Diseminación e implosión política y social


Raúl Prada Alcoreza


Diseminación e implosión política y social

Raúl Prada Alcoreza

Diseminación e implosión política y social


Raúl Prada Alcoreza





¡Fuera los pirómanos de los bosques! Son crímenes de lesa naturaleza, también etnocidios y crímenes de lesa humanidad.  Pueblo asume tu responsabilidad, expulsa a estos delincuentes de los bosques, han perdido ipso facto el derecho de habitar en la Amazonia, el Chaco, el pantanal y los valles.  Pueblo, si no actúas eres cómplice de estos crímenes.  Un pueblo que no defiende la vida, los ecosistemas, los bosques, no merece existir. 

El contenido de estas páginas no refleja necesariamente la opinión de Bolpress

  

 

Crisis múltiple y demagogia proliferante

 

Estamos en el remolino de la crisis que, como dijimos es una crisis múltiple, ecológica, civilizatoria, del sistema mundo capitalista, también crisis política y económica, además de social. Haciendo un recorte, hablando solamente de la crisis económica, que, obviamente, es mundial, por eso, regional y nacional, con las distintas tonalidades adquiridas singularmente, la crisis en Bolivia se configura en la composición histórica de tres ciclos, el ciclo largo, el ciclo mediano y el ciclo corto. En el ciclo largo tiene que ver con el modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente, que genera dependencia y, además a costos demasiado altos ecológicos, irreversibles. El ciclo mediano tiene que ver con un Estado rentista y una estructura económica cuyo diseño corresponde a la exportación, principalmente de materias primas, diseño en el cual está atrapada el resto de las exportaciones. El ciclo corto tiene que ver con políticas económicas sin horizonte y sin estrategia, sugeridas en la improvisación, tanto en su versión neopopulista como neoliberal.

 

Los síntomas en la coyuntura se pueden resumir en los siguientes indicadores macroeconómicos: La deuda externa que sobrepasa los 10 mil millones de dólares, al 2020. La deuda interna también sobrepasa los 9 mil millones de dólares. La deuda externa equivale al 25% del PIB y la deuda interna equivale al 23% del PIB, lo que implica, que la deuda total equivale al 48% del PIB. Las reservas internacionales bajaron a 6 mil millones de dólares, después de haber llegado en el 2014 a los 15 mil millones de dólares, desde cuando comienzan a bajar, debido al uso gubernamental que se hace de los mismos. Es decir, las reservas internacionales bajan al 2020 en más de la mitad; ya en el cierre de gestión del 2019 esa era la magnitud de reducción de las reservas internacionales.

 

En la coyuntura, las materias primas, los hidrocarburos y los minerales, anuncian una subida, sobre todo por el reciente comportamiento de la economía mundo.  Relativa recuperación económica de China, después de haber sufrido las consecuencias de sus primeras olas de la pandemia; incremento del consumo de gas en la India, el anuncio del nuevo gobierno de Estados Unidos de Norte América de un estímulo para reactivar la economía de 1,9 billones de dólares, además de la paulatina inclinación por regularizar la economía en otras regiones y países. Empero, esta subida de los precios tiene que ser contrastados con el costo de la restricción, recesión y paro económico, provocado por la pandemia en todo el mundo. Crisis económica que repercute notablemente en la crisis social, altamente agudizada.

El crecimiento económico, medido como variación del PIB, estuvo en el orden del 4,2% en el 2028, para bajar a 2,7% en el 2019, y bajar estrepitosamente a -5,9% en el 2020, llegando a recuperarse hasta el 2,2% en los primeros dos meses del 2021; no se tiene, ciertamente la variación del PIB del año entero, por lo que la última cifra no es comparable. Sin embargo, hay que tener en cuenta un recorrido un poco más largo de estas variaciones. El pico más alto se alcanzó el 2013, cuya tasa de crecimiento fue del orden del 6,83%, a parir de entonces se marca una tendencia a bajar. En el 2014 la tasa de crecimiento es de 5,5%, en el 2015 es de 4,85%, en el 2016 es de 4,30% y en el 2017 es de 4,20%; es decir que el llamado crecimiento económico comienza a bajar desde el 2014. ¿A qué se debe esta caída? El economista y analista económico Gonzálo Chavez Alvarez se pregunta:

 

“¿Quién es responsable de seis años de déficit comercial, siete de déficit público, pérdida de más de 8.500 millones de dólares de las reservas internacionales entre 2014 y 2019, aumento de la deuda externa del 14 al 26 % del PIB, caída de la inversión pública a partir de 2016, crecimiento brutal de la economía informal y la desaceleración de la economía desde 2014?”. Ironiza la respuesta inmadura del gobierno de Luis Arce Catacora que culpa de semejante caída del crecimiento económico y de la crisis actual al “gobierno de transición”, que solo duró un año.

