La intelectual indígena boliviana de gira por España

Aplausos para Elvira Espejo Ayca

Drina Ergueta

Elvira Espejo Ayca llega a la testera del auditorio del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) sin estridencias; pero, eso sí, vestida con una pollera de tejido especial, con figuras, que sólo aprecian personas entendidas, y las imprescindibles trenzas que caracterizan a una mujer indígena andina. La sala está casi llena y la gente sonríe complacida al verla y más adelante quedará encantada por la disertación de esta mujer del sur que cuestiona y también traduce el concepto de arte occidental. Pero, ¿cuánto de ese aplaudido discurso cala y trasciende?

Hay contadas personas bolivianas en la sala, principalmente mujeres, alguna, indígena como ella, le saluda abriendo las dos manos delante del cuerpo a modo de un jallalla mudo, Espejo responde espontánea y sonriente, como niña, luego vuelve a la seriedad de la ocasión. Va a comenzar su charla. La presenta María Berrios del Macba indicando que acaba de llegar de Valencia, donde también hizo una ponencia, luego es el turno de Max Jorge Hinderer Cruz, codirector del Programa d’Estudis Independents (PEI), que la acompaña durante toda la exposición. Ambas presentaciones hablan de esa otra visión que Espejo plantea, de ese pensar y sentir con la cabeza, las manos, los pies, el cuerpo…

Elvira Espejo Ayca es actualmente la directora del Museo Nacional de Etnografía y Folklore en La Paz y es además una artista plástica, narradora, tejedora y la primera mujer del ayllu Qaqachaka que salió de su pueblo a estudiar en la universidad, hace más de 20 años. Tiene varios libros publicados sobre estudios relacionados fundamentalmente con el textil andino:  Kaypi jaqhaypi. Por aquí, por allá (2017); Hilos sueltos: los andes desde el textil (2016); El textil tridimensional. La naturaleza del tejido como objeto y como sujeto (2013); Tejiendo la vida. La colección textil del museo nacional de etnología y folklore, según la cadena de producción (2013); Ciencia de tejer en los andes. Estructuras y técnicas de faz de urdimbre (2012); Ciencia de las mujeres (2010). La mayoría, publicaciones realizadas junto a Denise Arnold y, en algún caso, junto a Juan de Dios Yapita.

Elvira Espejo saludando con un jallalla a una boliviana

 

“Estoy feliz de compartir el pensamiento que nace en el sur”, comienza Espejo. Habla claro, con un buen castellano latinoamericano, algo que no siempre pasa en una persona indígena (con una lengua materna distinta, muchas veces con educación restringida o con uso de modismos propios) y eso, aunque no de manera consciente, llama un poco la atención. “¡Qué bien habla!”, comenta con orgullo la mujer que le saludó. Como adivinando esa sensación que provoca, Espejo señala que la educación impuesta en vertical desde occidente, como medida de calidad y de verdadera ciencia, no toma en cuenta a los saberes y tecnologías de otros territorios.

Y desde ese territorio propio, y luego de formarse formalmente como artista en la academia, es que Espejo se pregunta “¿Cómo se traduce el arte?”, ese concepto occidental que no tiene traducción en aimara o quechua. Es desde esa búsqueda que esta intelectual indígena explica un proceso de análisis para llegar a afirmar que la traducción es “La crianza mutua de las cosas”.

Para llegar a esa conclusión, Espejo ha trabajado, junto a otras investigadoras, haciendo un recorrido por Perú, Colombia, Ecuador, Argentina y Bolivia para observar y analizar a mujeres tejedoras y sus productos. “El Arte no cae del cielo, tiene que ver con pensar desde la mente, pero también desde las manos y desde el cuerpo”, afirma.

Su propio pensamiento, la afirmación que hace sobre el arte, es un tejido en el que ha ido incorporando conceptos sólo propios en su lengua, ya que cada lengua refleja la forma de pensar de la sociedad que la utiliza.

Parte del hilo de wiwañas que dice “crianzas mutuas” y lo teje con uywaña uyway porque, lo explica con un ejemplo: “la retina del ojo se educa, los colores que somos capaces de ver forman parte de nuestra educación. En nuestro caso (pueblos aimaras) tenemos muy refinada la visión para los tejidos, sus colores; pero también es refinado el tacto, para las texturas. Hacemos una lectura con el alma y el cuerpo”.

Luego toma el concepto ali uywaña que tiene que ver con la crianza mutua de las plantas, de respetarlas desde las semillas, su viaje a otros territorios y las conexiones que ello representa. Aquí rechaza el esquema europeo de domesticación agrícola y pone el ejemplo de la pérdida de los colores en el algodón, haciendo que hoy sólo haya el blanco.

Pasa entonces al uywa uywaña, que es la crianza mutua de los animales y la relación de éstos con la tierra y las plantas y con las estaciones. Toma luego el concepto de yanak uywaña que es la crianza mutua de los bienes, donde el objeto es a la vez sujeto porque contiene vida propia y merece respeto y cuidado, proviene de la tierra o de los animales. Todo está conectado.

“Hay que hacer esa conexión para no ser sólo tú el importante, sino toda la vida y todo alrededor”, afirma, y eso tiene que ver con amta yarachhuywaña, que es la crianza de los pensamientos y los sentimientos, y con amuyt’ anakax uywaña, que es la crianza mutua de los pensamientos en constante reflexión que es lo que lleva al conocimiento del entorno, como saber qué tipo de nubes son esas, conocer lo que trae el viento, entender qué pasa según el canto de los pájaros.

