José Gabriel Espinoza / La Razón
Desafíos para el sindicalismo en el siglo XXI
En 1999, un poco más de 817.000 trabajadores estaban afiliados a alguna asociación, gremio o sindicato, lo que representaba el 22,5% de los trabajadores ocupados en ese momento. Para 2006, esta cifra había subido a un poco más de un millón de trabajadores, pero equivalía solo al 22,1% de la población ocupada.
En 2011, ese porcentaje cae a 20,4%, y en 2017 llega solo a 16,2%, lo que representa algo más de 696.000 trabajadores de los más de 5,4 millones de trabajadores ocupados (datos de las Encuestas de Hogares del Instituto Nacional de Estadística, INE).
Aquí hay que aclarar que no podemos identificar cuáles asociaciones, gremios, e incluso sindicatos, están afiliados a la Central Obrera Boliviana (COB) y cuáles no; sin embargo, podemos asegurar que al menos 8 de cada 10 trabajadores en Bolivia no están afiliados a ningún ente gremial y por lo tanto tampoco son representados por la COB, lo que de por sí implica un serio problema para la principal organización sindical del país.
A esto hay que agregarle algunos datos más: los principales sectores donde se encuentra la población agremiada, durante todos los años mencionados, son educación, salud y minería, mientras que los sectores donde más ha crecido el empleo han sido la construcción, comercio y transporte, por lo que es claro que aquellos sectores que más empleo generan no son los que más agremiados aportan (lo que es coherente con la caída en la participación de la población ocupada con alguna filiación sindical o gremial).
Y aquí quizás el dato más preocupante: la edad promedio de un afiliado a algún gremio, asociación o sindicato, en 1999, era de 38 años, mientras que en 2017 esta cifra sube a 42 años; en otras palabras, los jóvenes no se están sindicalizando.
Es claro que los problemas de informalidad y el auge de los servicios frente a la industria, como sectores generadores de empleo, no son nuevos, sin embargo, y más allá de las continuas quejas de la COB por mejorar la lucha contra el contrabando y la informalidad, es claro que el discurso de esta institución está asentado en una visión industrial posguerra. Bajo esta perspectiva del mundo, consignas como la estabilidad laboral se podían aplicar de manera más o menos textual, pues la industrialización, ya sea a partir de la sustitución de importaciones o de la transformación de nuestras materias primas, primero a través de industria liviana hasta avanzar a la gran industria, era la meta casi indiscutible de todo proceso de desarrollo.
Sin embargo, este proceso nunca se ha dado en Bolivia; de hecho, el mismo concepto de industrialización ha cambiado. Hoy, las fronteras entre los servicios y la industria son cada vez más borrosas, y está claro que el mundo demanda cada vez más servicios que bienes manufacturados, al punto tal que hoy día las empresas más grandes del mundo venden servicios y no automóviles, maquinaria o cualquier otro tipo de bien, como hace 15 años. Por lo tanto, es claro que una buena parte del discurso de la COB ha quedado desactualizado, por no decir que en realidad siempre fue difícil de aplicar a la economía nacional.
Pero a estos problemas “clásicos” de la representación sindical hay que agregarle las nuevas dificultades: jóvenes que no creen en las viejas formas de organización y/o trabajo, la globalización de la producción, las brechas de género y las nuevas formas de organización empresarial, lo que nos lleva a nuevas formas de contratación y subcontratación, precariedad y temporalidad del empleo.
Estos problemas se han acentuado con la externalización del empleo a partir de la emergencia de aplicaciones móviles o plataformas digitales que permiten llegar incluso a la individualización de la oferta laboral (puedes trabajar donde, cuanto y cuando quieras, siempre y cuando cumplas los estándares o metas propuestas). Ojo, esta forma de empleo, contrariamente a lo comprendido por la actual dirigencia sindical, en la mayoría de los casos no es algo impuesto, sino que funciona con el consentimiento de los nuevos trabajadores, que buscan un equilibrio entre su vida laboral y el uso de su tiempo (de ahí que a los jóvenes el sindicato les parezca algo tan anacrónico).
En un momento en el que la creatividad es la palabra clave del mercado laboral, es claro que los sindicatos deben ser más creativos, tanto para lograr incluir a aquellos jóvenes (y no tan jóvenes) trabajadores que llevan adelante sus labores desde la individualidad, como para dar respuesta a una serie de nuevas preocupaciones de la sociedad, y que van más allá de la mera falta de ingreso u ocupación, como la urgencia de un empleo digno con remuneraciones justas, reconocimiento de las habilidades y potencialidades del trabajador e incluso la sostenibilidad del medio ambiente.