Los límites del poder y la dominación
Los límites del poder y la dominación
Apuntes para una evaluación autocrítica
Raúl Prada Alcoreza
A estas alturas de los procesos políticos recientes, sobre todo de los relativos a los llamados “gobiernos progresistas”, es menester volver a hacer una evaluación de lo escrito y analizado, teniendo en cuenta, si bien no los desenlaces, pero por lo menos, las tendencias que se encaminan a los mismos. En este sentido nos haremos algunas preguntas que cuestionan nuestras exposiciones. La primera pregunta: ¿Por qué perduran gobiernos que, supuestamente se encuentran en crisis terminal? A propósito, podrían darse algunas hipótesis interpretativas alternativas; entre ellas quizás la más simple es la que conjetura que hay un error de apreciación, pues los gobiernos en cuestión no se encuentran en crisis terminal. Fuera de responder y a la vez preguntar ¿por qué se dice que no estarían en crisis terminal?, lo que importa es auscultar con otras hipótesis alternativas; una segunda hipótesis interpretativa es la que propone que, así como el capitalismo es un sistema que se desarrolla precisamente a través de sus crisis cíclicas, ocurre algo parecido con el sistema-mundo político, que se desenvuelve precisamente a través de sus crisis.
¿Qué clase de crisis cíclicas se experimentaría en el sistema-mundo político? ¿Así como en el sistema-mundo capitalista la crisis estructural y orgánica arranca como crisis de sobreproducción, en el sistema-mundo político hay algo parecido? Obviamente, en este caso, no se trata de sobreproducción sino de un fenómeno que caracteriza al mundo político. En sistema-mundo político moderno, que se reclama de la democracia institucionalizada, por lo menos de una manera hegemónica, lo que parece “producir” es legitimidad; es decir, la dominación legitimada por la institucionalidad democrática, la república, el Estado moderno, sobre todo, la ideología. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en la economía-mundo, no se trata de una “sobreproducción”, de un exceso, sino, mas bien, al contrario, de una escasez. A medida que la historia moderna experimenta sus recorridos, sus diferentes formas de gobernabilidad, lo que parece ocurrir es que, se pierde, mas bien, legitimidad. Hay pues una crisis de legitimidad, como ya, tempranamente lo vislumbró Jürgen Habermas.
Viendo el panorama del sistema-político, todavía concentrándonos en los planos de intensidad de la economía-mundo y en la política-mundo, podemos sugerir una correlación intuitiva: mientras en la economía-mundo la crisis deviene de la sobreproducción, en la política-mundo deviene por la deslegitimación en ascenso. No se trata solo de atribuir la crisis política a una sola forma de gubernamentalidad; por ejemplo, a la liberal, como lo hacían los marxistas; tampoco a la socialista, como lo hicieron los liberales; así como tampoco a la populista, como la hacen los neoliberales. Todas las formas de gubernamentalidad modernas ingresan a los ciclos cortos, medianos y largos de la crisis política.
Volviendo al tema de ¿por qué persisten los “gobiernos progresistas” en crisis? Podemos basarnos en esta segunda hipótesis interpretativa para corregir las aseveraciones hechas en anteriores ensayos. Así como la crisis estructural del capitalismo, que en el fondo es crisis de sobreproducción, se difiere en intermitentes crisis financieras, es de esperar que la crisis política pueda diferirse en intermitentes crisis de gobierno, de carácter circunstancial, y para no llamarlas crisis especulativas, las llamaremos, provisionalmente, crisis demagógicas. Es decir, la crisis estructural política se encubre por la administración de la crisis por medio de procedimientos demagógicos, sobre todo manejados mediáticamente. Aunque no solo, pues en la medida que la crisis política se hace manifiesta, el gobierno recurre a un incremento de la violencia estatal. Esto ocurre tanto en los gobiernos populistas como en los gobiernos neoliberales; solo que se hace más patente en los “gobiernos progresistas”.
