Tanatología crítica:

Nuestro exceso de muerte

Wilson García Mérida

Publicado el: marzo 14, 2008 2 min. + -
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(Datos & Análisis).- “Yo mismo no me siento muy bien últimamente”, decía un escritor amigo cuando puso en duda eso de que “nadie se muere en la víspera” y comentaba muertes ajenas tan sentidas como las suyas propias. Y es que hubo un tiempo en que morirse era un asunto de aprendizaje. Aprendiendo a morir, se aprendía a vivir. Aún regía la máxima de Da Vinci, según la cual “así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte”. Ya no es así.

Hoy se muere porque hay que morir, sin respeto a la vida, ni a la muerte misma. Y es el Poder que mata, además de corromper. El fallecer en genocidio, el morir por desangramiento tras un asalto callejero, el perecer a la mitad de un viaje con boletos de negligencia, el perder la vida en un atentado cuidadosamente tramado, el irse al otro mundo en cumplimiento del deber… en fin, el morirse como si nada se ha convertido en el pan nuestro de cada día.

Morirse simplemente de viejo, como Fidel, dejar este mundo con resignación y en acuerdo de partes, es la forma minoritaria y menos noticiosa de morir en Bolivia. En este maravilloso país se muere a bala en asaltos baratos, destrozado por una carga de dinamita, perforado por un puñal trapero, desbarrancado al fondo de una carretera con sobreprecio, linchado por una narco-turba endemoniada, haciendo de la ruleta rusa un método de lucha… o no se muere. A la calidad de vida que detentamos hoy los bolivianos, corresponde una calidad de muerte con similares rasgos. Es patético, este exceso de muerte.

La muerte ya no es una vida vivida, ni la vida es una muerte que viene, como deseaba Borges. Hoy la muerte es una vida truncada a mansalva, y la vida es una muerte que no se va. Murió el Quinto Mandamiento de la Ley de Dios. Sí matarás. Así la muerte nos va ganando rauda, con la ventaja de que nos lleva toda una vida.

Ya tanta muerte fatiga. Su irrupción es algo que nunca jamás deberíamos temer; pues, parafraseando a Epicuro, mientras existimos ella no existe y cuando la muerte existe nosotros ya no existimos. Ahora coexistimos con la quimera, está a la vuelta de la esquina y es aterrante. Quedémonos en casa, salvo que esté agazapada bajo la cama, muerte de porquería.

Yo sólo atino a decir: que la vida me mate, no la muerte. Como Woody Allen, “no es que tenga miedo de morirme. Es tan solo que no quiero estar allí cuando suceda”.

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