Notas (sueltas) sobre la crisis post-electoral boliviana

Pablo Stefanoni

Todo parece desmadrarse en Bolivia después del 20 de octubre. Las acusaciones cruzadas entre oficialistas y opositores son las mismas: golpe /golpe, racismo/racismo, dictadura/dictadura y ya hay enfrentamientos violentos entre grupos de bolivianos en las calles. Claramente, el gobierno no midió los efectos de haber forzado la repostulación contra el resultado de un referéndum y la propia CPE y haberse obsesionado durante cuatro años solo con la re-reelección. Y no mide el descontento más allá de las (aún) buenas cifras macroeconómicas. En este tiempo, la potencia social fue reemplazada por la “potencia estatal”, lo que fue implicando una burocratización del apoyo al gobierno, un fuerte debilitamiento de la capacidad de irradiación hacia fuera de los núcleos duros y los “creyentes” y un empobrecimiento del discurso oficial (se ve en las redes, en los post de quienes aún tratan de defender al gobierno y en el propio discurso en la cúpula oficialista) y de su capacidad de movilización (la energía se desplazó al bloque opositor). Las nuevas figuras del gobierno, como Canelas, que lo rejuvenecieron, fueron absorbidas por esta dinámica regresiva. Y así el MAS se desconectó también de las nuevas generaciones que vivieron toda su vida consciente bajo Evo escuchando los mismos discursos.

Frente a los resultados del 20-O, de la desconfianza en el conteo emergió lo que parecía ser un movimiento democrático con epicentro en sectores medios urbanos. Básicamente los que representó Carlos Mesa, aunque muchos de sus votos fueron “votos útiles” contra el MAS más que apoyo explícito al ex presidente. Pero la decisión del gobierno de ir a una auditoría de la OEA –sin acuerdo previo con Mesa– dejó al espacio moderado sin nada que mostrar y, en un contexto de protestas callejeras, sin estrategia frente a un nuevo polo opositor. Este se articula en torno al Comité Cívico cruceño – “renovado” y recuperado luego de la derrota de 2008– que ha logrado una irradiación, a diferencia de 2008, fuera de la Media Luna, e incluso en La Paz. Camacho parece tener una doble fuente de legitimidad –religiosa: dijo que Dios debía entrar nuevamente al Palacio, de donde Morales lo habría expulsado, y “viril”: el “macho Camacho” parece tener “las pelotas” para plantearse frente a la “dictadura de Morales”, “anotar a los traidores en una libretita como la de Pablo Escobar”, etc. Veremos si este empresario cruceño pasa a integrar la lista mundial de “subestimados” (incluso por mí mismo) que luego sorprendieron a todos o es solo un instrumento pasajero e histriónico de una creciente y radicalizada oposición al MAS.

La retención del líder cívico –que convoca cabildos masivos en Santa Cruz– en el aeropuerto de El Alto por militantes del MAS, en medio de insultos y amenazas, para que no llegara al Palacio Quemado a llevarle la “carta de renuncia” que “debía firmar” Evo lo victimizó como “secuestrado por hordas de masistas” alentadas supuestamente por el propio Estado; y eso en Bolivia siempre es un buen capital político (Evo también lo usó en su momento e incluso ahora sigue apelando a la victimización). Lo cierto es que en otras partes de Bolivia parece haber crecido la popularidad de Camacho -que dice que llevará la renuncia para que firme Evo en una mano y una Biblia en la otra.

Pero al mismo tiempo, este giro –y la desaparición de Mesa, segundo en las elecciones, como actor principal– llevó también a una mutación en las protestas: el movimiento democrático incipiente, que reclamaba por el “fraude electoral” mutó a un movimiento lisa y llanamente opositor. La idea ahora es que Evo se vaya como sea. De esta forma, estas protestas se conectan con varias en la historia boliviana, y con una dinámica insurreccional donde cada sector corporativo inscribe sus indignaciones en una economía moral explosiva (ahora está Potosí que quiere más beneficios del litio, cocaleros enfrentados a Morales, estudiantes, médicos que vienen protestando desde hace meses… y muchos bolivianos a quienes no les alcanzan las buenas cifras macro); se dibujan además complejas fronteras de clase, ofensas a las identidades regionalistas y/o gremiales, alianzas que pueden parecer sorprendentes y una escasez de vías institucionales para moderar los enfrentamientos. Los propios medios de comunicación, en líneas generales, están contribuyendo bastante a la polarización política y social.

Por estas horas, más que fuerzas de seguridad vs opositores, lo que se ven son enfrentamientos entre los dos bandos a menudo con pasividad o intervenciones modestas de la policía. Pero es difícil ver cómo el discurso radicalizado del liderazgo por Santa Cruz puede vehiculizar una mejor cultura democrática en el país. Fernando Molina mostró bien en su breve artículos “¡Crisis de octubre’: analogías históricas” como funcionaron históricamente las dinámicas de enfrentamiento clasistas/territoriales/ étnicas post-Revolución del 52 y los imaginarios que las acompañaron. Mujeres creando lo resumió bien en un grafiti: “Indignación y racismo no son lo mismo”. Y no es difícil ver la analogía entre la expresión “hordas de de masistas” –que pueblan las redes- y hordas de indios/campesinos; lo mismo que en las denuncias de que “trajeron gente” de otros sitios…Este tipo de racismo no puede justificarse por el uso de estereotipos sobre los “cambas racistas” o los qharas al que apela el gobierno. Es claro que en este contexto se debilitan las palomas de ambos lados y gana espacio los halcones: quienes creen estar haciendo “la revolución” (Quintana habló de un nuevo Vietnam) y los que se entusiasman con líderes con “pelotas”, como Jair Messias al otro lado de la frontera (aunque este esté sorprendentemente calmo sobre el tema Bolivia).

Quizás Evo gane y siga un tiempo más; quizás sean los opositores quienes ganen la pulseada y se abra algún tipo de transición más o menos inmediata; hoy es difícil saberlo y aún pueden pasar demasiadas cosas. Por ahora, el gobierno se muestra aún con poder pero a la defensiva, y la oposición más activa juega a la insurreción (alguno hasta parece fantasear con algún farol), y en el medio hay también algunos demócratas ahora muy entusiastas con que Evo caiga como si eso per se mejorara en algo la calidad democrática en ausencia de algún acuerdo político y horizonte democrático compartido. Hay un bloque “nacional-popular” hegemonizado por el MAS que ha perdido legitimidad e iniciativa y otro bloque multiforme pero hegemonizado por un núcleo conservador. Entremedio las voces son inaudibles y Mesa es presionado para alinearse, por motivos de supervivencia, con este último.

Rafo Puente lo sintetizó bien: “Hemos vuelto a los peores tiempos y está quedando claro que en nuestro país sólo se puede respirar un ambiente de paz y tranquilidad cuando los desacuerdos ideológicos y políticos son entre bandos desigualmente fuertes (de modo que el más débil no puede hacer otra cosa que someterse; sin pensar en diálogo ni en acuerdos socio-políticos)”.

Pablo Stefanoni

Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Combina su actividad académica con su trabajo periodístico. Sus áreas de investigación son historia y política latinoamericana. Desde 2011 es jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad. Ha dirigido la edición boliviana de Le Monde Diplomatique y ha escrito sobre los procesos políticos en el área andina.

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