300 palabras, un mundo

Igüembe, el miedo al desarrollo

Elvis Vargas Guerrero

En una esquina del Chaco Boreal se planta Igüembe, pueblo que podría ser el Macondo boliviano, analogía de los cuentos con que las viejas hacían dormir changos y que viajaban entre generaciones perviviendo así el espíritu de la pampa y las últimas estribaciones de la Cordillera Oriental descritas por los cronistas hace siglos, como el pueblo más antiguo de la región.

El agua es su distintivo y de allí proviene su nombre. El abandono se apoderó de estos trechos desde el tendido de la línea férrea y la desaparición de la ruta del quebracho. La muerte del Chaco. Igüembe parecía condenado a desaparecer en el tiempo. Largos son los años en que la sequía azota, el maíz se malogra, la mala fortuna se llevaba los novillos y los jóvenes escapaban con ventolera del progreso.

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Pero Igüembe todavía existe y crece. La gente vuelve. Surge una pregunta, ¿adónde van los rumbos del desarrollo? El sabio Bacuire veía el progreso como sinónimo de desaparición, probablemente le preocupaba un apocalipsis cultural. Pero un Igüembe globalizado sólo quiere vivir bien y sabe que su destino está ligado a la Quebrada del Angosto, ese hilo de agua que porfía entre la roca y el barranco. La vida va con ella, es la vena del medio ambiente. En esa corriente de agua, morada de churumas está el futuro. Construir una represa para devolver el caudal a la quebrada y no llevarse el agua a otro lado, impulsaría el turismo local y actividades como la piscícola o el riego, confirmaría que ecología y desarrollo pueden ser un matrimonio mágico.

Temer que una represa se rompa al estilo Hollywood y arrase con todo es temer al progreso, similar a una persona que no sale a la calle por miedo a que un piano le caiga en la cabeza.

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