Una combinación entre demagogia y uso de la fuerza logra, no en todos los casos, diferir la crisis política; es decir, prologar la existencia del gobierno, perdido en el centro de la crisis. Ahora bien, ¿por qué unos gobiernos pueden hacerlo y otros no? Podemos observar que en el caso del “gobierno progresista” de Brasil, esto no ocurrió; el gobierno de la burguesía sindical periclitó. En cambio, en los “gobiernos progresistas” de Bolivia y Venezuela la combinación singular, en cada caso diferente, de demagogia y uso de la fuerza, permite todavía sus subsistencias. ¿Qué es lo que no tuvo Brasil y si Bolivia y Venezuela?
Las gestiones de gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva y, después, de Dilma Rousseff, fueron, en realidad, de cogobierno con otros partidos, en alianza. En cambio, en el caso de las gestiones de gobierno de Evo Morales Ayma y de Hugo Chávez, después, de Nicolás Maduro, corresponden a la administración pública de un solo partido. Sin embargo, algo parecido ocurrió con las gestiones de gobierno de Rafael Correa y después de Lenin Moreno; aunque se dio la ruptura entre el correísmo y el morenísimo, en la gestión de gobierno del reciente presidente de Ecuador. En todo caso, la crisis política en Ecuador se difirió en la forma de desplazamiento de una tendencia a otra en el mismo partido de gobierno. ¿Se tratará entonces de la correlación de fuerzas entre las fuerzas del gobierno y las fuerzas de la “oposición”? ¿En el caso de Brasil, la correlación de fuerzas no fue favorable al gobierno, cuya presidencia estaba en el PT; empero, ¿todavía parece favorecer a las fuerzas que controlan los gobiernos de Bolivia y Venezuela?
No se trata de responder a las preguntas, que solo se lo puede hacer mediante investigaciones en profundidad, sino de sugerir hipótesis interpretativas plausibles, que mejoren las interpretaciones anteriores. Supongamos, por el momento, como conjetura, que fuese así; pero ¿qué pasa con la constelación de fuerzas decisivas, que corresponden a las multitudes del pueblo? Fueron capaces de tumbar a las versiones neoliberales de gobiernos que llevaron adelante el ajuste estructural, ocasionando la aguda crisis económica y social, que desató las movilizaciones sociales; empero, no parecen capaces de seguir adelante, de garantizar la marcha consecuente de los “procesos de cambio”; no son capaces de continuar la lucha, sobrepasando a los “gobiernos progresistas”, que no solamente se estancaron, sino que produjeron una regresión y una restauración barroca.
Salvo las resistencias sociales, localizadas, que se han hecho sentir, cuando los “gobiernos progresistas” cruzaban los límites, enfrentándose al pueblo, el pueblo, como bloque histórico parece ausente cuando se tiene que definir el curso del acontecimiento político. Entonces, la hipótesis de interpretación que parece plausible es que estos gobiernos en crisis persisten porque el pueblo esta ausente como bloque histórico. Esto no solo podemos decirlo respecto a los “gobiernos progresistas” que sobreviven a la crisis política, sino también respecto a los “gobiernos progresistas” que periclitaron; la ausencia del pueblo como bloque histórico permitió que la caída del “gobierno progresista” derive en un retorno a gobiernos neoliberales, aunque, mas bien grises, en comparación de lo que fueron sus antecesores. La hipótesis interpretativa parece ser esta: el pueblo no ha logrado convertirse en bloque histórico en la coyuntura de crisis política de la política-mundo.
Un caso de diferimiento singular de la crisis política
El “gobierno progresista” de Bolivia ha experimentado derrotas fuertes por parte de las movilizaciones sociales en resistencia; primero, con la movilización contra el “gasolinazo” se logró hacer retroceder al gobierno en su medida de suspender la supuesta subvención a los carburantes; segundo, la VIII marcha indígena y el apoyo social desencadenado, lograron detener la construcción de la carretera, por lo menos hasta ahora, aunque el gobierno tramposamente siguió construyendo puentes para la carretera que cruza el bosque del TIPNIS; tercero, la movilización ciudadana logró hacer retroceder al gobierno en la promulgación de la ley inquisidora, el Código Penal. Por otra parte, el gobierno perdió tres elecciones consecutivas, una, referida al referéndum sobre la reforma constitucional; las otras dos, relativas a las elecciones de magistrados. Este balance sucinto podría dar la impresión de que la correlación de fuerzas ya no le favorece al gobierno clientelar. Sin embargo, hay que tener en cuenta que las correlaciones de fuerzas no se definen en un solo plano, sino en varios; por lo tanto, los resultados pueden ser distintos en diferentes planos.
