La bancarrota de la nueva izquierda

Devin Beaulieu

La crisis de la democracia en Bolivia tiene varias fuentes en el fondo, pero una de la mas trágica es el proyecto de la izquierda que Bolivia comparte con todo los gobiernos “progresistas” de América Latina. El fin de ciclo progresista también marca la decadencia de un paradigma teórico de poder que alumbraba los sueños de una generación del activismo.

Después de la revuelta cultural del 69’ emergió una tendencia intelectual de izquierda mundial que propuso el socialismo revolucionario por la vía democrática, rejuveneciendo el espíritu de la lucha contra las dictaduras militares en Sudamérica. La “New Left”, como se llamó en inglés, era anti-soviética en su anti-autoritarismo y pluralista, buscando unir las “nuevas” luchas culturales de las mujeres, estudiantes y de los pueblos colonizados frente a la crisis global del movimiento obrero.

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En la teoría, la nueva izquierda elaboró el concepto de hegemonía de Antonio Gramsci para proponer los “nuevos movimientos sociales” como actores políticos en vez del determinismo económico de la lucha de clases. “La larga marcha hacia las instituciones” era su slogan, como Nicolas Poulantzas propuso un proceso institucional en vez de un golpe revolucionario.

Ernesto Laclau y Chantel Mouffe, referente intelectual del kirchnerismo, echaron el enfoque económico para el “poder discursivo”. Así, plantearon una política carismática, unido detrás de una figura simbólica del “pueblo”. Una estrategia familiar para los bolivianos como “Evo Pueblo”.

En la práctica, los gobiernos inspirados en la nueva izquierda han probado tener mas estética que contenido. El poder discursivo resultó una política impostora hasta llegar al ridículo. Funcionarios obligados a vestirse como “indígenas” para apoyar al gobierno de “movimientos sociales” en la calle. Sus neófitos de PODEMOS en España no lograron algo mejor, cuyo único éxito fue la desmovilización del sentido político de las protestas 15-M.

En retrospectiva era predecible. Su estrategia no centraliza en las clases oprimidos o explotados como sujetos de historia. Los actores claves son profesionales, académicos y políticos con la capacidad para “articular” a los subalternos. Es una estrategia hecha para la clase profesional. Entonces, ¿es sorprendente que el poder se centralice cada vez mas en la burocracia del estado? ¿Hasta desconocer la propia democracia?

Un ejemplo es la Ley Contra el Racismo, consultado con académicos internacionales, que se trata el racismo como un discurso discriminatorio, ignorando las estructuras de dominación y explotación que sostiene el racismo. Mas bien, su objetivo no es acabar con el racismo, si no, apropiarse del capital simbólico anti-racismo para la política dominante como una “corrección política”. En la crisis actual, vemos que solo sirve para denunciar a los que están en contra el estado.

A través de la experiencia histórica logramos una conclusión inesperada, que la izquierda del siglo XXI, como el socialismo estatal del siglo XX, nos lleva hacia el autoritarismo. No es la decadencia de solo un gobierno o partido político, pero el desgaste del pensamiento político de toda una generación. Ahora, se pasa a la nueva generación para re-soñar la democracia y tomar una reflexión crítica sobre la relación entre la teoría y la práctica.

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