El oficialismo ha rifado la oportunidad histórica política de la transformación estructural e institucional; la “oposición” retorna a la " />

Una carta perdida en la tormenta

Raúl Prada Alcoreza

El oficialismo ha rifado la oportunidad histórica política de la transformación estructural e institucional; la “oposición” retorna a la conducta cipaya de los gobernantes liberales y neoliberales, además de las dictaduras militares, que entregaron el país por un plato de lentejas. Ambas versiones de la política criolla forman parte del círculo vicioso del poder de una manera singular, propia de la historia política dramática del país. Como hemos dicho antes, son versiones complementarias del mismo vicio compulsivo por el poder, el objeto oscuro de sus deseos; son versiones distintas, pero complementarias, del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. Es más, son también dos versiones de la sumisión; no tienen dignidad. El “gobierno progresista” ha entregado los recursos naturales a la vorágine del extractivismo trasnacional; los liberales persiguieron el “progreso” con la explotación minera; lo hacían restringiendo la economía del país a una economía primario-exportadora. Los neoliberales privatizaron los recursos naturales y las empresas del Estado a precios de gallina muerta. Como se puede ver ninguna de estas versiones políticas de la historia dramática del país cree en las posibilidades y potencialidades del país. No tienen vocación de patria, como se dice.

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Recientemente la “oposición”, o parte de ella, ha mandado una carta al presidente norteamericano Donanld Trump, pidiendo prácticamente la intervención. Con este acto la “oposición” hace evidente su conducta cipaya. Creen que oponerse a la dictadura del Caudillo puede hacerse a cualquier precio y, de cualquier forma. Están muy lejos de entender lo que ha significado la construcción del Estado-nación, sobre todo las luchas de liberación por las que ha tenido que pasar, tomando en cuenta no solo las luchas por la independencia, sino también las luchas por la recuperación de la soberanía nacional, a través de procesos de nacionalizaciones. Las nacionalizaciones tuvieron en la revolución de 1952 un efecto estatal, materializaron institucionalmente el Estado-nación. Al mandar esa carta desatinada, lo que han hecho equivale a una traición a la patria, ni duda cabe. Así como la derrota del “gobierno progresista” en la Haya es también una traición a la patria. Oficialismo y “oposición” parecen competir quien lo hace mejor con esta triste tradición de la casta política; conducta que se corrobora en la dramática historia de las guerras que le tocó sufrir al pueblo boliviano. No es momento de pormenorizar señalando el comportamiento sinuoso de la casta política en los acontecimientos bélicos; nos remitimos a lo escrito en otros ensayos 1. Lo que importa es descifrar esta conducta a la luz de la crisis múltiple del Estado nación en la coyuntura.

A modo de interpretación, lo primero que se puede decir es que la casta política parece concebirse como destinada a representar y a gobernar a un pueblo que todavía requiere que se lo lleve de la mano a tocar el hielo. Esta actitud paternalista es perdurable en la genealogía de la casta política. Que lo hagan por distintos procedimientos y discursos es lo que distingue a los estratos de la casta política; empero, lo que hacen todos los estratos políticos es mantener en la condición dependiente al pueblo, considerándolo prácticamente un niño al que hay que orientarlo. Lo segundo que podemos anotar es que la casta política asume como si fuese natural la dependencia del país; en consecuencia, que la subordinación a la geopolítica del sistema-mundo moderno está dada. Es bajo estas condiciones, de dependencia y subordinación, que hay que moverse en los márgenes de maniobra permitidos por el orden mundial. Unos, los liberales y los neoliberales llaman a estos supuestos del que parten “realismo”; otros, los nacionalistas, los populistas y neopopulistas llaman a estos supuestos de partida revolución nacional, construcción de la nación, más tarde “descolonización” y “revolución democrática cultural”. El problema no radica en que se otorguen distintos nombres a las supuestas condiciones históricas de las que se parte, sino que se actúe en consecuencia; es decir, que reproduzcan estas condiciones de dependencia y subordinación por los caminos tibios de políticas económicas extractivistas, ya sea por la vía de la reforma estructural neoliberal o ya sea por la vía de las reformas populistas.

Una tercera anotación interpretativa tiene que ver con lo que podemos llamar amnesia política, que también implica una amnesia histórica. En otras palabras, la casta política no tiene memoria. Por ejemplo, la “oposición” olvida que la causa de las movilizaciones sociales, durante el quinquenio 2000-2005, tuvo que ver con el costo social que implicaron las políticas neoliberales; ahora, se presentan como salvadores de la debacle “populista”, como si antes no hubiera pasado nada. Otro ejemplo, por el otro lado, el “gobierno progresista” compara su gestión con las gestiones anteriores, olvidando que ya pasó más de una década, sobre todo después de promulgada la Constitución; lo que exige que la evaluación se haga respecto a los objetivos y finalidades de la Constitución. El balance es lamentable, el “gobierno progresista” se encuentra muy lejos de la Constitución, en cambio más cerca de la “oposición”. A propósito de la amnesia histórica de los neopopulistas, olvidan que hubo una revolución nacional, que antecedió a su “revolución democrática y cultural”; aquella revolución nacionalizó efectivamente las minas, en cambio la segunda revolución desnacionalizó los hidrocarburos, entregando el control técnico de la explotación de los hidrocarburos a las empresas trasnacionales.

