Felipe Delgado perdido en el laberinto de su soledad

Raúl Prada Alcoreza

En Antofagasta Felipe Delgado aparece perdido en el laberinto de su soledad. Una soledad extrema, abismal; el desencuentro consigo mismo no puede ser mayor. Solo el inmenso mar es un sosiego para su angustiosa soledad. Al encontrarse con el mar se encuentra con la infinitud acuosa y salada de lo que parece interminable, lo que llama el ser del mar; un ser sin tiempo, eterno, desmesuradamente abrumador por su cuantiosa totalidad inabarcable a la mirada, pero, a la vez, inmenso espacio donde se encuentra la paz en la expansión sublime del océano. Es allí donde Felipe Delgado desenvuelve sus más abstractas reflexiones. En esa inmensidad, que hace de metáfora de lo eterno, encuentra las respuestas a sus preguntas. A diferencia de las reflexiones nihilistas, donde la nada es el referente de la culminación, el ser del mar aparece como totalidad lograda. El mar borra el tiempo, es un acontecimiento acuoso sin tiempo, comienzo y fin de la vida; es más, la vida en su fluir y refluir eternos.

Después de este aprendizaje, Delgado sabe que tiene que volver, no solo debido a la nostalgia, sino para cumplir con su propio destino, que no es más que el recorrido de una ola que se estrella contra las rocas, que no es más que una vibración en un océano incontable de vibraciones. Ante el ser del mar la muerte es una nada, es parte del flujo y reflujo de la vida. Aunque parezca paradójico esto de ir a cumplir su destino, que no es otra cosa que despojarse del cuerpo, cuando se descubre el ser del mar, que es la vida misma, en su versión acuosa y fluida, Delgado sabe que lo que importa no es su recorrido individual y su clausura, sino esta eternidad fluyente donde se sumergen las particularidades, convirtiéndose en la totalidad bullente. Se puede decir, que no cambia su destino, sino que es interpretado de otra manera, desde otra perspectiva, ya no dese la mirada de la nada, sino, mas bien, desde la mirada del todo.

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Pero, es cuando más solo se siente Felipe Delgado. Solo en la lejanía de su patria, de su terruño, de su ciudad, de sus amigos, de la bodega. Mucho más solo cuando ya no cuenta con los tiernos brazos de Ramona Escalera. A pesar de que lo acompañan Estefanic y Ramón Peña y Lillo, él se encuentra irremediablemente solo, en un entorno que hace patente su soledad incontestable. Por eso, se dedica, otra vez, a perderse en el alcohol. Esta dedicación lo va a llevar al extremo del delirio y el paroxismo de la locura; su amigo Estefanic, desesperado, recurre llevarlo a un sanatorio, donde va a tener experiencias extrañas. Fuera de experimentar y sufrir la terapia lapidaria del sanatorio, Felipe asiste al descubrimiento de la música del silencio o del silencio como matriz de la música. Una joven que recibe la visita de su madre, quien le regala un vestido nuevo, el que se pone inmediatamente, desnudándose en público sin pudor alguno, se pone a bailar en el salón como si fuese una pista de danza. Es cuando se arrima a la ventana y escucha el silencio.  El silencio es el secreto de la música, el silencio es la melodía suprema; suena en su propio mutismo, por así decirlo. Esta es la revelación de todo. Venimos del silencio y vamos al silencio; el motor de la música, la melodía, los sonidos, es el silencio.

