Ocho claves para comprenderla

Un año de crisis en Nicaragua

El 18 de abril se cumple un año del estallido de la crisis política en Nicaragua, la más grave de las últimas cuatro décadas. Antes de pasar a algunas claves para comprender lo que ocurre en este país centroamericano, presentamos una entrevista de DW a Madelaine Caracas(20) que  cuando las protestas universitarias estallaron en Managua, dejó sus estudios y se sumó a las barricadas. Hoy vive en el exilio. Unas 62.000 personas dejaron Nicaragua este último año. La mayoría, unos 55.000, se refugiaron en la vecina Costa Rica, según ACNUR. Pese a dos intentos de diálogo entre el gobierno que dirige el veterano ex guerrillero sandinista Daniel Ortega y la opositora Alianza Cívica, el conflicto no termina de resolverse en un país altamente polarizado y con una economía en acelerado deterioro. (Foto: DW/Alemania)

“Me encantaría ser optimista”

 

¿Cuándo comenzó la crisis?

Se inició con una protesta de estudiantes universitarios contra una impopular reforma al Seguro Social, aunque los expertos consideran que esto fue solo el detonante, ante un creciente descontento social hacia el gobierno de Ortega, que ostenta el poder desde 2007 y  se ha reelegido dos veces en comicios cuestionados por la oposición y por organismos internacionales.

Las manifestaciones comenzaron en abril de 2018 y se extendieron rápidamente a varias ciudades del país, tras la violenta acción de la Policía y grupos paramilitares contra civiles desarmados, que dejó gran cantidad de muertos, detenidos, heridos y exiliados.

¿Qué costos ha tenido el conflicto hasta hoy?

Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), 325 personas murieron y más de 2.000 resultaron heridas por participar en protestas, en su mayoría jóvenes alcanzados por impactos de bala. El gobierno reconoce 198 fallecidos, mientras ONG de derechos humanos elevan la cifra hasta 545.

También de acuerdo con la CIDH, que documentó la crisis desde el punto de vista humanitario, cerca de 700 nicaragüenses permanecen en prisión y otros 60.000 se vieron forzados al exilio, refugiándose mayoritariamente en Costa Rica. La polarización política provoca una profunda división en miles de familias.

Protesta contra el Gobierno nicaragüense en septiembre de 2018.

¿Cuál ha sido el impacto en la economía?

La crisis ha dejado pérdidas económicas por más de 1.600 millones de dólares. El Banco Central de Nicaragua  (BCN, emisor) reportó a inicios de abril una importante caída en inversión extranjera directa (63,2 por ciento), turismo (41,1 por ciento)  y exportaciones (25,4 por ciento), mientras las reservas internacionales se redujeron en 1.000 millones de dólares (33 por ciento).

El Fondo Monetario Internacional (FMI), que desde 2014 constató un crecimiento económico promedio anual del 4,5 por ciento, ha pronosticado una contracción del Producto Interno Bruto: -5% este año, frente al -3,8 reportado en 2018. Se estima que unas 300.000 personas (10% de la población económicamente activa), han perdido sus empleos y que el número de afiliados a la seguridad social se redujo en 17, 2 por ciento.

¿Por qué fracasó el primer diálogo?

El primer intento de diálogo entre el gobierno y la oposición, con la mediación de la Conferencia Episcopal, se inició en mayo y terminó en julio, cuando la delegación oficial rechazó la demanda de la Alianza Cívica de adelantar las elecciones presidenciales previstas para 2021. Sin embargo, el diálogo permitió que un equipo de la CIDH y otro de la ONU llegaran a Nicaragua para documentar las denuncias de violaciones a los derechos humanos.

Al abandonar  la negociación, Ortega acusó a la oposición y a los obispos de “promover un plan golpista”. Simultáneamente, policías y paramilitares sofocaron a sangre y fuego las protestas mediante operativos conjuntos y capturas selectivas de líderes sociales, estudiantes, docentes y campesinos que habían instalado “tranques” en las principales carreteras del país.

El segundo diálogo solo arrojó resultados parciales.

¿Qué ha pasado con el segundo diálogo?