 

Desde nuestra perspectiva, como lo dijimos en escritos anteriores, relativos a la temática y problemática, en Bolivia no hubo desarrollo económico, como acostumbran a hablar los economistas, que implica transformación de las condiciones iniciales de producción. Volviendo a la jerga economista, solo hubo crecimiento económico debido a la bonanza de las materias primas, no tanto por una buena gestión económica, cuyo procedimiento se restringió a la habilidad de cajero. Ahora bien, la tasa de crecimiento económico es un indicador relativo del crecimiento, se trata de una variación porcentual, no se refiere a nada más. No habla de los desplazamientos y modificaciones cualitativas de la composición de la estructura económica. Entonces este indicador solo sirve como orientación cuantitativa de los ritmos anuales de la variación del PIB. Empero, el gobierno neopopulista de Evo Morales Ayma y, ahora, el gobierno neopopulista reforzado de Luis Arce Catacora, incluso el desgobierno de la “transición” se aferran a la metafísica estadística sin visualizar la composición material y la estructura cualitativa de la economía. Por eso no pueden ver que la causa profunda de la crisis se debe al modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente y a las gestiones administrativas de un Estado rentista, fuera, ciertamente, de lo que hace singular a la crisis económica boliviana, que tiene que ver con la corrosión institucional y la corrupción galopante, además de la improvisación desesperada de ambas formas de gobierno, la neoliberal y la neopopulista. 

 

No solo estamos en el remolino de la crisis, sino que no hay perspectivas para salir de la crisis, menos se ven comportamientos adecuados gubernamentales. Al contrario, como si un instinto tanático posea a la casta política, solo ofrecen patéticos escenarios de comedias grotescas, de trifulcas banales y de pelea de gallos desplumados. Lo cierto es que el remolino de la crisis intensifica su fuerza y amenaza arrasar el panorama ficticio inventado por los gobernantes y analizado por los economistas. No se puede afrontar la crisis múltiple con cambiar el patrón primario exportador. ¿Por qué patrón habría que cambiar? ¿Uno productivo? Este fue el sueño de los gobiernos nacional populares de mediados del siglo XX. En los escasos lugares donde esto ocurrió, con el desplazamiento a la industrialización, en Argentina, Brasil y México, lo que evidenciaron estas economías pujantes, en su momento, es que se pasó de una forma de dependencia primaria a otra forma de dependencia más compleja, respecto del centro del sistema mundo capitalista. Además, a un costo demasiado alto de destrucción de los ecosistemas, contaminación, depredación y destrucción ecológica, acarreando expansiones intensas de la crisis social. Por otra parte, a la larga, las economías industriales de América Latina nunca salieron de una composición gravitante extractivista, para redundar en ésta después de un tiempo de bonanzas, expectativas y transformaciones, cuando la competencia de la fábrica mundial, que es la República Popular de China, desbordó los mercados con la oferta de bajos precios en el mercado mundial, incluso de los mismos países latinoamericanos mencionados.

 

La salida está en otra parte, parafraseando a Milan Kundera. No es sostenible ni sustentable un proyecto de industrialización, tampoco su cobertura ideológica desarrollista. Mucho menos continuar con el modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. El planeta, los continentes, los ecosistemas, ya no aguantan los niveles destructivos del sistema mundo capitalista, compartido por liberales y socialistas. No hay porvenir por esta vía de la modernidad productiva y consumista. Si las sociedades humanas no trascienden hacia la civilización ecológica están destinadas a perecer.

 

 

Caudillo caído en desgracia

 

No sabe desde cuándo se arruinó todo, cuando dejó de ser creíble, digno de confianza, en qué momento comenzó la sospecha que no era lo que parecía ser, a un principio, por qué tuvo que afrontar protestas sociales, sobre todo de las naciones y pueblos indígenas, ¿acaso no era el líder reconocido, indiscutible? Rodeado de un entorno palaciego que le filtraba la información, que le mostraba sus logros – grandes elefantes blancos, ahora cementerio de elefantes -, que le inflaba su ego, nunca se enteró de lo que pasaba en la realidad efectiva.