Felipe Delgado decide llevarse en una botella agua de mar para depositarla en la tumba de Ramona Escalera, una ofrenda de lo que ha encontrado, parte del secreto del ser del mar; también lleva otra botella de licor de uva para compartir con los amigos de la bodega. Quiere festejar con los amigos el encuentro con el mar, pero también su regreso. A su retorno, ya en el Altiplano, al contemplarlo, considera que en esta inmensa puna arde el mar. Como si el Altiplano se hubiera tragado el mar y se hubiera convertido en fuego. Su sequedad no sería otra cosa que el mar convertido en fuego. Algo que equivale a decir, más o menos, que la tierra se licua en el mar, cambia de estado físico, como decir que la tierra se apacigua en el mar, a pesar de que el mar puede llegar a ser tormentoso. Esta dialéctica, al estilo de Felipe Delgado, que encuentra la conexión íntima entre el mar y la tierra, entre el océano y el continente terroso, nos muestra la inseparabilidad del acontecimiento paisajístico. En el paisaje se despliega el devenir del agua en tierra y de la tierra en agua, de lo húmedo en lo seco, de lo frío en fuego. Estas metáforas, en movimiento dialéctico, develan la inquietud incontrolable de Felipe Delgado, su angustia y su convulsión pasional. Va a ir a cumplir con el desenlace de su destino, pero de una manera agitada; no se trata de resistencia, tampoco de rebeldía, de oponerse, menos de un acto heroico, sino de una entrega apasionada a su propia diseminación.

Felipe Delgado, cuando regresa a la Paz y va al cementerio a la tumba de Ramona Escalera, confunde las botellas y deja la botella de agua ardiente de uva en el nicho de la amada difunta y se lleva para beber el agua de mar. Esto le parece una señal de mal augurio a su amigo Peña y Lillo que lo acompaña; sin embargo, se ve obligado por Felipe a beber el vaso lleno de agua de mar, pues Felipe apuesta plenamente al cumplimiento de este cambio, de esta equivocación, que es señal de lo que hay que beber es el mar y lo que hay que dejar en el cementerio es la bebida de agua ardiente.   Esta equivocación de Felipe Delgado de las botellas le parece al protagonista la señal de lo que debe ser, en relación con el ser del mar. Aunque no le parezca a Peña y Lillo decide que sea así, le sigue el guion a su amigo, que se exhibe ya enloquecido. A estas alturas lo que vale a ojos de Delgado es el juego de las cartas descubiertas del destino.

¿Cuál es la narrativa que se teje? ¿La del escritor de la novela o la de la compulsión del protagonista? Entonces, ¿cuál es la relación entre autor y el protagonista de la novela? ¿Se trata de una autobiografía o de una narración de la interpretación de la autobiografía deformada del autor? ¿De lo que pudo haber sido y no fue o de lo que fue sin haber sido? Quizás la novela se encuentra en el momento de no solo tomar decisiones sobre el decurso de la trama, sino sobre el carácter de la mima interpretación, que, por cierto, no solo se trata de la historia de vida del autor, sino de la vida misma que le toca afrontar al escritor, como ser concreto y singular de la multiplicidad de historias de vida, es más, sobre el sentido de la vida humana. Quizás terminar la trama de una novela implica decidir el desenlace de ésta, hablamos de la singularidad misma del descenlace. ¿Hacia donde conduce el itinerario del recorrido dramático de Felipe Delgado? Sobre todo, después de la pérdida irremediable de Ramona Escalera. En los mensajes que lanza Felipe se habla del encuentro con Ramona, en la suspensión de la vida y la muerte. Ramona no ha muerto, sino que se encuentra suspendida, en una anhelante espera del despojamiento del cuerpo de Felipe. 

