El amor en tiempos de Felipe Delgado

Raúl Prada Alcoreza

Felipe Delgado se enamora de Ramona Escalera. Seducido por su naturalidad, su comportamiento espontáneo, y su belleza solitaria, cada vez más atraído, así como apesadumbrado, por su cautiverio en manos de José Luis Prudencio y su hermana Luisa. Ramona es entregada a Prudencio debido a problemas familiares, al parecer económicos, los padres adoptivos que se hacen cargo de Ramona la obligan a casarse con el potentado y hombre rico, metido en negocios turbios. Cuando conoce a Felipe Delgado, se entrega a él por amor. Felipe la lleva a la bodega la noche de San Juan, el día también del cumpleaños de Ramona, quizás también la fecha de la ejecución de una supuesta conspiración en la que estaba involucrado Prudencio. Ramona va a ser recibida por la confraternidad beoda de la bodega un tanto recelosamente y un tanto sorprendidos, los miembros del colectivo alcohólico de la taberna, por tan grata visita de una mujer bella. Esa noche, tan esperada, cuando le regala Felipe Delgado una cabeza de jibaro que se parece a él, tienen el primer desencuentro de su relación amorosa. Ramona, antes de que Felipe entre a la taberna, le pide que mire hacia ella, que esperaba en la esquina, y vea si lo que se queda es su sombra o ella misma, así como ella va a observar si lo que entra y sale de la taberna es Felipe o su sombra. Le dice, tú sabrás si yo o tú morirá antes. Al salir de la bodega efectivamente Felipe sabe, al mirar hacia Ramona, que era ella la que iba a morir, sin embargo, a pesar de que promete decir la verdad, Felipe no se anima a decirle lo que ha visto y descubre. Ramona sabe que miente; esa mentira de Felipe es lo que inicia la primera pelea de la pareja.

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Del primer encuentro en las puertas de la iglesia con Ramona, casual, imprevisto y hasta espontáneo, al segundo encuentro en el hospital, donde se encontraba Felipe Delgado convaleciente, después del atropello sufrido, Felipe está cada vez más seguro de los sentimientos de Ramona hacia él, lo que le causa un gran regocijo. Después de la noche de San Juan, Ramona visita a Felipe en su departamento de la calle Catacora. Allí prospera el romance secreto de ambos; Ramona encuentra un refugio afectivo y amoroso, un oasis en el desierto de su soledad. Sin embargo, la pareja no va a dejar de tener desavenencias; Felipe provoca enojos en Ramona, cuando no la deja dormir, sugiriéndole repita una frase mágica que la va a tener despierta; Ramona se comporta irónicamente ante los pedidos extravagantes de Felipe.

José Luis Prudencio era descendiente de Juan Huallpa Rimachi, es decir, de la nobleza incaica. Vivía en la calle Recreo entre las calles Cochabamba y Sagárnaga. Alrededor de él se conformó un mito sórdido; se decía que coleccionaba muñecas, entre ellas confundía a su mujer Ramona Escalera con una muñeca. Esta imagen enigmática, misteriosa y oscura de Prudencio obligó a Felipe Delgado a montar todo un sistema de espionaje en la zona céntrica donde vivía. Lo que más llamaba la atención es la guardia pretoriana de Prudencio que custodiaba su mansión, que también adquiría la figura tenebrosa de ángeles de las tinieblas, que vigilaban la entrada al infierno; eran aymaras de sus haciendas del altiplano, disfrazados de afros. El disfraz era extremadamente simple, se embadurnaban de alquitrán para parecer descendientes del continente africano, de la región subsahariana. Felipe se atrevió entrar sorprendiendo a los de esta guardia africana-nativa, la misma que no se inmutaba de la presencia intrusa. Pero, Felipe solo llegó hasta un enrejado, que era la entrada de un patio, por lo visto descuidado; entonces se vio obligado a retornar sobre sus pasos. Es cuando la guardia pretoriana de Prudencio, que parecían estatuas petrificadas, le pareció amenazante, que lo miraban con furia y podían atacarlo el rato menos pensado. Delgado llegó a montar una cadena de espionaje eficaz, que le permitió buena información y comenzar a descifrar lo que ocurría en esa casa solariega. A la llegada de un circo alemán, creyó encontrar la oportunidad de aproximarse a los habitantes de la casa, sobre todo al núcleo hogareño que se encontraba dentro de la fachada tenebrosa. Pues le pareció que José Luis Prudencio y su esposa Ramona Escalera no podían perderse semejante espectáculo que llegaba a la ciudad de la Paz. Efectivamente fue así; en pleno espectáculo del circo se aproximó tanto que tuvo casi contacto con Ramona, mujer que lo impresionó por su altura y su belleza. Cuando pasó por su lado Ramona, lo dejó desarmado, incluso asustado, por la presencia que le dejaba su halo estético. Es cuando se desencantó del misterioso personaje, que era el esposo viejo de esta señora joven, y comenzó a interesarse e inquietarse por Ramona.