 

Mucha agua corrió bajo el puente, el puente ya no está, pero el agua sigue todavía. Ahora, como ángel desalado, senil, envejecido, sin los oropeles que otorga el poder, cree que puede cambiar, por su sola presencia, la masiva inclinación de votos por la candidata que tuvo el coraje de quedarse y resistir al gobierno de transición, cuando la orden del caudillo y su entorno palaciego fue que nadie vuelva, haciendo contrapeso con el retorno del Congreso, mientras ya el caudillo, que dijo ¡patria o muerte!, huía con todo su entorno aterrorizado, desmoralizado y casi en pleno llanto. Su partido ganó las elecciones, pero, no por el caudillo en el exilio, desprestigiado, tampoco por su entorno palaciego y la masa elocuente de llunk’us, ni por su aparato de propagando, ni por sus recursos ingentes derrochados, sino porque le hizo a su partido un gran favor la gestión del “gobierno de transición”, corrosiva y corrupta, como la de sus propias gestiones, la de su “gobierno de movimientos sociales”, solo que la corrupción de la “transición” fue de menor escala e incluso más torpe. Empero, los grandes pecados de sus gestiones de “gobierno progresista” no se borran por los pecados lamentables del “gobierno en transición”.

 

Votaron por su partido incluso sectores sociales y populares que ya no votaban por el partido que los desencantó y se mostró tal cual es: parte del círculo vicioso del poder. Votaron también sectores que siempre fueron beligerantes contra sus gestiones demagógicas y entreguistas. Votaron no por el candidato que el caudillo impuso, sino por el candidato acompañante, del que tampoco quería saber, que fue defendido por las organizaciones sociales, antes, propuesto como candidato a la presidencia. Sin embargo, el segundo candidato, prefirió, primero, quedarse como segundo, repitiendo su inclinación por la renuncia a la voluntad propia, aceptando el papel opaco y triste de segundón, quien, después, no tuvo el valor de defender la reorientación, que querían las organizaciones sociales; por último, lo que hizo es volverse a entregar a las manipulaciones del anterior entorno palaciego. Esta es la razón por la que parte significativa de sus candidatos oficialistas, impuestos a dedo, van a perder en las elecciones subnacionales. Sin embargo, el caudillo déspota y caído en desgracia no cree esto, sigue sin asumir la realidad efectiva, desesperado todavía apuesta a su imagen desgastada, desvencijada y maltrecha.

 

 

 

Juegos de las apariencias y juegos de poder

 

El cinismo político hace el espectáculo para el pueblo, la comedia funciona en el teatro político; en el discurso se habla para mantener las apariencias. Así como en el siglo XVIII en el siglo XXI se repite la misma pugna entre “izquierda” y “derecha”, entre jacobinos y girondinos; solo que en el presente los nombres cambian, la lucha es entre “progresistas” y “reaccionarios”, entre neosocialistas y neoliberales. Sin embargo, fuera del teatro político el mecanismo y el funcionamiento de la máquina política es otro. El realismo político y el pragmatismo preponderan; se trata de los juegos de poder.

 

Los juegos de apariencias hacen a la ilusión del poder, en tanto que los juegos de poder corresponden a las dinámicas efectivas de la política.  El cinismo político radica en esto, en la perspectiva dualista de la élite de la casta política, que la lleva a un comportamiento esquizofrénico. Esta élite conoce la diferencia entre mensaje político y práctica política, entre discurso y acción, entre lo que se dice y lo que se hace. El problema es que la población interlocutora se encuentra atrapada en la atmósfera ideológica del teatro y el discurso político, es ciega respecto a las prácticas y dinámicas efectivas de la actividad política.  En pocas palabras, el pueblo cree en los políticos o, dicho de modo mesurado, prefiere creer y no complicarse con disquisiciones.

