo y ciudad”. Mirada distinta porque normalmente para los empresarios y el sentido común aprendido eso de redistribuir no cuaja.
Respecto del crecimiento, el Ministerio de Economía y Finanzas señala que “hasta el cierre de 2023, los organismos internacionales prevén que la desaceleración económica se acentúe y generalice, debido a la continuidad de la guerra en Ucrania, el endurecimiento de las condiciones de financiamiento, la moderación de los precios de los commodities, y el estrés de endeudamiento que afectaría a varias economías de ingresos bajos”.
Según la edición más reciente del informe Perspectivas económicas mundiales del Banco Mundial, “se prevé que el crecimiento mundial se desacelerará, del 3,1 % en 2022 al 2,1 % en 2023”, donde “el crecimiento de las economías avanzadas se desacelerará del 2,6 % en 2022 al 0,7 % este año y continuará siendo débil en 2024”, mientras que los “en los MEED (mercados emergentes y economías en desarrollo), salvo China, se prevé que este año el crecimiento se desacelerará del 4,1 % registrado el año pasado al 2,9 %”.
En todo caso, desde el gobierno se insiste en que en ese “contexto económico mundial negativo, Bolivia liderará los índices de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de la región y mantiene su previsión para cerrar el año 2023 con un crecimiento del 4,86%”.
Tercero, redistribución y desigualdades
La Ministra habla de la necesidad de redistribuir y reducir la brecha entre ricos y pobres y eso tiene que ver con las desigualdades. Al respecto, vale la pena recuperar el informe “La igualdad posible. Alternativas para imaginar la próxima milla en Bolivia”, elaborado por Oxfam en Bolivia presentado hace unos meses con injusta repercusión, por haber sido reducida, y que da un panorama de la situación boliviana en relación a las desigualdades, así como la percepción que de éstas se tiene en el país. De este informe vamos a mostrar algunos puntos:
El más relevante es un cuadro que muestra la importante reducción de la pobreza en Bolivia desde el año 2000 al año 2021, lapso en que la pobreza total de la población bajó del 66% al 36%, mientras que la extrema pobreza disminuyó del 45% al 11%. Estas cifras indican que hubo una mayor distribución de la riqueza.
Respecto de la desigualdad, el informe muestra un desglose en el que se observa que (en 2021) en Bolivia están en fuerte desventaja las personas que tienen una actividad económica informal, quienes son jóvenes menores de 25 años, quienes son indígenas y que viven en el área rural. La diferencia entre hombres y mujeres no es tan significativa; sin embargo, algo más de la mitad de quienes cumplen los requisitos críticos anteriores son además mujeres.
Este informe también muestra que, pese a la anterior realidad descrita, el índice de sensibilidad respecto de la desigualdad social la mayoría de las personas encuestadas para este trabajo “muestra una sensibilidad alta a la desigualdad socioeconómica (62 %), la mitad (50 %) son sensibles a la desigualdad de género y solo un tercio (33 %) expresa sensibilidad a la desigualdad étnico-cultural”. O sea, lo que importa a la mayoría es la desigualdad socioeconómica, mientras que presenta una “baja sensibilidad (67,9 %) a la desigualdad étnico cultural”. El racismo permanece.
Cuarto, género y economía de cuidado
La Ministra, en su propuesta reflejada en los medios, habla de reducir desigualdades entre campo y ciudad, lo que implica hablar de desigualdades étnico culturales. Le hizo falta, a la ministra, mencionar las desigualdades entre géneros, ya que en general son las mujeres las que mayor empobrecimiento sufren a lo largo de su vida, en relación a los varones.
En este sistema de ganancia para unos en desmedro de otros, las mujeres están ausentes y las funciones que cumplen son invisibilizadas, por ello se habla de reivindicar y dar valor a la “economía del cuidado” que es la que sostiene toda actividad humana y que además es la que tiende a cuidar más del medio ambiente.
Recurrimos a la investigadora Corina Rodríguez Enríquez que lo explica en un artículo: “La economía feminista se caracteriza por poner en el centro del análisis la sostenibilidad de la vida, descentrando los mercados. En consecuencia, el objetivo del funcionamiento económico desde esta mirada no es la reproducción del capital, sino la reproducción de la vida. La preocupación no está en la perfecta asignación, sino en la mejor provisión para sostener y reproducir la vida. Por lo mismo, la economía feminista tiene como una preocupación central la cuestión distributiva”. Es decir, que si se habla de redistribuir habría que tomar en cuenta a las mujeres.