A estas alturas Felipe Delgado comenzó a escribir una crónica sobre los eventos a los que asistía. En la crónica expresó su sorpresa por la atracción que ejercía semejante mujer, se preguntó si no era arrastrado por los efluvios del amor. Felipe definió al amor como el camino de la esperanza; empero, en lo que respecta a él, no tenía esperanza, por lo tanto, no era el indicado para comenzar un romance. Pero, a pesar de estas anotaciones, Felipe terminó involucrado en un romance intenso e intempestivo con Ramona. Con Ramona Escalera llevó adelante un romance en la apertura de nuevos horizontes, los que le abrieron el sinuoso decurso a la desaparición de la amada e incluso del amor no logrado. Las desavenencias con la amada y el amor pleno no logrado terminan señalando lo imposible de la relación. Un amor de entrega absoluta, sin embargo, imposible de realizarse cuando se encuentran los amantes en zonas de imposible encuentro, en las encrucijadas de las historias de vida.

Prudencio resulta ser un aduanero de tabacos, que trabajaba en la Recaudación Nacional de estancos; es diputado suplente de la provincia Muñecas, en tiempos de los gobiernos de Saavedra. Su padre es Juan Prudencio, antiguo veterinario del ejercito; le dejó a su hijo José Luis tres fincas del altiplano, casas en La Paz y joyas. José Luis nació en Camata; la madre de Prudencio era indígena. Pero Prudencio llevó al extremo sus contradicciones, siendo lo que es, de donde viene, se dejó llevar por el mezquino juego de los intereses económicos y los juegos lúdicos y artificiosos con muñecas. Su mezquindad llegó tan lejos que prefirió quedar cojo a gastar en la atención médica.  Atormentado por sus contradicciones inherentes y empujado por extravagantes comportamientos, además de delirantes imaginarios, en el peor de sus momentos tormentosos fue llevado al panóptico de Sucre. Posiblemente cuando volvió a la casa, la hermana controló los avatares del hermano.  ¿Quién sabe?  En 1928 se casó con Ramona Escalera. ¿Qué significaba para él, Prudencio este matrimonio? Este es un problema en la interpretación de la novela. No se puede olvidar que Ramona es huérfana como lo fue Titina Castellanos; esta situación nos lleva al hecho del abandono y la soledad. Sin embargo, Titina y Ramona son distinta, porque una no es amada y la otra si lo es. Entonces las dos mujeres se oponen, en lo que respecta al afecto que despiertan en Felipe Delgado. Sin embargo, ambas son huérfanas. Este es un dato que hay que tener en cuenta en la interpretación de la novela.

El amor en Felipe Delgado es contradictorio, se ama y no se ama. Cuando se ama, se entrega todo, pero uno se embarca en un viaje exigente de entrega o, en contraste, de inconsecuencia. Felipe reconoce, al final, que es inconsecuente, que se deja llevar por la premura de los sentimientos orgullosos. Esta inclinación soterrada se le convierte en una revelación cuando Ramona se despide, definitivamente abrumada por el avance inconmensurable del cáncer que ha tomado su cuerpo. El amor entonces no es una esperanza sino una despedida.

La narrativa de la novela opone el mito contra la realidad efectiva. No es el mito misterioso de Prudencio sino su cruda realidad pedestre, no es el misterioso personaje de la sorda conspiración, sino la realidad efectiva de la presencia ineludible de Ramona. Sin embargo, Felipe Delgado no podrá sobrellevar el desafío, se aplaza. Ramona se va, como se van las personas bellas, como se van los muertos de la tierra, los muertos que se olvidan, como un montón de perros apagados, siguiendo al poema de Federico García Lorca. La vida de Felipe Delgado resulta un desaprensivo comportamiento que no logra aprovechar las oportunidades que se le brindan. La narrativa hace hincapié en la pérdida o la renuncia a la felicidad; ocurre como si el personaje conspirara conta su propia felicidad.  El plano de intensidad del amor deja de ser una esperanza, como el mismo Felipe la definió, sino un campo de batalla. La muerte de Ramona Escalera es una corroboración de la ilusoria esperanza del amor.

