Desentrañando la posverdad

Carlos Echazú Cortez

No son nuevas las campañas propagandísticas abrumadoras por parte de las élites y clases dominantes que, promocionando sus intereses y objetivos políticos, distorsionan los hechos a su gusto y sabor. ¿Qué tiene entonces de nuevo la posverdad?

Veamos, la experiencia política experimentada en nuestro país, durante los últimos dos años, nos proporcionan elementos para caracterizarla de modo un poco más preciso que la simple definición como campañas mediáticas abrumadoras que distorsionan los hechos, para imponer en la población un imaginario sobre un suceso completamente distinto al efectivamente sucedido.

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La visión entregada por algunos voceros de la derecha nos da lugar a precisar la primera de las características básicas de la posverdad. Ellos han afirmado que el gobierno de Arce ha generado la posverdad del golpe de Estado. Nada más absurdo que eso. La posverdad es una campaña mediática y quiénes  tienen la posibilidad de posicionar una posverdad son los que tienen a su disposición los grandes medios de comunicación. Ellas son las élites económicas y las clases dominantes. Más aún, como clase social, monopolizan los medios de comunicación del stablishment. No estamos descubriendo la pólvora, todos los regímenes progresistas, en todos los lugares y tiempos, han sido víctimas de campañas mediáticas de las élites. Por lo tanto, la primera conclusión al respecto es que la posverdad  tiene siempre un carácter de clase, pues sirve para promover los intereses de esas clases dominantes.

En segundo lugar, las posverdades constituyen tácticas mediáticas concretas insertadas dentro de una estrategia política general. Por eso es que se articulan con acciones determinadas  y unas y otras, (posverdades y acciones), se suceden vertiginosamente. Eso quiere decir que la posverdad constituye un paso más adelante de la mera operación de desgaste para minar la legitimidad de un gobierno progresista. De lo que se trata es de impulsar una acción política determinada. Dado que la posverdad está conscientemente generada e insertada, obedece pues a un plan determinado con objetivos concretos. Por eso, una vez que se la difunde, se la completa con acciones políticas concretas. En este marco, la derecha boliviana generó la posverdad de un pretendido fraude realizado en las elecciones de 2019. No se esperó a que la acusación fuera probada (no había posibilidad de probarla, puesto que fue una invención), y entonces se actuó inmediatamente, incendiando los ambientes de los Tribunales Electorales Departamentales, se anuló las elecciones, se tomó presos a los miembros de esos tribunales y listo, la posverdad consumada. No se trató entonces de la generación de un debate en la sociedad sobre el tema. Simplemente se la dio por hecho y se actuó en consecuencia. Es entonces, la segunda característica: está inserta dentro de un plan concreto determinado y se articula vertiginosamente con acciones políticas determinadas.

La tercera característica es su irracionalidad. En el caso que comentamos, la posverdad era realmente irracional, pues la anulación de una elección debió ser precedida de una determinación, previa demostración, por órgano o entidad competente. Nada de eso ocurrió, simplemente se recurrió a un infame informe de la OEA que no se refiere al presunto cuerpo del delito, es decir, las actas electorales, si no a un material no oficial, el TREP. Más aún, el pretendido autor del fraude, Evo Morales, retó a los acusadores a realizar una auditoría internacional y ellos se negaban a aceptarla. Esta fue la mayor de las irracionalidades: “El dictador que había hecho fraude pedía que la comunidad internacional realizara una auditoría a esa elección, mientras que los acusadores, se negaban a aceptar esa auditoría“. Pido al lector que relean la frase entrecomillada, pues constituye una irracionalidad de antología. No importa que, posteriormente, la derecha utilizó el informe de la OPEA. El hecho es que mientras se esperaba ese informe, el “dictador” insistía en la auditoría, mientras los “demócratas” se negaban a aceptarla.

La cuarta característica de una posverdad es que obvia e invisibiliza a las versiones que la contradicen. En el lamentable caso de la acusación a Evo de estupro, la denuncia fue desmentida por la propia presunta víctima, pues ella, en carta formal a la Defensoría del Pueblo, señaló que en primera instancia fue extorsionada por el ministro del Terror del régimen, a declarar como lo había hecho inicialmente. Más aún, un periodista, que de ningún modo puede ser tildado de masista, Jhon Arandia, descubrió que los certificados de nacimiento que presentaron varias mujeres alegando ser madres de hijos de Evo, era falsos, pues tenían el mismo código QR. De este modo, las acusaciones se revelaron como falsas. Sin embargo, la posverdad del “estupro de Evo” continuó siendo difundida sin mencionar siquiera las versiones y pruebas que demostraban su falsedad.

De este modo, tenemos 4 características de la posverdad; es una campaña mediática que la impulsan las clases y élites dominantes; está articulada y se sucede con objetivos y acciones políticos concretos; es irracional y obvia las versiones y pruebas que la desmienten.

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Carlos Echazú Cortez

Paceño nacido en 1964. Graduado en Ciencias Políticas en la Universidad de Uppsala en Suecia. Se ha desempeñado como docente universitario en varias universidades públicas y privadas del País. Ha dictado cátedra en las materias de Historia de Bolivia y Ciencia Política. Es autor de dos ensayos político-históricos sobre el “Estado y dominio de clase” y “Estado y clases dominantes en Bolivia”. Ha escrito también un manual crítico en métodos de investigación denominado “Crítica al método y método crítico”.

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