 

Hace un tiempo que ya se conformó la composición y la configuración de la estructura de poder, el entramado establecido articula al Estado y su mapa institucional con el monopolio de las empresas trasnacionales extractivistas, gobiernos, independientemente de su inclinación ideológica, con mecanismos operativos de concesiones y contratos, explotación de recursos naturales y tributos, regalías, rentas y sobornos. Esto en lo que respecta al lado luminoso, institucional, del poder; en lo que respecta al lado oscuro, paralelo, del poder, las conexiones de los gobiernos son con los monopolios, Cárteles, del lado oscuro de la economía. Esta configuración del poder está atravesada por dominios de escala mundial, como el Sistema Financiero Internacional, así como por la jerarquía de la estratificación inter-burguesa; en la cúspide de la pirámide se encuentra la hiper-burguesía de la energía fósil, después vienen las otras burguesías regionales y nacionales, incorporando en su campo, de manera clandestina, a las burguesías del lado oscuro de la economía. También, participando de este conglomerado, se encuentra la burguesía rentista, que corresponde a la élite de la casta política gobernante.

 

Aquí se encuentra la explicación de las paradojas de la revolución y de la rebelión, que, en su recorrido sinuoso, terminan atrapadas en el círculo vicioso del poder. Ciertamente no son los mismos los que comienzan la rebelión e inauguran la revolución, en el transcurso del proceso van a ser sustituidos por otros, más bien pragmáticos, en el peor de los casos, oportunistas, sobre todo cuando se accede al gobierno; es cuándo los revolucionarios están de más, no son necesarios, se requiere de funcionarios obedientes y sumisos. Es más, estos funcionarios, incluso la masa amorfa que los acompaña, se presentan como los más intransigentes y dogmáticos militantes del “proceso de cambio”. A éstos se los puede señalar como “revolucionarios” de pacotilla. Es cuando el teatro político se expande a los espacios mismos de la sociedad, donde se disputa la pretensión de legitimidad.

 

En resumen, la población engatusada por el teatro político y el discurso ideológico es cómplice de las rutas sinuosas del proceso político, sobre todo de aceptar el juego de las apariencias y tomarlas como realidad. Para salir del círculo vicioso del poder se requiere que el pueblo asuma su responsabilidad, que deje de ser cómplice de sus dominaciones polimorfas y del colonialismo cristalizado en sus huesos.

 

 

Paradoja de las utopías

 

Las utopías del siglo XIX ya se dieron de la única manera que puede realizarse la utopía; cuando se materializa lo hace como resultado de la correlación de fuerzas concurrentes. Por eso, al adquirir su realización concreta, se singulariza en composiciones combinadas y compuestas. El resultado no es el esperado, pues su efectuación no es abstracta, al ser concreta, resulta un más acá de la utopía, que, más bien es decepcionante.

 

El siglo XIX es antecedido, atravesado, en parte, y cruzado por el siglo de las luces, el de la ilustración, que comienza a mediados del siglo XVIII y se extiende hasta un primer periodo del siglo XIX, siglo que se convierte en la temporalidad de la revolución industrial y de la emergencia y concurrencia de los imperialismos europeos. Esta modernidad, de la revolución industrial, se afinca y emerge de la larga modernidad barroca, que comienza en el siglo XVI y se extiende hasta el siglo XVII, siendo el siglo XVIII de transición y desplazamiento de la modernidad barroca por la modernidad industrial. La modernidad barroca tiene su hegemonía geográfica en el sur del orbe terráqueo, en tanto que la modernidad de la revolución industrial tiene su hegemonía geográfica en el norte. La mundialización del sistema mundo capitalista se ha dado, primero de una manera barroca, después de una manera homogénea.

 

La paradoja de la concreción de la utopía es que se realiza contradictoriamente. Perdiendo el encanto de la promesa utópica. Por eso las revoluciones entusiasman al principio, cuando se las hace, como creación de la rebelión de las multitudes, empero, desencantan cuando se institucionalizan. Como dijimos varias veces, las revoluciones cambian el mundo, pero se hunden en sus contradicciones; después de destruir el Estado lo vuelven a restaurar para cumplir con la “defensa de la revolución”, creyendo que esta defensa radica en la violencia, la dictadura y la represión. Usan las mismas armas que los amos, patrones, castas y burguesías dominantes, que derrumbaron. Al hacerlo no reparan, no solamente que hacen lo mismo que los enemigos de la revolución, sino que se convierten en los nuevos amos, en la nueva casta dominante.