Ya sabemos cual es el desenlace de la novela; el autor decide dejarse llevar por la compulsión nihilista del protagonista. ¿Pero, cuál es la relación del protagonista con el escritor? ¿Son el mismo sujeto o, mas bien, distintos sujetos que expresan distintas alternativas? Felipe delgado es y no es Jaime Sáenz; lo es en tanto posibilidad; no lo es en tanto el autor conserva o contiene otras posibilidades efectivas. ¿Por qué el autor acepta el desiderátum del protagonista, Felipe Delgado? ¿Por qué hubiera querido terminar de esa manera, desapareciendo repentina como el protagonista de la novela? No pasa lo mismo con el autor; el escritor muere más tarde en el transcurso del diferimiento de la muerte. Obviamente, un autor, en este caso un escritor, no se reduce a la trama de su novela; empero, su novela dice mucho de él, de sus campos de posibilidad, de sus decursos posibles, de lo que quiso y no quiso ser. Pero, también, la interpretación de su obra no parece posible sin considerar el campo de posibilidades que contiene el autor. Ciertamente, la historia del escritor puede caber en gran parte en su biografía; sin embargo, su biografía lograda, impresa y difundida, no agota lo que contiene como campo de posibilidad un autor. Así como la biografía de un escritor puede ser reinterpretada desde las huellas y los entramados tejidos en su obra. El desenlace de la novela no es el desenlace de la vida del escritor Jaime Saénz, pero este desenlace devela una de las significaciones perseguidas por el autor; que no es exactamente, ni la muerte, ni la nada, tampoco el sin-sentido, sino la desaparición, quizás la suspensión sobre los avatares mismos de la vida cotidiana.

En la medida que avanza la trama de la novela, cobra importancia lo que hemos denominado el plano de intensidad filosófico, el plano de la búsqueda insaciable del sentido inmanente. Aunque, podemos decir que el encuentro o el develamiento de este sentido inmanente no aparece en la novela, pues no se lo logra descifrar, lo que cobra relevancia en la novela, en los últimos capítulos, es que lo que importa es la revelación de lo aprendido en la experiencia del protagonista, que no puede expresarse sino reflexivamente. Las reflexiones teóricas adquieren extensidad y buscan decodificar las claves del destino. A estas alturas del despliegue del plano de intensidad filosófico, que se vuelve preponderante en la narrativa, ya no se trata de aseverar la tesis nihilista del ser para la muerte, que esta contrapuesta a la tesis opuesta del ser para la vida; sino de comprender la significación de esta última tesis, ¿Qué implica ser para la vida? En la tercera parte de la novela se plantea esta problemática; aunque no se la resuelva, queda expuesta en varias alternativas.

Sin embargo, a pesar de esta apertura, de contar con varias alternativas, anotadas en las reflexiones de Felipe Delgado, el autor decide el desenlace que venía anunciado desde un principio, la salida nihilista. ¿Acaso se puede leer una novela teniendo en cuenta otros posibles desenlaces? Serían otras novelas; la que tenemos es la que está escrita y publicada; y esta tiene el desenlace conocido. Entonces, de lo que se trata es de explicarse porqué, esta vez el protagonista, Felipe Delgado, decide hacer lo que hace, encaminarse a su desaparición. A lo largo de los comentarios sueltos, que hemos venido acumulando, lo que se ha hecho notorio y en lo que se ha hecho hincapié es en esta tendencia suicida del protagonista, que el mismo, además, la ha venido reafirmando. Empero, contrastan con esta tendencia sus reflexiones de la parte tercera de la novela, donde el valor de la vida sobresale sobre el valor de la muerte; es más, la muerte no es más que un momento en el devenir mismo de la vida. Podemos decir, entonces, que en la tercera parte de la novela se pone en cuestión lo que se venía gestando en la primera y segunda parte. Es como el momento de la duda; mucho más, el momento de la lucidez, cuando se cobra consciencia de la complejidad misma de la vida y de la muerte; no solo de su interrelación y dialéctica, sino, sobre todo de la desmesura de la vida. La tercera parte es como una reconciliación del protagonista con la vida.

