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Juan Ramón Quintana Taborga , embajador de Bolivia en Cuba.

El legado criminal de Goldberg y el imperio (parte I)

(Cambio).- Por Juan Ramón Quintana (*) El imperio contra el mundo

Se ha hecho un lugar común asistir al abuso de poder y la prepotencia de los EEUU a lo largo y ancho del mundo. Lo que es peor, observar con cierta indiferencia estas prácticas agresivas e impunes ejercidas contra pueblos y Gobiernos que discrepan del unilateralismo hegemónico o que no comparten su escalofriante crueldad en procura de convertir al mundo en un teatro de marionetas.

La violencia de alcance global y el doble estándar con el que actúa el imperio más poderoso del planeta está vaciando el contenido elemental de lo que suele llamarse conducta civilizada de las naciones modernas. Un ejemplo constituye la retórica sobre “democracia” que manejan funcionarios norteamericanos y que hacen eco sus bufones trasnochados en la OEA. Este enunciado de democracia no tiene nada que ver con la libertad, la representación ni la participación ciudadana, peor aún con la soberanía del voto popular o la capacidad de decisión que emerge de los electores con efectos en la esfera pública. En la patria de Lincoln, la democracia es una quimera entretanto gobiernen magnates, corporaciones, bancos que encubren activos, santuarios financieros y mafias semioficiales que viven de la guerra. El poder financiero y militar no tiene ningún parentesco con la democracia, todo lo contrario, es su antítesis.

De la misma manera, su apelación a la defensa de los derechos humanos desborda en cinismo. Bastaría observar las ejecuciones de ciudadanos en la silla eléctrica en pleno siglo XXI, las torturas cometidas por soldados norteamericanos en las cárceles de Abu Ghraib, en el Centro de Internamiento de Bagram o en el campo de detenidos de Guantánamo o los asesinatos de afrodescendientes ejecutados a sangre fría por la policía blanca. ¿Hay algún rastro sospechoso entre los miles de masacrados cada año y la Asociación Nacional del Rifle? El imperio no anda con sutilezas. Gobierna sobre los escombros, el miedo y la muerte, y lo hace con las tecnologías de poder más sofisticadas del planeta. Afortunadamente, su vulnerabilidad es cada vez más evidente como consecuencia de la infidencia de sus propios agentes de seguridad que no resisten el silencio frente al inescrupuloso sistema de violación global de la privacidad.

América Latina bajo fuego cruzado
La cercanía geográfica, el valor geoestratégico del continente y sus cuencas marítimas, de cara al comercio del siglo XX y XXI, así como la disponibilidad de recursos estratégicos, incrementaron la vulnerabilidad de nuestra región frente a los EEUU, además de incitar al apetito voraz de sus capitales. América Latina ha sido una víctima permanente de EEUU mediante diversas formas de intervención, así como en la ejecución de planes siniestros como el Plan Cóndor, cuyo objetivo, además de la eliminación física, el exilio, la tortura, persecución de opositores a regímenes militares apoyados por Washington, fue impedir conquistas democráticas, derechos civiles y la instalación de proyectos de liberación nacional.

La región fue minada de miedo para que las naciones más ricas, de la mano de sus oligarquías más serviles, resignaran sus recursos naturales a las empresas norteamericanas más prósperas del planeta, aquellas que extrañamente producen la mayor cantidad de energía fósil para dejar en la obscuridad a millones de seres humanos fosilizados por el hambre, la desnutrición y la barbarie capitalista.

Bolivia y EEUU: del trato cortesano a la rebelión indígena anticolonial
En lo que toca a la relación de EEUU con Bolivia no caben muchas conjeturas. Más de un siglo de intervención sistemática no sólo produjo una enajenante cultura de domesticación política y cultural, sino también una suerte de dependencia adictiva. Por ello, el idilio entre las aguas del Potomac y el mundo andino-amazónico no ha sido propiamente la característica de esta relación. Fue más bien la imposición y el chantaje, junto a la conducta cortesana de gobernantes previos a Evo, lo que facilitó su dominio, con excepciones honorables y patrióticas que concluyeron dramáticamente.

