Justicia boliviana al banquillo del acusado
Coco Cuba, (ABI).- Una juez había puesto el lunes, de formas poco ortodoxas, a la maltrecha justicia de Bolivia en la encrucijada de revisar una condena a 20 años de cárcel dictada hace 4 en desmedro de un médico bajo cargos -sin evidencia sólida- de violación a un bebé y ordenar sin demora su excarcelación, o ratificar la pena y enfrentar un huracán popular contenido.
Lo más probable en estado de exultación y en rapto de desinhibición, la juez Patricia Pacajes había precipitado poco menos que a las cloacas a la justicia boliviana al confesionar, en una reunión privada de principios de mayo, acicateada por unos copetines, que hace 4 años redactó una condena a 20 de cárcel, media vida sino más, a un médico, el único varón esa desgraciada jornada para el galeno Jhiery Fernández, a sabiendas que era inocente.
Apenas revelada de oficio al público la grabación en que Pacajes sostiene que Fernández era inocente, por un personaje, Romel Cardozo, que proclamó su hastío con la honda injusticia y mafias que se han tomado la justicia boliviana, el clima de opiniones públicas pareció encandecerse y las redes sociales estallar de indignación, al punto que autoridades y exautoridades pidieron el encarcelamiento de la juez, ya destituida de sus funciones.
El paroxismo social latía cuando Fernández fue llevado ante un juzgado para que el infierno que vivió en 4 años en una penitenciaría de La Paz cese de una vez por todas.
Aunque los otros 2 jueces que firmaron, junto a Pacajes, la draconiana sentencia de 20 años de presidio, se ratificaron y hasta dijeron que no sentían cargo ni culpa, Fernández pidió a los injustos que “admitan que se equivocaron” y a sus padres, a los que la vida les alcanzó para revindicar a su vástago, mandó a decirles que “pronto estaré libre”.
Tocados por la omnipresente política, amigos, familiares, abogados y médicos, además de conmilitones, fueron a soltar arengas en las puertas del juzgado en La Paz donde se instaló la audiencia de cesación de detención en un penal y hasta la emprendieron contra el fiscal general del Estado, Ramiro Guerrero, a quien Pacajes le endilgó, en su delirante relato de mayo, haber nombrado en un cargo de forense a una compañera sentimental suya y, lo peor, haber defendido hasta la obnubilación la conclusión errada de ella sobre la violación o no del bebé, hijo de alcohólicos e ingresado en una casa de acogida, todo esto en 2014.
Los argumentos de Pacajes, que admitió que aquella voz chillona e imperante que dijo improperios y palabras obscenas, poco dignos de una letrada parte de la judicatura nacional, que apeló a un lenguaje soez y, lo peor, prosaico hasta la incredulidad, en la grabación reproducida hasta la intoxicación en todos los medios digitales posibles, revolvieron los intestinos de la sociedad boliviana.
En un recurso muy abogadil, Pacajes no tuvo empacho en decir, entrevistada en la televisión, que habría, que como tal hizo, de enjuiciar a Romel Cardozo, por haberla grabado sin su consentimiento y que esa noche loca de copas le pusieron algo a su trago.
“No era consciente de lo que dije”, arguyó y agregó que fue drogada por Romel Cardozo que, muy a la boliviana, ya era proclamado para Defensor del Pueblo.
De puro oficio una exjuez y abogado, Verónica Juárez, reveló que Cardozo y Pacajes supieron ser en el pasado pareja.
Luego dijo, en un intento por detener la marea con un cabello, que el Tribunal que presidió hasta la semana pasada obró, cuando le tocó sentenciar a Fernández, sobre prueba plena, tanto documental, testifical y científica.
El exprefecto del departamento de Santa Cruz, Carlos Hugo Molina, un prominente abogado y político, le dedicó a Pacajes algo de su indignación.
“Sus palabras producen vómito, asco, repugnancia… sepa usted que el desprecio que produce su conducta es inimaginable y estoy midiendo mis palabras para no incurrir en más reacción humana que la que su conducta genera. ¿Usted fue drogada para decir lo que dijo sobre la condena de 20 años a un inocente? ¿Dice que no puede creer lo que dijo en el audio con sus palabras? ¿Dice que enjuiciará al ciudadano que las hizo pública? Por favor, ya basta de patrañas!”, ametralló.
La conducta de Pacajes había puesto en entredicho, no sólo a los no bien ponderados abogados, sino a quienes los forman en los claustros universitarios, a la Policía, que junto “a los chupasangre de los indios bolivianos”, como a los doctores definió Eduardo Galeano en su escrito Las Venas Abiertas de América Latina, de 1969, llevó al politólogo Marcelo Silva a echar toda la culpa al “sis-te-ma social” boliviano.
Y como Pacajes anunció que iba a defenderse en los tribunales, Molina le propuso que “si algo de dignidad le queda, guarde silencio, admita su culpabilidad y acepte la condena humana que ya pesa sobre usted. Y si le queda voluntad a su prepotencia política, empiece a preparar procesos contra 11 millones de bolivianos que pensamos lo mismo”.
Lo más probable, sin proponérselo la cesada juez mandó al traste ese principio jurídico de que “a confesión de parte relevo de prueba”.
Los devaneos de Pacajes que salida de quicio mentó la madre del presidente Evo Morales y gritó el odio que siente por los indios bolivianos, para ella simple y llanamente, “unos hijos de puta”, revelaban la impunidad a que se acostumbraron en este país los abogados bajados del Olimpo, mientras Fernández llevaba ya 7 horas en una audiencia reservada para concederle libertad o ratificarle los 20 años de cárcel que le clavaron, por ser el único hombre esa madrugada de 2014, cuando a su consultorio llegó el bebé Alexander, con hemorragia anal.