El contradictorio comportamiento de Felipe Delgado radica en que, a pesar de esta lucidez sobre la vida y el momento de la muerte en el devenir de la vida, se inclina por el derrumbe que se ha venido gestando desde un principio. Acepta este derrumbe como fatalidad, que, en otros términos, también implica el destino del que no se puede escapar. Entonces, esta falta de libertad ante el destino escrito es como una afirmación misma de la fatalidad y del destino inscrito. Felipe Delgado no se rebela ante el destino, como lo haría un griego clásico en la tragedia, sino que acepta pasivamente su destino. De esta manera reafirma también su inclinación nihilista, su voluntad de nada, por lo tanto, su falta de voluntad de potencia. La novela narra la trama del fracaso del sujeto ante los dilemas que se plantea, ante los problemas que enfrenta; también renuncia a la lucidez lograda. La expresa como contraste al pesimismo filosófico, largamente labrado; demuestra la equivocación de la perspectiva nihilista y el asombro ante la eternidad de la vida. Sin embargo, a pesar de este horizonte creativo, Felipe Delgado opta por la diseminación, el despojarse del cuerpo, que es, a su vez, el despojarse de la vida o del substrato que hace la vida presente, y realización espiritual de la vida, es decir, realización abstracta y especulativa de la vida, que no es otra cosa que una afirmación de la muerte.

Si seguimos a Ernesto Sábato, la novela trata de los grandes problemas y temas de la humanidad, que son los relativos al sentido de la vida y de la muerte; entonces, Jaime Sáenz, en la novela prefiere encontrar el sentido de la vida en el núcleo vacío de la muerte. No hace al revés, como en la tercera parte de la novela, interpretar la muerte como momento de la vida. La textura y la urdimbre de la narrativa configura intensamente esta pugna de los instintos fundamentales, por así decirlo, el vital, el creativo, relativo a la potencia de la vida, y el tanático, el destructivo, el del vaciamiento de la vida, la muerte. Por eso, quizás la tercera parte de la novela sea el lugar donde la narrativa adquiere una intensidad reflexiva. Si bien, el desenlace toma el camino fácil del derrumbe, este desmoronamiento es antecedido por una reflexión lúcida que cuestiona al mismo desenlace. En la novela se patentizan las tendencias encontradas del escritor.

Sin embargo, si bien las reflexiones lo transportan a la experiencia del pensamiento que ilumina el mundo, retirando sus nieblas, la ciudad no deja de ejercer su campo gravitacional, mostrando no solo sus rutinarios ajetreas, sino también los anecdóticos hechos que concentran o sintetizan los secretos y claves de la urbe. Una de esas anécdotas es la del muerto que aparece y desaparece, que tiene en vilo a la ciudad. Al final encuentran un muerto; hay un revuelo, la población curiosa va al mercado de flores a verlo, donde lo encontraron, observando desde una grieta que se abría hacia uno de los ríos que cruza la ciudad, un barranco. Cuando lo suben, por intermedio de un rescatista, el muerto se encuentra en mal estado. Los curiosos se dividen en dos bandos: los que no aceptan que sea el muerto, por falta de dignidad, debido a la putrefacción, sobre todo debido a haber aparecido como muerto, y los que aceptaban la verdad pedestre. El encanto del muerto, que aparecía y desaparecía, era precisamente que comparecía como un fantasma o un espectro, incluso un cuerpo mágico, que aparece y desaparece. Mientras habitaba en el imaginario de la gente, el muerto era un misterio; pero, cuando al final aparece su cadáver, el referente de la representación, el cadáver hace desvanecer el misterio de la representación.

Al volver a la casa de Oblitas, donde estaba alojado Felipe Delgado, después de observar el espectáculo del mercado de las flores, donde se arremolinó la muchedumbre de curiosos, donde también hubo amagues de peleas, acompañadas de discusiones, y a donde llegó la guardia municipal, llevándose a los responsables de la aparición del muerto, Felipe tuvo una larga conversación con su anfitrión. La conversación giro sobre la existencia y no existencia, tanto en sus connotaciones abstractas, así como en sus denotaciones concretas, la existencia y no existencia del muerto, la existencia y no existencia de la bodega. Para Oblitas la existencia no puede separarse de su no existencia, que lo que existe a la vez no existe; en cambio, para Felipe el problema radicaba en el misterio de la existencia misma, por ejemplo, en el misterio que encerraba la bodega. El misterio de la existencia se encuentra en su propio desaparecer. Ambos, Delgado y Oblitas tocan analizando el cuadro de la locura; la entienden como una razón última o, si se quiere, como el hilo mismo de la razón. Los locos serían los únicos que comprenden el sinsentido de los devaneos mundanos. Pero, Oblitas, en relación con la seducción de Felipe Delgado por la bodega, considera que su amigo esta definitivamente maldecido. La única manera de salir de esa fatalidad es llevar a extremo su propia perdición. Sin embargo, también considera que los brujos son los otros que van más allá al usar su magia y atentar contra las mismas leyes de la naturaleza, que la ciencia pretende corroborar.