EEUU ha tratado a Bolivia como a una pequeña colonia anómala e incómoda, arguyendo la falta de educación democrática, instituciones precarias e inestables, población pobre en un país desvertebrado e indígenas ignorantes e incultos. En este contexto, la “cooperación norteamericana” fue asumida como una manera de ejercer dominio mediante la civilización de indios díscolos y disciplinando a obreros que interferían en el saqueo de áreas estratégicas del país.

La victoria electoral del pueblo boliviano, en diciembre de 2005, cambió la historia: la sumisión a EEUU se convirtió en rebeldía, y el pueblo boliviano, cansado de ser humillado por su condición sociocultural y económica, recuperó la capacidad de definir su propio destino. Con el ocaso de las relaciones carnales con EEUU, Bolivia pasó a constituir un objetivo estratégico en sus planes de recomposición de su dominio.

En consecuencia, el país sufrió la mayor agresión imperial de la que se tiene memoria en estos casi 200 años de vida. La decisión de impedir la continuidad de la condición semicolonial del país fue respondida con el golpe cívico-prefectural, separatismo y secuestro aéreo del presidente Evo Morales y su tripulación en pleno vuelo en 2013, para vergüenza de algunas potencias europeas.

Aunque políticamente los “populismos radicales”, como ellos llamaban a los procesos progresistas, jamás constituyeron una amenaza militar ni económica para la hegemonía norteamericana, su solo discurso liberador advertía de su fuerte incidencia política regional con riesgo de contaminar a la vecindad con el “mal ejemplo”. En esta lógica supremacista, el riesgo de contaminación provenía no sólo de la democratización del poder, sino de los procesos de nacionalización, recuperación de las soberanías hipotecadas por regímenes neoliberales y la puesta en marcha de proyectos económicos con alcance regional en los que el Estado pasaba a ser un actor estratégico, redistribuyendo excedentes y propiciando proyectos de industrialización. Por cierto, las grandes corporaciones multinacionales que se creían dueñas del país marcaron su impronta. El país se les escapaba de las manos, y un indio rebelde e irredento, al que se lo intentó desaparecer físicamente, matar civilmente y exonerar de su cargo políticamente, liderizaba el proceso que entre otras cosas llevaba el mandato de la descolonización y el antiimperialismo.

El imperio mostró todo su poderío movilizando fuerzas conservadoras de la derecha nacional más reaccionaria, recuperó la plantilla de funcionarios amaestrados y dóciles que el neoliberalismo usó como su rostro modernizador, llevó a cabo maniobras mediáticas al límite de la grosería en su afán de frenar la fuerza irreversible del proceso político boliviano. La nación derrotada decidió convertirse en Estado Plurinacional, dejando de lado el protectorado republicano. Como era previsible, la reacción de garrote no se dejó esperar.

Apegado a sus intereses geopolíticos, EEUU lanzó su mayor contraofensiva encarnando su tradicional papel de policía mundial. Cegados por la intolerancia e iracundos por haber perdido la mala costumbre de disponer del país a su antojo, optaron por la estrategia de la restauración conservadora descargando su arsenal desestabilizador contra el Gobierno, dirigentes y funcionarios públicos.
Por su parte, Evo Morales, levantando la bandera de la segunda independencia, hizo posible el sueño de millones de bolivianos que aspiraban a recuperar la dignidad nacional. Expulsó al embajador Goldberg por sus acciones desestabilizadoras y su injerencia en los asuntos internos, echó a Usaid del país por su doble moral y su trabajo larvario contra el proceso, mandó de vuelta a casa a los agentes de la DEA por su largo historial de violación de los DDHH y su impostura en la lucha contra las drogas y puso cortapisas a las acciones siniestras de la CIA y sus adláteres.

A pesar de todas las amenazas, se recuperó la soberanía nacional sabiendo que cualquier acción contrahegemónica que surgiera en cualquier parte del planeta estaría condenada a ser sofocada por cualquier medio, incluso la destrucción del propio proyecto emancipador.

En consecuencia, el proceso político boliviano rompió la barrera cultural aparentemente infranqueable que dictaba su corolario más abyecto —contra el imperio no se puede— para una nación empobrecida, sedienta de emancipación.

(*) Embajador de Bolivia en Cuba

 

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