Esto nos lleva a jaqichaña, que es la crianza de la obra de arte, del hecho de crear y recrear, donde en el caso de los tejidos la fibra de lana que proviene de un animal se conecta con el instrumento como una rueca de madera de un árbol y con la mano de quien hila y luego teje.

Para llegar, finalmente, al concepto que sería el arte: yanak jaqichaña, que es la crianza mutua de las cosas. Porque, además, todo se hace en comunidad.

Pero añade dos conceptos más: chuyma, que es pulmón y que es más importante que el corazón ya que absorbe el aire, el entorno, y de alguna manera representa al cuerpo y, por eso, se utiliza el chuymamantiw lup’íta, que significa pensar con el pulmón. Así, en el caso del tejido, esto se traduce en reconocer tipos de tejidos no sólo por la vista y el tacto, sino también por el sonido y por el olfato.

Este concepto está muy relacionado con el arte cuando se dice uñachht’ ayañai, que significa exhibir a todo pulmón, a cielo abierto, en la fiesta, en la comunidad para todas las personas; al contrario que en el mundo occidental, que se exhibe en museos y no siempre es accesible a todo público.

Espejo concluye su exposición con una reflexión respecto del consumo desenfrenado que daña al planeta, de ese consumo egoísta que no toma en cuenta al producto y su relación con su origen animal o vegetal, que no toma en cuenta a la comunidad. La aplaude un público entregado, satisfecho, que es principalmente español y, aparentemente, del mundo académico y artístico.

Elvira Espejo junto a Max Jorge Hinderer Cruz frente a un público atento.

¿Es lo que esperaban escuchar y ver? Seguramente sí, un discurso y pensamiento distinto al habitual, desde una perspectiva contraria a la cotidiana llena de individualismo y consumismo, y también desde una persona cuya imagen coincide con ese discurso opuesto: una indígena explicando sobre la conexión de la tierra, sus riquezas, con los animales y las personas, y la urgencia de cuidar el planeta. Y habla bien el idioma, y eso sí que no coincide tanto, ya que no es habitual en su experiencia con algunas mujeres andinas que llegan a limpiarles la casa, suya o de otra persona cercana. Hay tanto microracismo siempre presente.

Comienza el turno de preguntas y surgen temas como el respeto y cuidado de las culturas, ante su inminente desaparición por efecto de la globalización; la tecnología y saberes de los pueblos que no son reconocidos desde occidente; la forma de ver los tejidos andinos, donde intervienen las matemáticas, la química y el conocimiento de plantas, tierras y aspectos como el viento para fijar los colores: conocimientos despreciados o no tomados en cuenta por quienes les investigan o valoran.

Espejo comenta que a los textiles andinos se les debe observar de una forma tridimensional, sin tomar en cuenta sólo la figura y sus colores, sino también al tejido, sus hilos entrelazados y su simbolismo. Afirma que hay 33 mil muestras en el Musef que ella dirige. Por ello, se le pregunta ¿qué pasa con el expolio de obras andinas durante y después de la colonia? ¿Qué se está haciendo para recuperarlas?

En ese mismo espacio del Macba, a finales de 2014 se llevó a cabo un seminario sobre “Descolonizar el museo” en que una de las disertantes, experta en la materia, señaló que en varios museos europeos había tal colección recopilada y apilada de obras tomadas de las excolonias (principalmente África, además América) que permanecen guardadas y no salen a luz por dos razones: el temor a que los países de origen reclamen la propiedad o, también, el temor a que se transmitan alguna enfermedad. Por ciento, en esa ocasión, allí también brilló, con otro estilo, histriónico, y otro discurso, la boliviana María Galindo.

En Bolivia no hay condiciones para preservar muchas de las piezas que hoy se encuentran en otros museos, donde tienen curadores y recursos, ha respondido Espejo. “La gente piensa que es reclamar y listo”, dijo adoptando una postura, digamos que, práctica y poco reivindicativa respecto del tema.

Preguntada sobre qué se hace en Bolivia para dar a conocer la riqueza cultural, concretamente del textil, que ella explica en España, respondió señalando que en una sociedad racista como la boliviana poco se puede hacer todavía, pese a que ha habido avances y retrocesos en la erradicación de este mal que lacera y divide al país. Desde el Musef se hace lo que se puede.

En todo caso, es evidente que el discurso que Espejo hace y el conocimiento que transmite en estos ambientes culturales de España se reciben con cierto aprecio, mucha curiosidad y algún interés; sin embargo, no dejan de ser extraños, ajenos y de “el otro”, por lo que es más difícil que calen y tengan capacidad de transformar modos de pensar y de relacionarse con los países del sur y sus culturas. Probablemente ha sido como probar una comida exótica, sabrosa, pero mañana volveré al menú de casa.

Acaba el acto, la última en tomar la palabra es la boliviana indígena que, nacida cerca de Ayo Ayo hoy vive en Barcelona, trabaja siete días a la semana, en días hábiles cuidando a una persona mayor y en fin de semana en un restaurante, para enviar remesas cada mes a su familia. Está muy emocionada, explicita su orgullo de ver a alguien como ella dando una clase magistral, lo dice en sus palabras que contienen la fuerza del sentimiento y, de paso, reclama a la vez que ese conocimiento se transmita a la población boliviana. Sin pensarlo, ha logrado que el acto quede redondo, también le aplauden a ella.

Abrazo entre Elvira Espejo y una mujer boliviana migrada en Barcelona.

 

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