En la tercera parte de la novela se da como una curva cóncava; se comienza con reflexiones filosóficas anotadas por Felipe Delgado, se hunde en los estragos anecdóticos de una cotidianidad en crisis, para volver a ascender, por así decirlo, a conversaciones especulativas, empero, emergidas de temas concretos, como las del muerto que aparece y desaparece, así como sobre el significado de la bodega. De todas maneras, a pesar de estas hondonadas y estas cumbres reflexivas, en esta parte de la novela es cuando se constata patentemente la decadencia y la degradación de la condición humana de Felipe Delgado. A la llegada de Estefanic a La Paz desde Antofagasta, quien descubre la miseria a la que fue arrastrado el hijo de su amigo, aquél decide intervenir para sacar a Felipe de este hundimiento. Busca al Doctor Sanabria, viejo amigo de él y de Virgilio Delgado, papá de Felipe Delgado, para encontrar una solución. Se puede observar que, en esta parte de la narrativa y de la trama, la novela se prepara a clausurar el desenvolvimiento de las condiciones de la trama misma, del despliegue de los dramas, de la configuración del perfil de los personajes, de la expansión de lo que hemos llamado planos de intensidad de la novela. Todo esto, el cierre de las condiciones, de los desenvolvimientos y de los despliegues de las condiciones de la trama, para iniciar, en la cuarta parte, la última, el recorrido culminante del desenlace de la novela.

No es pues casual que en la tercera parte de la novela las reflexiones adquieran una tonalidad mayor, así como una elaboración y composición solemne. Se trata de clausurar el plano de intensidad filosófico, habiendo desmenuzado antes los tópicos inherentes a las preocupaciones teóricas, habiendo puesto en mesa las premisas y el tratamiento de los temas y problemas, motivos de la reflexión, la búsqueda del sentido mismo de las trayectorias de vida. Antes del desenlace, el plano de intensidad filosófico hace de trasfondo de los eventos que van a acontecer en la cuarta parte de la novela. En contraste, tampoco es casual que Felipe Delgado haya llegado al colmo de la degradación y de la miseria, que el mismo reconoce que es así, asombrado. Al tocar fondo, por así decirlo, el personaje se prepara para iniciar su depuración, limpieza y espiritualización, que viene en forma de desaparición.

¿Cómo caracterizar la novela a estas alturas de la narrativa?  Por cierto, no se puede calificarla, como fácilmente se puede caer, como una novela que hace apología de la bohemia paceña; por este camino, tampoco como una novela nihilista, que ya sería como un primer acercamiento. Si bien brotan secuencias de escenas que podemos describir como derrumbe o decadencia, como marcha incontenible de la voluntad de nada, así como surgen reflexiones que enaltecen la muerte y la nada, sin embargo, también se muestran reflexiones que meditan sobre la vida, la existencia, ponderando su vitalidad y su creatividad; así como aparecen escenas de júbilo y regocijo como las del amor. Se puede decir que, mas bien, estamos ante una narrativa que se mueve en constante tensionamiento entre la nada y el todo, la muerte y la vida, el derrumbe y el amor, la destrucción y la creación. El protagonista experimenta el tensionamiento entre sus expectativas y sus frustraciones, entre sus júbilos y depresiones. Felipe Delgado, a pesar de que hace gala de su propia perdición, se encuentra en la encrucijada donde pugna entre sus propias inclinaciones encontradas. Lo que acabamos de decir ya es un segundo acercamiento a una mejor caracterización de la novela. De aquí podemos animarnos a más elaboradas caracterizaciones de la novela.

