300 palabras, un mundo

Los hombres vestidos de kaki

Elvis Vargas Guerrero

Youssef, joven sudanés aparece a la moda actual con imitación de sudadera Lacoste, Jeans rasgados y envejecidos y chinelas. Relata ante las cámaras de televisión cómo las bombas caían en el aeropuerto cercano a su casa en Jartum. Le acompañaba su esposa vestida con burka y un niño con sudadera de la selección brasilera. Escapan por esas calles polvorientas similares a las de El Alto, con edificios sin revoque, minibuses, el cielo azul sin nubes. La gente era diferente, descendientes de árabes nómadas y etnias del África Central, mucho mestizaje.

Las guerras tienen un trasfondo común: la apropiación de la riqueza. En Sudán es muy descarnada. Después de la guerra fría, fue la instauración de la democracia como sistema de gobierno mundial uno de los actos civilizatorios más crueles. Tumbar dictadores se convirtió en los hobbies de los inquilinos de la Casa Blanca. Sudán no fue la excepción, Omar al-Bashir ya estaba 30 años en el poder y decidieron cambiarlo. EE.UU. impuso a través de su aliado Egipto -Sudán siempre fue su patio trasero- al general Abdel-Fattah Burham como un tránsito hacia un gobierno civil. Pero el pecado de la codicia enloquece y no llegó la institucionalidad, dividiéndose el territorio entre las milicias. Creció el imperio del más fuerte, confirmando lo que la genética hace tiempo postuló: los seres humanos actuales descendemos de reyes, de los abusivos.

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Un país en manos de Burham, presidente, y Mohamed Dagalo, jefe de las Fuerzas de Acción Rápida, un beduino analfabeto que posee muchas minas y empresas. Ellos vestidos de kaki, posesos por el romanticismo que hace correr oro, lujo, armas y sangre, luchan ¿Por qué si son tan amigos de Rusia o de EE.UU.? No los separa la religión, la política, el color de la piel, quizás sólo el ego.

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