 

La utopía socialista, al realizarse, se concretó en el socialismo real, que no era otra cosa que el capitalismo de la escasez, la inquisición moderna, institucionalizada en la religión burocrática de la nomenclatura del partido único, compuesto por los sacerdotes del dogma de las leyes de la historia, la nueva providencia de los intelectuales “materialistas”. De la misma manera, lo mismo aconteció con la utopía indigenista; al realizarse, se concretiza como la continuidad de la colonialidad por otras vías, la del despotismo de la convocatoria del mito, la del caudillo “indígena”, que no es otra cosa que la máscara indígena del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. La revolución indigenista sueña con los símbolos anacrónicos de una modernidad ya transcurrida, que demostró fehacientemente sus limitaciones y mediocridades, a pesar de la racionalidad instrumental. También, a su modo, igual que los caudillos nacional populares, sueñan con la industrialización, cuando ya la crisis ecológica evidenció su obsolescencia destructiva. 

 

A diferencia del indigenismo, una versión nativa de la colonialidad, aunque con otro discurso, otros ropajes y otros ritos y ceremonialidades, el indianismo, expresión radical de la guerra anticolonial y anticapitalista, se propone la clausura del horizonte moderno y la apertura a otros horizontes civilizatorios, proyectando reinsertar la sociedad humana a los ciclos vitales planetarios. La convivencia con las otras sociedades orgánicas, en integración dinámica y ecológica. La anticolonialidad y el anticapitalismo se sustentan en la actualización de los saberes colectivos y culturales, liberándose de sus camisas de fuerza ideológicos y de los fetichismos de la demagogia folclórica, así como de los fetichismos de la racionalidad instrumental. Lo que implica liberar a la ciencia y a la tecnología de las ataduras que le impone el capitalismo, convirtiéndolas en meros instrumentos de la acumulación de capital, es decir, de la destrucción de la vida y del planeta. También implica liberar a la creatividad de los saberes de las instituciones académicas, por ejemplo, las universidades. Las dinámicas de los saberes se abren a la gestión multidisciplinaria y pluriversa.

 

 

Diseminación política y social

 

Diseminación es un concepto relativo a la desintegración y también a la disolución. El concepto elaborado por Jacques Derrida se refiere a la disolución institucional como crítica política radical en acción, así como política radical demoledora de la materialidad institucional del poder, realización de la crítica material. El concepto de diseminación puede ser usado tanto como acción política del activismo ácrata, así como también, en otros contextos y otra configuración, como metáfora de la desintegración del Estado nación.  Bueno es esto lo que parece ocurrir en la contemporaneidad respecto a estas máquinas abstractas y, a la vez, concretas de poder, hablando del mapa de los agenciamientos concretos de poder, que hacen a la composición del Estado y también a la composición heterogénea de la sociedad.

 

El Estado nación ha ingresado a un grado mayúsculo de diseminación, desintegración y disolución. Un síntoma: En el gobierno aparecen los personajes de más desenfrenada banalidad, carentes de atributos; esto ocurre en muchos países, tanto del centro cambiante, así como de la periferia del sistema mundo capitalista, independientemente de su pretensión ideológica. Lo mismo ocurre con los “representantes del pueblo”, independientemente de su inclinación política. Contra el deber ser y lo estratégicamente aconsejable, se hacen cargo del gobierno y la “representación”, por así decirlo, ilustrativamente y estereotipadamente, a modo de ejemplo, los peores y no los mejores. Ocurre como si el propio Estado y la propia casta política jugara a su aniquilación. El problema es que también hunden en el naufragio a la sociedad y destruyen al país.

 

Esto ocurre en todos los ámbitos del Estado, en los relativos a la administración económica, así como en la administración política; tanto en la administración educativa, así como en la administración de los bienes del Estado, recursos naturales y patrimonios; tanto en la administración social y de la salud, así como en la administración del trabajo y de los recursos humanos; tanto en la administración nacional, así como en la administración de las relaciones internacionales. La diseminación entonces está generalizada, así como la crisis múltiple del Estado nación ha tocado fondo.

 

En un ensayo anterior dijimos que ya no se trata, paradójicamente, que la maquinaria del Estado funcione, sino todo lo contrario, que, más bien, no funcione, que chirríe, que crepite, desvencijándose. En este mal funcionamiento atroz se consiguen otros objetivos, no de la buena administración y del buen gobierno, sino los objetivos de la convocatoria clientelar, ya que es imposible, en estas condiciones, la legitimación. Entonces, en la etapa decadente del ciclo vicioso del poder, la reproducción de las dominaciones polimorfas no pasa por la garantía del orden, sino, paradójicamente, por la promoción del desorden. En río revuelto ganancia de pescadores.

