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Tapando el sol con un dedo: la pobreza medida por ingresos y la multidimensional

Solange Sardán Matijašević/Cronistas Latinoamericanos.- Ese 61% calculado por el Cedla, no suena descabellado si miramos a nuestro alrededor. Es verdad, ahora existen muchas más familias que se han involucrado en la espiral consumista, pero cuál es la situación de la seguridad de esas familias, de calidad de la educación a la que acceden, de la posibilidad de conseguir un tratamiento adecuado en momento de enfermedad, de ejercer con libertad sus oportunidades. Un enfoque multidimensional es moralmente obligatorio para el INE para poder alinearse con el discurso del gobierno en turno que habla mucho sobre bienestar, vivir bien, felicidad, conceptos que no tienen nada que ver con la capacidad de consumo de las personas.

En los últimos días el Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA) ha generado muchísima polémica al presentar los datos sobre pobreza multidimensional en Bolivia, al punto que el mismo Instituto Nacional de Estadística (INE) tuvo que sacar un comunicado en su página web para desmentir las conclusiones de los investigadores. Básicamente, incluso al presentar porcentajes de pobreza tan diferentes, tanto el CEDLA como el INE tienen razón y presentan datos fidedignos. La diferencia está en el enfoque que ambas instituciones abordan, pero lo importante está en que la interpretación y la metodología empleada para medir la pobreza es fundamental al momento de diseñar políticas públicas que realmente reconozcan los problemas que la población más vulnerable enfrenta y así poder ayudarla.

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En primer lugar, el CEDLA emplea un enfoque de medición de pobreza mucho más moderno que el tradicional enfoque que utiliza el INE. El enfoque del CEDLA captura la pobreza multidimensional entendida como la privación o el acceso desigual a recursos, a oportunidades, a la participación informada, a la seguridad y justicia, entre otras dimensiones que afectan el ejercicio de los derechos fundamentales, tanto individuales como colectivos. La virtud de esta metodología está en que comprende que la pobreza no se trata de un problema que se genera por la falta de recursos monetarios únicamente, sino también por la falta de acceso a servicios básicos de calidad, a vivir en seguridad, a vivir en democracia, a la incapacidad de ejercer las libertades y tener las oportunidades de desarrollar y/o utilizar sus recursos para salir de la pobreza. Por otro lado, la debilidad de esta metodología está en que puede ser muy cuestionada por lo subjetivo de sus categorías, así como las ponderaciones subjetivas que el investigador le puede dar a cada categoría, lo cual hace que el resultado final pueda ser manipulado fácilmente.

Por su parte, el INE responde a esta publicación indicando que la forma más adecuada de medir pobreza es la que hace referencia a la carencia de ingresos monetarios, recursos y la privación material. Además, en su comunicado, advierte que la metodología correcta para medir la pobreza multidimensional es aquella que surge de una colaboración entre la Organización de Naciones Unidas y la Iniciativa sobre Pobreza y Desarrollo Humano de Oxford, la cual toma tres dimensiones básicas de pobreza: a) Educación: Años de escolaridad y asistencia a centros educativos, b) Salud: Mortalidad infantil y nutrición, y c) Calidad de vida: Servicios básicos en general y tenencia de activos fijos. La virtud del enfoque monetarista de la pobreza, y de este índice de pobreza multidimensional que es ampliamente utilizado, es que es relativamente simple de calcular y por ende su interpretación es directa y sencilla. Lamentablemente, el enfoque monetarista de la pobreza tapa el sol con un dedo e ignora la difícil situación de una gran proporción de personas que pese a tener cierto monto de dinero en el bolsillo, sufre de carencias tan importantes como acceso a alcantarillado, educación de calidad, seguridad, alimentación saludable, etc. La dificultad del enfoque multidimensional que cita el INE es que, por un lado, sigue siendo bastante simplista y sobre todo no contempla la arista de la calidad, y por el otro, le da el mismo peso en el cálculo a cada dimensión, por lo que podríamos reemplazar los años de escolaridad con mayor acceso a servicios básicos y la persona estaría igual de bien.

Es evidente que ambas instituciones hicieron sus trabajos bien, pero preocupa que el INE esté ignorando la necesidad de evolucionar y emplear mecanismos de monitoreo de la pobreza mucho más sofisticados que realmente presenten una descripción adecuada de la situación de los bolivianos. Decir que la pobreza monetaria se ha reducido asombrosamente en los últimos años es reconocer que las familias cuentan con mayores ingresos monetarios, pero ignoramos que el momento que algún miembro caiga enfermo de cáncer, morirá en la agonía física y mental de saber que nunca tuvo el dinero necesario para pagar su tratamiento y que probablemente dejará a su familia endeudada. Sin ir muy lejos, piensen en sus mismas familias y en la capacidad que tienen para hacer frente a estos hechos catastróficos de los que nadie está libre. Desde el presidente hasta ministros han acudido a los servicios privados de salud y en algunos casos a la solidaridad de sus colegas para poder pagar algún tratamiento, pues la cobertura y calidad del sistema de salud en Bolivia es deplorable.

Si bien hay muchas cosas que se pueden cuestionar al cálculo de CEDLA, ese 61% que presenta no suena descabellado si miramos a nuestro alrededor. Es verdad, ahora existen muchas más familias que se han involucrado en la espiral consumista, pero cuál es la situación de la seguridad de esas familias, de calidad de la educación a la que acceden, de la posibilidad de conseguir un tratamiento adecuado en momento de enfermedad, de ejercer con libertad sus oportunidades. Considero que un enfoque multidimensional es moralmente obligatorio para el INE para poder alinearse con el discurso del gobierno en turno que habla mucho sobre bienestar, vivir bien, felicidad, conceptos que no tienen nada que ver con la capacidad de consumo de las personas.

Contrastando lo hallado por el CEDLA está el Índice de Progreso Social (Social Progress Index), el cual calcula la medida en que los países satisfacen las necesidades sociales, oportunidades y calidad de vida de sus ciudadanos, en lugar de los factores económicos. Este indicador está compuesto por 54 indicadores en las áreas de bienestar (incluida la salud, la vivienda y el saneamiento), la igualdad, la inclusión, la sostenibilidad, la libertad y seguridad personal. Según los últimos datos disponibles, Bolivia está en el puesto 80 de 146 países con un puntaje de 65,48 puntos, siendo el último país después de Guyana en Sudamérica. Entre los indicadores con peor desempeño está el índice de delitos contra la propiedad privada (puesto 134 de 146), el acceso a educación de calidad (puesto 117 de 146), acceso a justicia (puesto 114 de 146), y sorpresivamente, las emisiones de gases de efecto invernadero (puesto 117 de 146). Si el lector revisa a detalle la descripción de todos los indicadores notará lo complejo del Índice de Progreso Social, pero lo útil que puede ser para redirigir la lucha contra la pobreza.

En conclusión, está bien que el INE monitoree la pobreza monetaria, pero es más importante aún ir más allá y analizar a detalle la pobreza multidimensional que considere la calidad como una variable transversal a todos los indicadores. Ya no es suficiente conocer el número de matriculados en los colegios si sabemos que la calidad educativa es mala. No nos sirve saber que la mortalidad infantil es baja si ese niño tiene la mala suerte de sufrir de leucemia durante su vida y morir ante la inexistencia de hospitales capacitados para darle atención de calidad que le salven la vida. El Banco Mundial en su informe sobre la pobreza y la prosperidad compartida señala que la proporción de persona que sufren de carencias en múltiples dimensiones es 50% más alta que la proporción de quienes experimentan deficiencias en términos de consumo o ingreso.

Solange Sardán Matijašević es economista.

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