La prensa revolucionaria y los mercenarios de la comunicación

Luis Alberto Echazú Alvarado

La prensa revolucionaria se ha desarrollado siempre en condiciones muy difíciles, las más de las veces en clandestinidad, con escasos recursos provenientes de los aportes de la militancia y de simpatizantes, con suscripciones limitadas y esquivando la persecución y enfrentando a los medios oficiales y a todo el conjunto de los aparatos ideológicos de Estado.

La prensa revolucionaria un pudo alcanzar tirajes considerables, no llegó nunca a las grandes masas campesinas o pobladores de provincias y municipios alejados de los centros urbanos.

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El analfabetismo y el hecho de estar escrita siempre en castellano fueron factores decisivos para su escasa difusión y llegada a sectores populares. La represión, el amedrentamiento y la confiscación hicieron el resto. La prensa revolucionaria se restringió a sectores urbanos, al proletariado fabril y constructor, maestros, artesanos, a pequeños comerciantes, a universitarios y círculos de intelectuales, en al área rural a obreros de las minas y ocasionalmente a asalariados agrícolas.

La prensa revolucionaria se caracterizó por la veracidad, por la denuncia de las injusticias, por la defensa de los intereses de los más humildes, explotados y oprimidos y por difundir el programa revolucionario de transformación radical de la formación social boliviana. Ningún escritor o columnista recibió emolumento alguno por sus aportes, por el contrario, fungían y fungen además como distribuidores y vendedores, desafiando la represión y el encarcelamiento.

Aún con todas estas limitaciones, la prensa revolucionaria tuvo y tiene hoy importancia en el esclarecimiento de las posiciones políticas, en la interpretación de la historia de nuestra patria, en la lucha y el protagonismo de los líderes y dirigentes genuinos del pueblo y en la denuncia de las políticas de las clases dominantes, la oligarquía y sus golpes de Estado y sus gobiernos fascistas masacradores del pueblo, que pretenden dividir Bolivia. Las actuales posibilidades que ofrecen las tecnologías de información y comunicación sirven para superar en parte, las limitaciones del pasado.

Las y los escritores y periodistas demócratas, progresistas y revolucionarios escriben por convicción, con el convencimiento de que su causa es justa, de que su trabajo es parte de la incansable lucha por lograr una sociedad donde sean desterradas la explotación y la opresión.

La prensa conservadora, la prensa de los grandes propietarios, a la vez parte del entramado oligárquico, tiene por una parte a sus escritores y publicistas orgánicos, aquellos intelectuales formados casi siempre en universidades extranjeras, con ostentosos títulos, pero escasa producción intelectual de fondo, defienden sus propios intereses a través de sus propios órganos, los dominantes en el espectro periodístico, tanto escrito, como oral y televisivo.

Hoy como ayer, los barones de estaño, los oligarcas del complejo soyero, cárnico-terrateniente e industrial bancario, tienen sus propios medios de comunicación y desinformación. Los periódicos con mayor tiraje, las radios y redes televisivas con mayor alcance son propiedad de esta oligarquía mediática.

Hay otra fracción de periodistas y analistas que, sin ser parte orgánica de esta oligarquía, sirve sus intereses, son aquellos que escriben por encargo, con agenda y temas predefinidos por sus empleadores y financiadores. No tienen convicción alguna, son los mercenarios de la comunicación, de la desinformación y de la mentira. Son los encargados de la guerra sucia y de la calumnia, del ocultamiento de los crímenes y abusos de sus gobiernos.

Los mercenarios de la comunicación no tienen más ideario que el dinero, las migajas que reciben por cada brulote, por cada informe falso, por cada noticia mentirosa o por cada “investigación” cuyo origen ni siquiera es propio, sino cedida por los aparatos de inteligencia de países y gobiernos extranjeros, acostumbrados a la intervención en asuntos internos de otros países.

Los mercenarios de la comunicación se han distinguido en el último gobierno golpista por sus contratos para defender a un gobierno nefasto, corrupto y criminal, ocultando sus crímenes y masacres, su desenfrenada corrupción y nepotismo, denostando al pueblo y a sus organizaciones, a sus dirigentes y representantes.

Los mercenarios de la comunicación tienen especímenes repulsivos como aquel que después de una vil calumnia y aceptando su infamia, no duda en retractarse una y otra vez, esperando una nueva oportunidad para repetir su acostumbrada práctica. Es este mismo personaje que ha sido premiado, lógicamente por la oligarquía mediática.

Los mercenarios de la comunicación se han multiplicado durante el largo período neoliberal, muy bien remunerados por los ingentes recursos de la (des)capitalización, las reformas neoliberales y los gastos reservados; la fuente de sus recursos se ha interrumpido con el advenimiento del gobierno del proceso de cambio, hecho que ha encolerizado a este pequeño grupo corrupto de periodistas que desprestigian su gremio.

El gobierno de facto ha devuelto esos privilegios escandalosos e ilegales a los mismos mercenarios del neoliberalismo, incluso con mayor descaro y cinismo que en el pasado. Aparecían siempre como analistas independientes, en comandita y en escenarios sin oposición para generar la impresión de que sus opiniones eran de consenso.

En consenso aseguraban que el MAS nunca rebasó el 20% de las preferencias electorales y que los resultados obtenidos en cinco triunfos consecutivos eran producto del fraude, que se vería descubierto en las elecciones de 2020, dirigidas por un tribunal electoral impuesto por el gobierno golpista.

El 70 u 80% del país estaba en contra del proceso de cambio, que gobernó durante 14 años de dictadura antidemocrática, despilfarrando los recursos públicos.

Toda su estantería se hizo añicos, su gobierno dejó los rastros más profundos de la corrupción y el crimen organizado.

Hoy salen a luz los contratos de la vergüenza para que el pueblo los reconozca y sepa de sus andanzas, del aprovechamiento de su pluma infame, en medio de dolor y del luto del pueblo.

Los organismos sindicales del periodismo están obligados a investigar cada uno de estos turbios contratos de los mercenarios de la comunicación.

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