El amor en tiempos de Felipe Delgado es imposible. No se puede realizar. Solo se puede dar como entrega, sin compensación requerida. Felipe no puede gozar plenamente de la entrega de Ramona y Ramona no puede gozar plenamente de Felipe porque es inmaduro. No está preparado para la entrega inconmensurable de Ramona. Lo que hace Felipe Delgado es deshacerse en lamentaciones póstumas, que no son otra cosa que el reconocimiento de su incomprensión y su fracaso. Se puede interpretar la novela Felipe Delgado como una narrativa de la imposibilidad de la realización de lo que se persigue. El fracaso de las utopías de la subjetividad. Teniendo en cuenta la definición de Felipe Delgado sobre el amor, resulta que no es la esperanza sino el intento heroico de oponerse a los designios del destino. El amor es una ilusión imposible, mientras dura, los ritmos del tiempo se modifican, al calor de los sentimientos que se debocan. Pero, esto es un acto heroico ante los designios irreversibles del destino. Por eso, Felipe Delgado, después de la muerte de Ramona, se expone extremadamente vulnerable ante los avatares indiscutibles de la vida. Quizás como resistencia imaginaria aparece la interpretación de los sueños. Ramona y Felipe coinciden en la interpretación de los símbolos expresivos de los sueños. Lo que sobresalta a Felipe. Por eso le confiesa el encuentro en el espejo con la luna y la calavera. Para Ramona el espejo es una puerta a lo desconocido, para Felipe es un abismo que lo lleva a su propia diseminación.

Ramona Escalera muere de cáncer, afronta sola su enfermedad, incomprendida por un Felipe Delgado que no llega ha entender la magnitud del drama. Sin embargo, es sobrecogido por la irradiación de los símbolos expresivos de la muerte. Después de la muerte de Ramona, quien dijo, anticipadamente, que también se despoja de su cuerpo, además de exigir como interpretación desiderativa, que quiere  como epitafio lo que dijo Oblitas, en una de las charlas con Felipe, que, en todo caso, se trata del cuerpo que muere, insinuando algo así como que el espíritu se libera. Felipe queda atrapado en una desbocada y demoledora soledad insoslayable, pues su amor verdadero, Ramona, ha muerto, llevándose con ella la última oportunidad que tenía de entablar una relación armónica con la vida. Después de la muerte de Ramona, Felipe Delgado va a experimentar el sinsentido de lo que viene cuando ya no hay amor.

Se puede decir que el romance con Ramona Escalera es el recorrido de la esperanza, sin embargo, como se conspirara contra esta posibilidad, se opta por el menosprecio y la competencia. No se acepta el desafío de la mujer, la exigencia de ir más allá del bien y el mal. La novela expresa patentemente la innegable inmadurez de Felipe Delgado; en contraste la fortaleza y la madurez ante la muerte de Ramona Escalera. Ante la muerte singular y concreta de Ramona, la filosofía sobre el ser encaminado a la muerte pierde fuerza, no tiene mucho sentido. Lo que importa, en este caso, lo que llama la atención, es la manera de asumir el destino, la muerte, por parte de Ramona. No se trata de un ser destinado a la muerte sino de ser que enfrenta la muerte, la muerte concreta, la suya. La filosofía no puede ante esta experiencia, que, en este caso, da como testimonio, la novela. La muerte para Ramona es no solo una fatalidad, sino, sobre todo, una enseñanza de que las ponderaciones sociales, que no dejan de ser banales, son relativas. Felipe intuye esta enseñanza, pero, la deja ahí, como una certeza pasajera y reveladora. Por eso, quizás se embarca en su propia diseminación. Ramona, le dice, que ella también se despoja del cuerpo, que esta experiencia la traslada al instante eterno de los momentos amados, a la contemplación de los atardeceres.