 

 

De la autodestrucción estatal

 

Lo asombroso de la decadencia de la política y también de la sociedad institucionalizada es que, en lo que respecta a la transformación,  que desde la perspectiva revolucionaria, comienza con la demolición del Estado, es que ya no lo tienen que hacer los revolucionarios, como antes, cuando esto vino aconteciendo en el mundo moderno desde el siglo XVIII, sino que éstos,  demoledores por excelencia del  antiguo régimen, parece que tienen que esperar, mirando desde el balcón, como lo hacen los propios gobernantes, funcionarios y representantes del Estado-nación, en pleno jolgorio de la autodestrucción.

 

El funcionario se ha convertido en una ficha cambiante al gusto de los caprichos del gobierno de turno, a su vez el gobierno de turno confunde Estado con gobierno, que es la realización práctica y circunstancial del Estado, además cree que su gobierno singular es el único gobierno posible. Cuando emerge el Estado-nación y se lo construye en base a una arquitectura institucional, con pretensiones de larga duración, la burocracia responde a la función profesional de la administración y gestión pública, por lo menos teóricamente, aunque hay países del centro del sistema-mundo capitalista donde se ha cumplido en gran parte este diseño de la arquitectura del poder, por lo menos durante el siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, para después ingresar a la crisis estructural del Estado durante la últimas décadas de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, en las periferias del sistema mundo capitalista se ha tomado el Estado como botín de los que conquistaban momentáneamente el gobierno, y a los puestos de la burocracia como un obsequio a clientela leal, que, ciertamente no cumple con los requisitos del perfil profesional del administrador y gestor público. Muy lejos del estadista y estratega se encuentra el perfil carismático de los presidentes y el perfil adulador del resto de los gobernantes. Algo parecido pasa con los “representantes del pueblo”, que después de la revolución francesa expresaban las tendencias políticas e ideológicas en concurrencia y, por lo menos teóricamente, representaban los intereses del pueblo. Esto ya no ocurre, la casta política, de todos los colores políticos, ya exentos de ideología, solo expresan descaradamente la compulsión de sus propios intereses de casta.

 

Si algún momento los partidos políticos portaban programas y pretendían realizarlos cuando fuesen gobierno, esto tampoco ocurre ahora. Los partidos políticos, en vez de programa político e ideológico, cuentan con una oferta electoral, por lo tanto, improvisada, que tampoco cumplen. Lo que buscan en la administración pública es aprovechar la oportunidad para enriquecerse, resolver sus problemas privados a costa del erario nacional. Para esto, obviamente no se requiere el perfil profesional del administrador y gestor que, por cierto, puede darse sin necesariamente título académico adecuado, dado el caso, siendo suficiente la experiencia.

 

En resumen, nos encontramos ante la implosión, a ratos diferida, a ratos intensa, del Estado y de las instituciones. El único lugar donde se buscan encubrir estos hechos ineludibles, en la historia política recientes, es en la estridente y espectacular comedia mediática de los medios radiales, de prensa y de la televisión, donde prolifera la desinformación, la especulación sensacionalista y el rumor. En consecuencias, los gobiernos casi solo se sostienen en la ficción política, por cierto, provisional y fofa, que difunden los medios de comunicación. Otra consecuencia, estos gobiernos no se aposentan ni en cimientos ni en columnas sólidas institucionales, sino en la propaganda y publicidad, en campañas mediáticas; esto implica que tienen, como se dice popularmente, pies de barro o, mejorando el dicho, y actualizando, pies virtuales. Cualquier rato, ante un soplo de viento   una crisis circunstancial, pueden derrumbarse como castillos de naipes.

 

 

 

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Raúl Prada Alcoreza

Escritor, artesano de poiesis, crítico y activista ácrata. Entre sus últimos libros de ensayo y análisis crítico se encuentran Anacronismos discursivos y estructuras de poder, Estado policial, El lado oscuro del poder, Devenir fenología y devenir complejidad. Entre sus poemarios – con el seudónimo de Sebastiano Monada - se hallan Alboradas crepusculares, Intuición poética, Eterno nacimiento de la rebelión, Subversión afectiva. Ensayos, análisis críticos y poemarios publicados en Amazon.

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