Han pasado 64 días y ya la cuarentena se cae a pedazos, se filtra por mil huecos

Codiv-19: Consternados, rabiosos

Verónica Córdova

La gris consternación viene del miedo, de la peste bordeando las esquinas, aislándonos en calles sin trabajo y casas sin pan, en rostros tapados y sin sonrisas. La consternación de no saber qué viene después de mañana, de no poder soñar, de no tener certezas. La consternación está en los hospitales, en el gemido inútil de las ambulancias, despertando a los viejos y haciendo que se asomen a las ventanas. La consternación está en las aulas vacías, en los changos prendidos al teléfono para encontrar una voz amiga, una semblanza de vida cotidiana.

Estamos consternados por ver a compatriotas peregrinar en busca de información, de ayuda y de justicia. Consternados sabiendo que lo que nos informan es solo la punta más pequeña de una enorme montaña. ¿Cuántos no saben que están enfermos? ¿Cuántos lo sospechan, pero se esconden temerosos de un sistema que, lejos de acoger y cuidar, te aísla, te estigmatiza, te maltrata y finalmente te desahucia a morir en soledad y a enterrarte en una indignidad clandestina?

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Nos consterna la aparente inutilidad de nuestro enorme sacrificio. Llevamos 64 días sin trabajar, sin encontrarnos, aceptando con la cabeza baja un Estado de sitio disfrazado, y todo ¿para qué? Se supone que la cuarentena es una medida que permite aplanar la curva y ganar tiempo para estar listos cuando los casos nos desborden. Han pasado 64 días. Seguimos haciendo menos de 300 pruebas diarias (en un promedio generoso).

Seguimos sin insumos de bioseguridad. Los laboratorios públicos no funcionan (y los privados cobran lo que quieren). No hay respiradores de terapia intensiva. El número de médicos y enfermeras, que ya era insuficiente, disminuye: muchos han enfermado, algunos han muerto y otros han renunciado ante la enormidad del desafío y tener que enfrentarlo sin las condiciones adecuadas. Han pasado 64 días y ya la cuarentena se cae a pedazos, se filtra por mil huecos. No hay miedo lo suficientemente fuerte para contener la estampida.

Así estamos. Consternados, pero también rabiosos. La rabia de saber que nos ha tocado una de las peores crisis de la historia justo en un momento de inestabilidad, de división y de dictadura. La rabia de haber caído en manos ineptas, indolentes e ilegítimas en el momento en que más necesitábamos experiencia, unidad y certeza. Da rabia que nos amedrenten con aviones, tanques y metralletas. Da rabia que usen a Dios y a la Biblia para rociarnos desde el cielo con agua bendita, que hagan ayunos en lugar de gestionar la crisis de forma racional y organizada.

Da rabia que utilicen raseros diferentes para juzgar y castigar faltas similares. Da rabia que se entren a la casa de una familia y la saquen a rastras en medio de la noche por el supuesto crimen de celebrar un cumpleaños; mientras otros se publicitan rompiendo la cuarentena para “rezar” y hacer campaña. Da rabia que Tarija deba mandar a La Paz o a Santa Cruz sus pruebas de COVID-19 por tierra y esperar los resultados hasta una semana, mientras los aviones se usan para trasladar amistades, suegros e invitados a fiestas.

Da rabia que se aprese a alguien por difundir sus ideas, pero no se detenga ni investigue a quienes se atribuyen a sí mismos funciones policiales y se fotografían cargando bazucas y fusiles. Da rabia, mucha rabia, que después de repartirse empresas del Estado y llevarlas a la quiebra, ahora se atrevan a robarnos la salud y la esperanza. No solo compran sustitutos que los médicos se rehúsan a usar, sino que son capaces de lucrar con los que mueren asfixiados por falta de respiradores. Dijo el poeta que la plomiza consternación se nos irá pasando, pero la rabia quedará y se hará más limpia. Nos dará claridad para salir de esta pesadilla.

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