Aunque, en la novela, el autor llega a decir que José Luis Prudencio es el ejemplo del ser contradictorio del boliviano, no es la única forma en la que se manifiesta este ser. Sin embargo, en este caso, no se trata de un ser diletante, especulativo, por eso amante de la ilusión mitológica, que intermitentemente se manifiesta como acto heroico, sino de un ser moderno, con todas las contradicciones que contrae la modernidad. Entre ellas, la contradicción entre el pasado y el presente vertiginoso. La crónica de Felipe Delgado alude a la combinación exaltada de lo indio y lo mestizo, pero, no olvida, expresado de otra manera, en la narrativa, que se trata de un ser que tiene que resolver el dilema histórico-cultural de la colonialidad, ser o no ser ante la herencia colonial. En la novela se plantea este problema, pero no se lo resuelve. Se opta por las configuraciones místicas y las interpretaciones herméticas. Sin embargo, en la narrativa se encuentra el dilema, que obviamente, no solo se trata del ser boliviano sino del ser histórico-cultural del continente de Abya Ayala.

¿Cómo se puede considerar la novela desde esta perspectiva? Cuando Felipe Delgado define el amor como esperanza, sobre todo cuando la narrativa se embarca en el relato del romance entre Felipe Delgado y Ramona Escalera, nos muestra una rebelión afectiva, que logra disponer de la perspectiva amorosa, la que valora los hechos desde el sentido atribuido por la memoria sensible del amor. Felipe comprende esta revelación, pero se niega a asumir las consecuencias. Prefiere repetir el drama de las relaciones amorosas, sus fusiones corporales y sus desencuentros sociales. Se entraba en lamentables disputas triviales de pareja. La novela revela la derrota del amor ante el recurrente drama de lo cotidiano.

Se puede decir que lo que constata la narración es el fracaso del amor. Una vez pasados los momentos de asombro, de emoción inédita, de compartir efusivamente las sensaciones del romance como distinción y diferencia, como mundo aparte, de dos que se embarcan en el viaje de la entrega y del descubrimiento del otro, se ingresa al desafío de la permanencia y la continuidad. El mundo romántico y del romance no se encuentra definitivamente aislado del mundo efectivo, tampoco, y esto es lo más concreto en cuanto a la afectación, de las demandas cotidianas, sobre todo cuando se trata de no quedar atrapados en las concurrencias de los egos. Es cuando la inmadurez acumulada emerge cruelmente y empuja a los amantes a los pequeños juegos de poder. Felipe Delgado compite con extravagancias y exigencias absurdas, sospecha de la ironía suelta de Ramona Escalera, sobre todo se disgusta ante un notorio distanciamiento, después de algunas peleas. La proximidad del viaje de Ramona a Europa le parece una desvalorización de su persona; se siente como descentrado. No comprende la importancia de este viaje en lo que respecta a la enfermedad que aqueja a Ramona, de la que no se entera sino hasta el final del desenlace de esta penuria. Es cuando le reclama a Ramona no haberle anoticiado antes, pero no lo hace tanto por el sufrimiento de Ramona, sino más porque se siente relegado. Cuando Ramona retorna de Europa, de la terapia a la que es sometida, ya sabe que no le queda mucho de vida; busca a Felipe sobre todo para despedirse y confesarle de la pena que siente al dejar solo a Felipe. Ante semejante trance, Felipe no logra colocarse a la altura del acontecimiento; se queda como sobrepasado y con mucho pesar. Pero, acepta los pedidos de su amada y los cumple al pie de la letra; compromete a Juan de la Cruz Oblitas y a Ramón Peña y Lillo a que no se aparten durante su velorio, vigilando a que su esposo no la entierre con la muñeca que se le parece. Le entrega, a través de un sirviente de su esposo, que la estimaba, un paquete de sus objetos de valor, para que los tire al río. Felipe no puede asistir al velorio y espera la llegada de Oblitas y Peña y Lillo para informarse de los pormenores de lo acontecido. De esta manera se clausura el plano de intensidad amoroso; en adelante, en lo que viene, lo del hombre sin esperanzas, como él mismo se definió, se hace dramáticamente patente.