Una cuarta anotación tiene que ver con el anacronismo de la casta política. Tanto oficialismo como “oposición” se encuentran desactualizadas respecto a las trasformaciones habidas en el sistema-mundo moderno. Se siguen moviendo en los parámetros de la guerra fría, del enfrentamiento entre dos super-potencias, que disputaban la hegemonía y el dominio del mundo. Esto en el mejor de los casos; incluso se dan interpretaciones decimonónicas, considerando a los Estados Unidos de Norte América la República modelo de la modernidad. Esto ha dejado de ser una representación política adecuada cuando los Estados Unidos de Norte América se convierten en un imperialismo más, disputando el control geopolítico y económico del mundo con los imperialismos europeos. La diferencia con la representación de la república ideal moderna se acrecienta más cuando se convierte en la hiper-potencia de la guerra fría, disputando el dominio geopolítico con la Unión Soviética. Después de la caída de la URSS y de los Estados socialistas de la Europa oriental, se convierte en el complejo militar-tecnológico-económico-comunicacional-cibernético hipertrofiado, pues el enemigo “comunista” ha desaparecido. En estas condiciones no solo hay que considerar la crisis de esta hiper-potencia hipertofiada, sino también de otras potencias emergentes que disputan la hegemonía y el control del mundo, ahora en las condiciones de lo que se anuncia como un pretendido multilateralismo.

La carta de los diputados de la “oposición” a Trump evidencia el desconocimiento de éstos de lo que ocurre en Estados Unidos de Norte América, así como el desconocimiento de la disputa interna de las representaciones políticas, tanto en el senado como en la cámara baja, sobre todo los conflictos que se suscitan y se debaten entre demócratas y republicanos. La oposición manda la carta a un presidente que encarna el conservadurismo más recalcitrante, xenófobo, racista, machista y anti-latinoamericano; un presidente que postula la supremacía blanca. No podía ser más desatinada la susodicha carta. Hay que distinguir lo que significa la denuncia al mundo y a los organismos internacionales pertinentes de los atropellos a la democracia en Bolivia de un pedido, prácticamente, de intervención. Con esto, la carta no solo es desatinada sino una traición a la patria.

No se trata, de ninguna manera, de recurrir al desgastado discurso de interpelación al “imperialismo”, del que queda solo el fantasma, después de la guerra del Vietnam. El orden mundial de las dominaciones es otro, la geopolítica del sistema-mundo capitalista ha cambiado; no solo incorporando al antiguo mapa de centros y periferias la zona móvil de las potencias emergentes, sino porque asistimos al dominio del capitalismo financiero y especulativo, además de extractivista, desplazando al capitalismo industrial. Aunque el desenvolvimiento industrial no ha desaparecido y se han dado nuevas revoluciones tecnológicas-científicas-cibernéticas, el capitalismo industrial se encuentra subordinado a las estrategias del capitalismo financiero. Por otra parte, la crisis de sobreproducción, que se oculta en intermitentes crisis financieras, ha llegado a niveles mayores que los dados en las turbulencias del siglo XX. De lo que se trata es de darle el sitio que les corresponde a los pueblos del mundo; en el ejercicio democrático de los pueblos, sobre todo en lo que respecta a las deliberaciones sociales y a las posibilidades de consensos, se encuentran las salidas a la crisis no solo política y económica mundial, sino a la crisis civilizatoria.

Por otra parte, la carta aparece como una inconsecuencia más de la “oposición” en la coyuntura. El referéndum del 21 de febrero de 2016 fue claro; la voluntad popular niega la reforma constitucional para habilitar al presidente a la reelección, en consecuencia, imposibilitando su postulación en las siguientes elecciones. Sin embargo, la “oposición”, que dice defender el referéndum, acepta el ingreso a las elecciones bajo las condiciones que impone la inconstitucional Ley de Organizaciones Políticas; como si esto no bastara, la “oposición” participa en las elecciones apócrifas, habilitando a los inhabilitados por la Constitución y el voto popular. Con lo que la “oposición” se desentiende del mandato popular del referéndum. Entonces, las inconsecuencias se suman y terminan abriendo el camino del atropello, ahora compartido, entre “oposición” y oficialismo, contra el pueblo y contra la democracia. Llama la atención que, a esta complicidad con el oficialismo, en lo que respecta a desentenderse del mandato del referéndum, se añada una carta desatinada al presidente de la supremacía blanca; quien, por cierto, no es expresión ni garante del ejercicio democrático. Su estilo carismático y demagógico se parece, mas bien, al estilo carismático de los caudillos populistas.

 

[1] Ver Geopolítica regional; también El presente aterido al pasado; así como Genealogía de la guerra.

https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/geopol__tica_regional.

https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/el_presente_aterido_al_pasado_2_a80013d4608129.

https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/genealog__a_de_la_guerra.

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Raúl Prada Alcoreza

Escritor, artesano de poiesis, crítico y activista ácrata. Entre sus últimos libros de ensayo y análisis crítico se encuentran Anacronismos discursivos y estructuras de poder, Estado policial, El lado oscuro del poder, Devenir fenología y devenir complejidad. Entre sus poemarios – con el seudónimo de Sebastiano Monada - se hallan Alboradas crepusculares, Intuición poética, Eterno nacimiento de la rebelión, Subversión afectiva. Ensayos, análisis críticos y poemarios publicados en Amazon.

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