En los planos de intensidad de la movilización contra el “gasolinazo” y en la defensa del TIPNIS la resistencia social dobló el brazo gubernamental; lo mismo ocurrió con la movilización ciudadana contra el Código Penal, que también adquirió alta intensidad. Los enfrentamientos de baja intensidad, correspondientes a las elecciones mencionadas, aunque ganaron, no lograron torcer el brazo gubernamental. Por otra parte, hay planos de las correlaciones de fuerzas en los campos definidos institucionalmente, como el Congreso, donde el partido oficialista controla la mayoría absoluta. En consecuencia, aunque este plano sea, mas bien, restringido, acotado al campo de las representaciones, en comparación con los otros planos de intensidad, donde se decidió el desenlace de la crisis del “gasolinazo” y de la crisis del TIPNIS, se trata de un plano institucional que hace a la composición del Estado. Mientras las movilizaciones en resistencia no logren dislocar al Estado de su sitio central, por más imaginario que sea, aunque apoyado por máquinas de poder, la correlación de fuerzas favorable a la movilización social anti-sistémica no podrá irradiar su victoria a otros planos de las correlaciones de fuerzas.
En tanto el gobierno controla otros planos de las correlaciones de fuerzas puede maniobrar en el conjunto de los planos donde concurren las correlaciones de fuerzas. Esta parece ser una interpretación más adecuada que las anteriores, donde se proyectaba el diagnóstico de una implosión política; aunque distinguíamos entre el tiempo político y el tiempo cronológico, y decíamos que, si bien en el tiempo político se anunciaba una implosión, en el tiempo cronológico puede ocurrir de manera diferida. Otro aspecto sugerente de esta interpretación es su observación en múltiples planos de las correlaciones de fuerza y no centrarse solo en un plano – el jurídico-político o el histórico-político -, convertido en único por la ciencia política, sobre todo por el llamado análisis político. Por lo tanto, podemos concluir que no hay solo un plano donde se define la correlación de fuerzas, sino múltiples planos, donde se juegan, por así decirlo, distintos escenarios, en distintos niveles, las resultantes de las concurrencias de fuerzas.
Se dan ciertas consecuencias de esta hipótesis interpretativa; una de ellas tiene que ver con que también el poder, concepto todavía universal, tiene que visualizarse y configurarse de manera múltiple, ejerciéndose en plurales planos y espesores de intensidad de la complejidad dinámica social. Hay que recordar que dijimos que el poder hay que definirlo como ejercicio de dominación, que hablamos de polimorfas formas de dominación; entonces, las dominaciones y, en contraste, las resistencias, de dan en distintos planos y espesores de intensidad. Entonces, lo que todavía llamamos poder, de esa manera general e inadecuada, se reproduce en los distintos planos y espesores o se obstaculiza, se detiene, incluso pierde en algunos. La dominación como idea absoluta, por lo tanto, el poder como acontecimiento con pretensiones globales, no son posibles. La dominación, empleando este término general, no se da en todo los planos y espesores de intensidad sociales; tampoco se reproduce el poder de esa manera. Hay pues una incompletud, un inacabamiento, una inconclusión, en lo que respecta a la realización de la dominación y a la reproducción del poder. Solo se podría sugerir una situación teórica cuando y donde pueda ocurrir esta dominación completa y poder absoluto; es la muerte, la muerte de la sociedad misma.
Aquí podemos encontrar los límites infranqueables del poder y la dominación; en términos absolutos son imposibles. La dominación siempre ha de darse de manera incompleta, el poder siempre ha de lograrse de manera inacabada e inconclusa. Solo en el imaginario delirante del sujeto pretendidamente absoluto, el paranoico extremo, puede concebirse la idea de la dominación completa y del poder absoluto. Que son imposibles, empero, el proyecto totalitario implícito, a pesar de todo, intentará de imponerse, dejando la huella de la muerte por donde pase y secuelas de cementerios sociales. Empero, el poder, bajo cualquier versión, no puede contra la vida, la potencia creativa de la vida, contra la potencia social.