El amor es un fracaso; se trata del amor romántico, el amor de pareja, que dura lo que dura el lapso del romanticismo; después, se interna en los recovecos de la competencia entre parejas, en los egocentrismos bullentes, que reaparecen intermitentemente en la propagación de la incomunicación en expansión. Felipe Delgado la pierde antes de su muerte a Ramona Escalera, porque no sabe cultivar la relación amorosa, no sabe construir la perdurabilidad del romance. En su comportamiento caprichoso Felipe Delgado hace patente la inmadurez consuetudinaria del hombre. En la narrativa como que se opone la figura del hombre inmaduro a la figura de la mujer madura, en concreto, entre el perfil subjetivo de Felipe Delgado y el perfil subjetivo de Ramona Escalera. La mujer como que se encuentra más allá de los avatares de la concurrencia amorosa, más allá de las pequeñas trifulcas y de los celos masculinos. Se trata de una sabiduría que ha mirado la muerte, la finitud humana; también de una sabiduría que emerge de los sufrimientos, del dolor, sobre todo de la discriminación y la marginación de la mujer, de la experiencia cosificante que la convierte en objeto. Aprende desde la experiencia de esta cosificación de la sociedad patriarcal y de las dominaciones de las fraternidades masculinas a descubrir la profunda latencia de la vida, la capacidad creativa, por lo menos de la intuición de esta creación; entonces, relativiza los avatares y logra amar, sin miramientos. Lo que no sucede con Felipe Delgado, quien, a pesar de haberse enamorado, de valorar la extraña espontaneidad de Ramona, su seductora belleza, notoriamente destacable, queda atrapado en el campo gravitatorio de la competencia egocéntrica. Felipe Delgado no aprende de la exigente experiencia amorosa; la goza, se acerca al placer del sentir y el compartir, pero, prefiere boicotear a la persistencia del amor, prefiere volver al recurso fácil de la victimización, prefiere retomar su camino insondable a la nada. Cuando muere Ramona, la valora como un mito; es decir, construye un mito, la mujer inalcanzable. Pero, también construye una narrativa de la perdición, de la derrota, de la frustración, que se convierten en argumentos de la diseminación, del suicidio, del despojamiento del cuerpo.

Lo que acontece en el cementerio, en el entierro de Ramona, es anecdótico. Una ceremonia cuidada celosamente por la guardia pretoriana de Prudencio, los sirvientes aymaras disfrazados de afros. Unas lloronas expulsadas del rito de la muerte, un cortejo silencioso, adormecido en la despedida, un esposo, ahora viudo, más silencioso y enmudecido, acompañado por el halo de misterio, del que no se separa; observado por los amigos de Felipe Delgado, Oblitas y Peña y Lillo, quienes creen descifrar en sus gestos imperceptibles los signos de la culpabilidad de la muerte de Ramona. La ventisca del atardecer paceño termina empujando el polvo y las reminiscencias de la basura en los rincones del primer piso de la columna de nichos del cementerio.

Felipe Delgado se encuentra refugiado en la bodega, asistiendo a su duelo en un dilatado sufrimiento alcohólico, asistido por la fraternidad de beodos, quienes se conduelen del amigo martirizado por la pérdida. Duerme y bebe, bebe y duerme. Al despertar se descubre otra vez solo, toma consciencia de su marcado anacronismo con el lugar, con el momento, con su situación. Decide ir a hablar con el brujo Oblitas, quien le da el relato pormenorizado sobre lo ocurrido en el velorio y en el cementerio, le hace conocer sus sospechas y sus interpretaciones, lo que significa Ramona y su muerte. Termina aconsejando al Felipe un viaje a las costas marítimas, algo que coincide con la intención de Felipe de ir a visitar a Estefanic a Antofagasta. La segunda parte de la novela concluye con esta escena; Felipe se despide de esta etapa clausurada, se despoja de sus cosas, de su departamento, de sus utensilios, de todo lo que le recuerda al espacio y a la fragancia que dejó el paso de Ramona.

