En la “época de la posverdad”, como se la denomina a la actual, las “fake news” encuentran un campo abonado en las campañas electorales. ¿No apeló el gobierno a “verdades alternativas” para desleg" />

Juan Carlos Salazar /

Guerra sucia

En la “época de la posverdad”, como se la denomina a la actual, las “fake news” encuentran un campo abonado en las campañas electorales. ¿No apeló el gobierno a “verdades alternativas” para deslegitimar y desconocer el 21F? Se dice que la verdad es la primera víctima de una guerra. Podríamos decir lo mismo de los procesos electorales. El nuestro ya empezó. Y todavía no hemos visto lo peor.

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Por jueves, 06 de junio de 2019 · 00:11

Las campañas electorales no son lo que eran. Las redes sociales han sustituido a las plazas y parques en las proclamaciones y actos de masas. Los “trolls” y los “guerreros digitales” han reemplazado  a los activistas que recorrían las calles pintando consignas y pegando carteles. No lo hacen para difundir las propuestas de sus candidatos, sino para demoler al rival con mentiras y calumnias, para imponer su propia agenda. La “guerra sucia” siempre ha existido, dirán algunos. Cierto. Pero las campañas de manipulación y linchamiento cuentan ahora con cajas de resonancia que antes no existían. Es la otra cara de las redes sociales.

La victoria de Donald Trump y del Brexit en Gran Bretaña, en 2016, puso de moda la palabra “posverdad”. La Real Academia de la Lengua la define como una “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Como diría algún teórico, es la “marca blanca” de la mentira, un disfraz de “la mentira premeditada y organizada”, la mentira vendida como verdad.

En otras palabras, es la vieja “guerra sucia” elevada al infinito por las redes sociales, alimentada por usinas de noticias falsas o “verdades alternativas”, las “fake news” –otras dos palabras de moda-, con las que se pretende, precisamente, manipular, distorsionar o contrarrestar la verdad, cuando ésta resulta incómoda o imposible de negarla.

Muchos dirán que la guerra es en ambos sentidos. Evidente. Pero no es lo mismo que el acoso venga de un ciudadano de a pie, igualmente reprobable, que desde el poder, porque los ataques desde el poder no sólo buscan desprestigiar a los rivales políticos, manchar su honor, sino estigmatizarlos ante la opinión pública. No sólo eso. Las “verdades alternativas” tienen como otro objetivo ensuciar la cancha, “igualar” a todos en el mismo lodazal, para tapar o disimular las propias vergüenzas  (“¡tú también eres corrupto!”).

El triunfo del Brexit y de Trump también puso el tema del populismo –otra palabra de moda- en el tapete del debate global. La “posverdad” está directamente relacionada con el populismo. Se han aliado incondicionalmente. Y este fenómeno tiene mucho que ver con la esencia del periodismo, que es la búsqueda de la verdad y el escrutinio del poder.

Como dicen Cass Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser en su libro Populismo, los populistas quieren hacernos creer, desde una pretendida superioridad moral, que la sociedad está dividida entre los “puros”, que son ellos, y la “élite corrupta”, que son los demás; entre los “puros”, que, obviamente, expresan la “voluntad del pueblo”; y los “corruptos”, que están en contra de los intereses populares.

La experiencia muestra cómo los líderes populistas se han puesto a demoler las instituciones y el sistema democrático, invocando esa misma democracia que les ha permitido conquistar el poder, mientras sus seguidores propagan sus “verdades” a punta de tuits, al servicio de una estrategia de manipulación y linchamiento, eludiendo toda  fiscalización. Su objetivo: eternizarse en el poder. Su primer blanco: los medios independientes.

Las redes sociales viralizan la “guerra sucia”, pero, muchas veces, los medios convencionales, en lugar de “atajar” las noticias falsas, las confirman al difundirlas sin cotejar su origen ni contrastarlas con las fuentes apropiadas.

En una entrevista concedida al semanario católico belga Tertio, el propio papa Francisco alertó a los medios de comunicación y a los periodistas de no caer “en la enfermedad de la coprofilia” (la atracción por los excrementos), para no inducir a la opinión pública a la “coprofagia” (la ingestión de excrementos). De esta manera, el Papa nos advertía sobre el peligro de convertir al planeta en un estercolero. Es una de las grandes responsabilidades de la prensa en la actualidad.

Antonio Caño, exdirector del diario El País de Madrid, dijo que la “posverdad” no sólo está poniendo en peligro la libertad de prensa, sino toda la arquitectura de libertades y derechos que conforman una democracia: “La mentira es mentira, aunque se llame posverdad. Y la posverdad es el prefascismo”, advirtió. Así de grave.

En la “época de la posverdad”, como se la denomina a la actual, las “fake news” encuentran un campo abonado en las campañas electorales. Y no es necesario remontarse a las elecciones estadounidenses ni al Brexit para comprobarlo. ¿No apeló el gobierno a “verdades alternativas” para deslegitimar y desconocer el 21F?

Las campañas electorales no son lo que eran. Se dice que la verdad es la primera víctima de una guerra. Podríamos decir lo mismo de los procesos electorales. El nuestro ya empezó. Y todavía no hemos visto lo peor.

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