El gobierno y un equipo de la Alianza Cívica –formado esta vez por más empresarios y menos delegados del movimiento social- iniciaron un diálogo el pasado 27 de febrero, para negociar una agenda de cuatro puntos: libertad definitiva de los “presos políticos” y anulación de todos los juicios; fortalecimiento (restitución) de libertades y garantías individuales; reforma electoral y un plan de justicia y reparación para las víctimas de la represión estatal.

Las partes dieron por concluida la negociación el 3 de abril, con acuerdos sólo en los primeros dos temas. El gobierno puso bajo arresto domiciliario a 200 reos desde febrero, pero no ha comenzado a liberar a otro grupo mayor (770 según la Alianza Cívica) conforme un acuerdo con el Comité Internacional de la Cruz Roja. Tampoco ha restablecido el derecho de la oposición a realizar manifestaciones públicas, vetado por la Policía desde septiembre.

En los otros dos temas (electoral y justicia) no hubo acuerdos debido a la negativa oficial al adelanto de elecciones y al rechazo de la oposición a un programa de “justicia y reconciliación” dirigido por la Policía y otras entidades gubernamentales.

¿Qué posición ha tomado la comunidad internacional?

Diversos países han instado al gobierno de Nicaragua a respetar los derechos humanos y retomar el rumbo democrático, advirtiendo que de lo contrario se aplicarían sanciones. Estados Unidos aprobó a fines de 2018 la ley MagnitsKy Nica Act, que prevé sanciones para funcionarios y familiares de Ortega involucrados en corrupción y violación de derechos humanos. La misma ley podría obligar a la Casa Blanca a vetar préstamos de organismos multilaterales solicitados por Managua.

Por su parte, 12 países miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA) han apoyado una eventual aplicación de la Carta Democrática, para forzar al gobierno de Managua a restaurar las libertades. Similar posición mantiene el Parlamento Europeo, que ha amenazado con sanciones a personas allegadas al régimen, si éste no da “señales de buena voluntad” en la mesa de diálogo.

Del otro lado, Daniel Ortega ha recibido apoyo diplomático de sus aliados -Venezuela y Cuba-, así como de Rusia, que explícitamente anunció su respaldo al “gobierno legítimo” de Nicaragua.

“La tortura sicológica es difícil de sobrellevar”

.Madelaine Caracas tiene 20 años y hace 12 meses que no ve a su mamá. A mediados de abril de 2018 cursaba el último año de la carrera de Comunicación y pintaba cuadros al óleo, pero cuando las protestas universitarias estallaron en Managua, dejó su mochila de libros y se sumó a las barricadas donde los jóvenes se enfrentaban a pedradas a la Policía que disparaba balas de fusiles AK-47.

El 16 de mayo de 2018, su voz fue escuchada por millares de televidentes que seguían en vivo la primera sesión del infructuoso diálogo nacional. Madelaine leyó uno a uno los nombres de sus  compañeros muertos en las universidades, frente al rostro imperturbable del presidente Daniel  Ortega y de su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo.

Semanas después debió huir y exiliarse en Costa Rica, país que ha dado refugio a más de 50.000 nicaragüenses en los últimos meses.

En entrevista con DW Madelaine Caracas analiza su vida, su trabajo de denuncia internacional, el drama de sus padres clandestinos y la situación de Nicaragua a un año de la rebelión que no logró tumbar del poder al veterano caudillo sandinista, pero cambió para siempre a este país centroamericano, inmerso todavía  en el peor conflicto de su historia reciente.

-¿Cuánto te ha afectado esta crisis a nivel individual?  ¿Qué perdiste y qué ganaste, si acaso es posible hacer un balance?

Esta pregunta es demasiado difícil, porque la crisis nos afecta a todos de muchas formas. En mi caso el exilio, las amenazas y el nivel de exposición pública es lo que me ha dañado más, como la tortura sicológica y las amenazas que he recibido. El hecho de que yo esté exiliada y mis padres no tengan trabajo y estén escondidos, porque no pueden regresar a nuestra casa, me provoca un estado de stress difícil de sobrellevar.

También me afecta ver a mis compañeros presos, el trabajo desgastante de la denuncia internacional, poner el cuerpo y la cara para hacer este trabajo y de repente sentirte culpable de estar viva. Es horrible, pero una se pregunta ¿por qué estoy viva?