La segunda parte de la novela Felipe Delgado tiene como eje conductor el amor, los dilemas del amor, su itinerario, por así decirlo, que comienza con el entusiasmo romántico, escala hasta el afecto mayúsculo y la entrega absoluta, para luego, después de un punto de inflexión, decaiga en los campos rutinarios de las microfísicas del poder triviales y cotidianos, hasta llegar al abismo de la despedida, que deriva en un acto heroico o en una diseminación completa, también es posible dejar absorberse por lo anodino e insípido. La tercera parte de la novela transcurre en Antofagasta, donde viaja Felipe Delgado a encontrarse con el ser del mar, un ser eterno, sin tiempo e infinito. Allí reflexiona sobre la distancia, aunque también sobre la pérdida del mar y lo que significa para hombres de la montaña y del Altiplano como él. Así mismo relata el retorno de Felipe a la ciudad de La Paz, donde vuelve a encontrar a los amigos y a la misma ciudad de siempre. Sin embargo, asiste a la desaparición accidentada de la bodega, a la enfermedad de Corsino Ordóñez, el bodeguero, y a su despedida, antes de morir. Se compromete dar el discurso final de despedida, durante el entierro, sin embargo, no logra articular algo coherente, amedrentado por la presencia del carpintero de la “Nave del Diluvio Final”, que era el nombre de la carpintería instalada en sustitución de la taberna. Sin perder de vista al carpintero que se encontraba en la muchedumbre asistente al entierro, que fue alejándose paulatinamente, hasta ser solo visible su sombrero de paja, siendo del tamaño de un insecto, Felipe, en vez de discurso dio un grito, agarrándose el pecho, y se fue de bruces desmayado. La cuarta parte de la novela, que corresponde al desenlace, transcurre en la hacienda de Sanabria llamada Uyupampa. Allí, el intrigado Doctor Sanabria, amigo del papá de Felipe Delgado, que ha decidido rescatar a Felipe del alcoholismo, da la orden a su administrador Menelao Vera a encontrar y hurtar el cuaderno de anotaciones de Felipe Delgado; Sanabria creía poder encontrar claves para entender el comportamiento extravagante de Felipe. Más tarde, en la noche de San juan, después de que aparece el cuaderno, Felipe, ante el asombro de todos quema su cuaderno de anotaciones. En la hacienda muere Estefanic, el otro amigo de su padre, que lo acompaña hasta el final, y es enterrado debajo de un Sauce, árbol que amaba el difunto. Estos son sucesos que anteceden a la desaparición de Felipe Delgado.

Conclusiones

Se ha dicho que la novela es la narrativa del anti-héroe, contraste con la épica y la narrativa del héroe; se ha dicho o insinuado también que se abandona la grandilocuencia de la tragedia para entrar de lleno a los avatares del drama. También se puede decir que se trata de viajes hermenéuticos a las cavernas y recovecos laberínticos del sujeto, de las dinámicas de la subjetividad. En Felipe Delgado el protagonista se enfrenta a sus múltiples contradicciones; no solo se trata de las contradicciones culturales en al abigarrado entramado mestizo, que se debate entre la nostalgia de lo indígena y la expectativa moderna criolla, sino también de contradicciones sociales, entre la sociedad institucionalizada y la sociedad arrinconada, marginada, ocultada en las sombras. Así mismo aparecen las contradicciones relativas al deseo insatisfecho, insatisfacción que se oculta en juegos artificiales y fetichistas. Por otra parte, se nota el contraste entre las fraternidades de hombres y el aislamiento obligado de las mujeres, aunque se las presente como hechiceras o símbolos de la belleza y entrega espontáneas. No se dejan de dibujar los anuncios histórico-políticos, en este caso, de los primeros actos bélicos de la guerra del Chaco. Es decir, que el sujeto de la novela se halla, por una parte, en pleno ojo de la tormenta, aparentemente apacible, aunque sitiado por torbellinos; por otra parte, ante encrucijadas que le exigen bifurcar el camino, decidir el curso venidero, aunque arriesgue perderse en el laberinto.

Felipe Delgado es un personaje perdido en el laberinto social, cultural, imaginario, subjetivo, de una sociedad que no logra encontrarse, que se siente arrastrada en torbellinos que no controla, aunque, como Estado, como sociedad institucionalizada, intenta mostrar seguridad, determinación, institucionalidad. Felipe Delgado se encamina, desde un principio, el comienzo de la novela, a su propia diseminación, a lo que llama el “sacarse el cuerpo”, es decir, despojarse del cuerpo. Marcha a este desenlace como una embarcación al naufragio, a pesar del sinuoso decurso de los eventos y escenarios donde hace como escalas. En estas escalas, como las del amor, la isla del amor, en pleno mar tempestuoso, se asiste al desenvolvimiento de oportunidades, empero deterioradas y desechadas en el despliegue de sus tejidos autónomos. Son como síntomas de esperanza, pero también acompañados por síntomas del fracaso anticipado, de la diseminación y el despojamiento del cuerpo.

Raúl Prada Alcoreza

Escritor, artesano de poiesis, crítico y activista ácrata. Entre sus últimos libros de ensayo y análisis crítico se encuentran Anacronismos discursivos y estructuras de poder, Estado policial, El lado oscuro del poder, Devenir fenología y devenir complejidad. Entre sus poemarios – con el seudónimo de Sebastiano Monada - se hallan Alboradas crepusculares, Intuición poética, Eterno nacimiento de la rebelión, Subversión afectiva. Ensayos, análisis críticos y poemarios publicados en Amazon.

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