La novela Felipe Delgado de Jaime Sáenz coloca a su protagonista en medio de una sociedad desencontrada consigo mismo. Una sociedad que ha heredado dos mundos enfrentados y, a la vez, mezclados, el mundo indígena y el mundo colonial; en la modernidad, que es como su actualidad vertiginosa, ingresa a un mundo diseñado por el comercio, de las haciendas y de la extracción minera, además de un Estado que se pretende república, pero que queda en los marcos de la enunciación jurídica. Una sociedad golpeada por las derrotas bélicas del país, concretamente por la guerra del Pacífico y por la guerra del Acre; una sociedad que se encuentra al borde de una nueva guerra, la del Chaco. Cuando Felipe Delgado pierde al padre pierde al referente de la familia, pero, también al referente de un cierto orden familiar y social. El protagonista ya había perdido a su madre al nacer, experiencia dilatada en el tiempo, que parece no haber superado; al contrario, retorna a la memoria para hacer hincapié en la falta, en la ausencia irremediable. Quizás por esto Felipe demanda permanentemente afecto, algo que podría haberle dado la madre. Este afecto lo encuentra en Ramona Escalera, su amante amada; empero, también la pierde, lo que refuerza el insondable hueco de la ausencia. Por eso, cae en una profunda depresión que lo arrastra a la miseria humana. Las reflexiones sobre la vida las hace precisamente cuando más perdido se encuentra; en cambio, las reflexiones sobre la nada y la muerte, valorando la diseminación, se dan como a un principio, cuando todavía incursiona bien parado el desenvolvimiento de su drama.

La novela pone en escena las contradicciones en las que se debate el protagonista. Es cierto que Felipe Delgado se presenta, después de cada prueba, derrotado. Es vencido una y otra vez por los avatares del destino. En consecuencia, el desplazamiento de la narrativa es una marcha a la perdición del personaje; en el desenlace hacia su desaparición. Aunque en la conversación que tiene con el Doctor Sanabria, amigo de su padre, que quiere rescatarlo de semejante caída a la miseria y al suicidio alcohólico, le dice que él busca voluntariamente su perdición, que lo dejen ser tal como ha llegado a ser, que eso es precisamente lo que quiere, en la novela Felipe intenta más de una vez remontar el camino de otra manera, con júbilo y regocijo, como cuando se enamora; en la finca de Uyupampa incluso deja de beber. No es que, apuesta a su rehabilitación, a lo que se opone con contundencia, sino que, en derrotero paralelo, alternativo, encuentra oportunidades a la expectativa y al sentido. Entonces, estamos ante una novela que pone en escena a una sociedad desencontrada consigo misma, a pesar de las ínfulas de seguridad que se dé en sus ceremonias y en sus instituciones, además de sus valores fosilizados. El protagonista se encuentra en medio de este desencuentro social y cultural. Vive el drama social subjetivamente; en los espesores del sujeto se asiste a los dilemas del hombre paceño tensionado por un mundo mestizo, que anhela la modernidad, pero tiene nostalgia de lo indígena. Los perfiles del mestizaje sobresalen en casi todos los personajes de la novela; hay mestizos que se consideran indios como Oblitas, hay mestizos que hablan muy bien el aymara como Beltrán. Si bien Estefanic es un eslavo adoptado por Bolivia y adaptado a la tierra, es quien sabe acullicar y lo hace asiduamente, cosa que observan positivamente los aparapitas de la bodega. Felipe Delgado no sabe aymara, empero es seducido por el aparapita, el cargador aymara de la ciudad barroca de La Paz. En la experiencia subjetiva el mestizaje se vive en las tensiones simbólicas de una cultura urbana mezclada. Felipe Delgado es una novela de los desencuentros y las encrucijadas, de las tensiones culturales de una sociedad urbana barroca. También es una novela de la rebeldía negativa, autodestructiva, que no quiere llegar a ninguna parte, salvo al despojamiento del cuerpo; empero, lo que no hay que olvidar, se trata de una rebeldía contra la institucionalidad carcomida de una sociedad perdida en sus propios laberintos.