Rodríguez agrega que la economía feminista hace énfasis en el nudo producción/reproducción, recogiendo los antiguos debates sobre el trabajo doméstico. Para ello incorpora y desarrolla conceptos analíticos específicos: división sexual del trabajo, organización social del cuidado, economía del cuidado.
Así, se entiende por economía de cuidado “todas las actividades y prácticas necesarias para la supervivencia cotidiana de las personas en la sociedad en que viven. Incluye el autocuidado, el cuidado directo de otras personas (la actividad interpersonal de cuidado), la provisión de las precondiciones en que se realiza el cuidado (la limpieza de la casa, la compra y preparación de alimentos) y la gestión del cuidado (coordinación de horarios, traslados a centros educativos y a otras instituciones, supervisión del trabajo de cuidadoras remuneradas, entre otros)”.
De esa manera, el trabajo de cuidado “cumple una función esencial en las economías capitalistas: la reproducción de la fuerza de trabajo. Sin este trabajo cotidiano que permite que el capital disponga todos los días de trabajadores y trabajadoras en condiciones de emplearse, el sistema simplemente no podría reproducirse”.
Quinto, decrecimiento económico
Imaginemos que se logre una mejor distribución de la riqueza y se logre reducir la pobreza, veremos que falta aún más ¿Nuestra economía debe seguir creciendo?
En las cifras anteriormente mencionadas y en general cuando se habla del decrecimiento económico, éste se ve como algo negativo y nefasto. De hecho, lo es para el sistema económico capitalista vigente que si no crece colapsa; sin embargo, este crecimiento está destruyendo el planeta, por ello surgen las voces de organizaciones ecologistas que, ante la lógica de “no es posible el crecimiento continuo en un planeta limitado”, plantean el decrecimiento sostenible como solución urgente ante la crisis ambiental planetaria. Lo que implica un cambio de sistema económico.
Respecto del decrecimiento hay bastante bibliografía, entre lo producido está el texto The Future is Degrowth. A Guide to a World beyond Capitalism de Matthias Schmelzer, Andrea Vetter y Aaron Vansintjan, sobre el que, en un artículo publicado en 15/15/15, Pepe Campana señala que “todas las críticas –escriben los autores del libro– apuntan al hecho de que los seres vivos, humanos y no-humanos, forman parte de una compleja red de relaciones de interdependencia que no puede capturar de forma adecuada una mera descripción económica que, en lugar de explicar la verdadera lógica que hay detrás de las relaciones sociales y socio-ecológicas, las oculta”.
El articulista señala que “o avanzamos por esta senda y contamos con una organización y movilización intencionadas y a gran escala para lograr los cambios que necesitamos, o (citando a los autores del libro) ‘la alternativa será que se intensifiquen las crisis sociales y medioambientales y la cada vez más brutal defensa del modo imperial de vida; en otras palabras, un eco-apartheid’”.
En la misma revista, Gisela Ruiseco Galvis explica que “el decrecimiento, que sostiene que no se puede buscar la sostenibilidad siguiendo el camino del crecimiento económico como lo entendemos hoy, parte de dos pilares desde los cuales se podrían reconstruir nuestras economías desbocadas: lo común y, el tema que nos concierne, los cuidados”, ya que “si no tenemos en cuenta el análisis feminista, corremos peligro de adoptar políticas que no toquen la estructura (patriarcal) subyacente”.
Yendo más allá del tema de los cuidados, podemos entender el capitalismo como dependiente en su fundamento de la apropiación de muchos otros aspectos no monetizados de nuestras sociedades. Dengler y Strunk (2018) han conceptualizado una frontera entre lo monetizado (que entra a formar parte de PIB) y la base que lo mantiene, donde tiene lugar el aprovisionamiento social y ecológico. Como defienden las autoras, ir más allá de esta frontera no será posible dentro del paradigma del crecimiento.
Y Bolivia crece
Como se ha dicho, en la versión del gobierno, Bolivia crece y lo hace desde hace más de 15 años y además se ha reducido la pobreza y la extrema pobreza; sin embargo, el país no deja de ser pobre en cifras convencionales de producción ¿Puede darse el lujo de no crecer, cuando los países nombrados desarrollados multiplican por mucho su producción, riqueza y estatus de sus poblaciones, además de su grado de contaminación?
En todo caso, el panorama a tomar en cuenta es muy amplio y a estas alturas, en la que el planeta está al borde del colapso, prestar atención sólo a parámetros aislados y limitantes como el crecimiento económico no puede ser suficiente. Se debe tomar en cuenta a todas las desigualdades para reducirlas y encarar otras maneras de (sobre)vivir en las circunstancias ambientales actuales.