Madelaine Caracas: “Me encantaría ser optimista”

Saber que estaba en el último año de una carrera que me costó esfuerzo porque debía mantener una beca y finalmente tuve que dejarla, ha sido  muy difícil. Sé que hay muchas personas que han perdido más, hay quienes perdieron su vida y entonces perder una carrera  no se compara. Pero finalmente  cada quien tiene sus procesos y sus dolores.

Yo creo que gané muchas experiencias porque jamás imaginé que a mis 20 años me convertiría en una defensora de derechos humanos, que estaría aprendiendo tanto, que entraría en el Parlamento Europeo o hablaría en las Naciones Unidas. También gané muchas familias, porque en cada viaje me he quedado con familias de nicaragüenses migrantes y cada una se convirtió en mi familia. Ahora me siento menos sola, tengo muchas mamás que me cuidan desde lejos y tengo refugio en distintos países del mundo.

Pienso que en medio de los infortunios y el dolor no hay ganancias, pero sí lecciones: saber que existen herramientas para construir un mejor futuro y que esto no vuelva a repetirse. Nunca pensé que tendría que aprender tanto de política, diplomacia, historia y relaciones internacionales en tan poco tiempo y tan temprano.

La verdad es que nos tocó crecer y madurar muy rápido. Por eso estas lecciones y este abril quedarán para siempre en mi vida. Son historias que nunca voy a olvidar: las familias que he ganado, la familia que he perdido y dejado, y los procesos que vienen.

– ¿Qué les pasó a los estudiantes en 2018? ¿Hubo un despertar sorpresivo de la conciencia social, o una explosión causada por el hartazgo frente a los políticos y al poder?

Antes de abril no existía en Nicaragua un movimiento estudiantil independiente, autónomo, que respondiera a los verdaderos intereses de los universitarios. En muchos espacios, los jóvenes nos cuestionábamos nuestro rol y nos preguntábamos qué hacer. Nos agobiaba el hecho de crecer en un país donde vas a votar por primera vez y siempre queda el mismo presidente porque se roba los votos; donde ves violencia a diario y la corrupción permea cada entidad del Estado; donde no hay justicia para las mujeres abusadas y donde el Ejército mata a los campesinos sin que la Policía o el Poder Judicial den respuestas.

Madelaine Caracas: “Algunos pensaban que los jóvenes éramos indiferentes”

El cansancio frente a tanta corrupción e impunidad fue clave para cuestionar el sistema, pero el nivel de represión brutal de la Policía contra nuestras primeras marchas fue lo que terminó de rebalsarnos. Cuando el 18 de abril nos atacaron en la Universidad Centroamericana (UCA) violaron el espacio de autonomía universitaria; ahí vimos a los activistas de la Juventud Sandinista destruyendo las instalaciones de nuestra universidad, apoyados por la Policía.

Algunos pensaban que los jóvenes éramos indiferentes, pero en realidad estábamos frente a una olla de presión que iba a explotar. El incendio en la reserva de Indio Maíz (sur de Nicaragua) se inició el 3 de abril con quemas indiscriminadas por parte de colonos protegidos por el gobierno y fue lo que detonó las primeras protestas. Muchos de nosotros habíamos estado antes en manifestaciones por las pensiones de vejez, el medio ambiente y los derechos de las mujeres. Nos preguntábamos qué hacer frente a un gobierno autoritario y un presidente que estaba por encima de todo y jamás escuchaba las demandas populares.

-¿Qué futuro avizoras para Nicaragua? ¿Cómo es el país que te imaginas?

Me encantaría ser optimista,  pero estoy clara de que el proceso de construcción del país que queremos nos va a tomar muchos años. Porque el gran reto no es sacar a Ortega, sino construir un Estado con nuevas instituciones, sin corrupción ni impunidad y crear una nueva cultura política basada en la justicia.

Es fundamental la articulación entre sectores, porque los movimientos sociales siempre han sido fiscalizadores del poder y han apoyado las demandas de la gente en la calle, poniéndose al frente de la defensa de los más vulnerables y de sus  derechos pisoteados.

También tendremos que sentar las bases para la construcción de la memoria, para no repetir el pasado, para que dentro de 40 años no tengamos otro régimen dictatorial. Nicaragua merece paz, democracia y un cambio estructural del autoritarismo, el machismo y la corrupción, para construir una nación más plural, más inclusiva y más diversa, donde todos podamos tener una voz.

(gg)

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