Felipe Delgado presiente su pronta desaparición del mundo, al salir de la casa del Doctor Sanabria, después de una larga conversación, a propósito de su vida descarriada, deambulando por las calles, se topa con una banda militar, que pasa marchando y tocando sus tonadas marciales; cuando se aleja la banda dejando una estela sonora que se va apagando emerge una mirada, que podríamos llamar el de la intuición de la lucidez repentina, que sintetiza el recorrido de su vida y lo que le queda de porvenir. Cuando da un paseo por el Valle de las Ánimas con su amigo Ramón Peña y Lillo interpreta a la conformación petrificada como almas petrificadas, encontrando que presiente su propia petrificación. Recuerda que cuando niño, en una situación de que se queda solo en la casa, al observar el vuelo de una mosca, al deleitarse con esta soledad repentina, descubre una mirada en el techo, una mirada de niño, que podía ser ángel o un demonio. Estos tres episodios son como los anuncios de lo que va a venir, el protagonista logra el júbilo de la mirada de la intuición, aunque también es consciente de que hay que sentir esto, mas bien, con temor y temblor. En el tercer episodio mencionado, estamos, más bien en el recuerdo, siendo ya adulto, ante la interpretación de una premonición. Entonces, en la tercera parte de la novela no solo se clausuran las condiciones de la trama y los desenvolvimientos de los planos de intensidad de la narrativa, sino que también se menciona la lucidez lograda en pleno crepúsculo de Felipe Delgado.   

Conclusiones

La tercera parte de la novela, recogida en este comentario, hace patente el laberinto de la soledad de Felipe Delgado. Pero, no solo se trata del laberinto de soledad del protagonista, sino que este laberinto subjetivo expresa singularmente el laberinto de la sociedad urbana barroca de La Paz. En esta parte de la narrativa se clausuran los desenvolvimientos de las condiciones de la novela, así como se cierran los planos de intensidad, que hacen a la composición de la novela. Como dijimos se prepara el camino al desenlace, que se despliega en la cuarta parte de la novela. Sobresalen las reflexiones largas sobre la vida y la existencia, que suponen las reflexiones sobre la muerte y la nada; empero, en este caso, la muerte aparece como parte de la vida, ya no exactamente, como en las anteriores reflexiones, como realización misma de la vida. Estas reflexiones son compensadas por la narración anecdótica de eventos que conmueven a la ciudad. La estructura imaginaria se devela en estos eventos anecdóticos; el sentido común prefiere la representación alucinante, descarta la presencia pedestre del cuerpo martirizado. También se patentiza la degradación y la miseria alcanzada por el protagonista, quien, desarrapado, deshilachado y mugriento, prácticamente aparece como una piltrafa humana, incluso un pordiosero. Una vez alcanzado este hundimiento, los viejos amigos del padre de Felipe Delgado deciden rescatarlo, recurriendo al brujo Oblitas en una conspiración de amigos. La tercera parte de la novela, esta parte de la trama, ya tiene preparado el desenlace en un nuevo escenario, en la finca de Uyupampa, donde, después de asistir a su rehabilitación, distanciamiento, meditación y limpieza, Felipe Delgado culmina con su apoteósica desaparición.

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Raúl Prada Alcoreza

Escritor, artesano de poiesis, crítico y activista ácrata. Entre sus últimos libros de ensayo y análisis crítico se encuentran Anacronismos discursivos y estructuras de poder, Estado policial, El lado oscuro del poder, Devenir fenología y devenir complejidad. Entre sus poemarios – con el seudónimo de Sebastiano Monada - se hallan Alboradas crepusculares, Intuición poética, Eterno nacimiento de la rebelión, Subversión afectiva. Ensayos, análisis críticos y poemarios publicados en Amazon.

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