Según el investigador colombiano Aurelio Suárez Montoya, el libre comercio agrícola hace competir a los pobres y deprime los precios

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Publicado el: mayo 11, 2006 10 min. + -

Es fácil prever el desenlace de la competencia entre los micro y medianos productores agrícolas de los países del área andina, particularmente los bolivianos, y la industria agrícola norteamericana concentrada en manos de grandes consorcios que se caracterizan por su especialización, tecnificación y por el generoso apoyo que recibe del Estado. El investigador colombiano Aurelio Suárez Montoya, director ejecutivo de la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria, predice un negro futuro para los productores de la región y pone como ejemplo la derrota del café colombiano luego de la liberalización comercial en 1989.

Desde 1936, con la política del Nuevo Trato de Franklin Delano Roosvelt, la intervención del Estado ha sido determinante para el desarrollo del sector agrícola norteamericano. Durante muchos años, esta política buscó controlar mediante mecanismos internos la sobreoferta de productos porque la economía norteamericana ha tendido a producir mucho más de lo que su mercado interno demanda. Desde 1996 todos los esfuerzos del Estado -entendidos estos como ayudas internas a los productores y los llamados subsidios a la exportación- implicaron un viraje de la política sectorial agrícola que consistió ya no en controlar la oferta interna sino en eliminar los excedentes a través de mercados externos.

Estados Unidos ratificó esta última postura con la Ley Agrícola de 2002 y en la misma Ley Comercial de ese año conocida como Trade Promotion Authority (TPA) en la que reitera que son parte de sus políticas estratégicas de seguridad nacional los tratados de libre comercio. Estados Unidos les dio a los acuerdos comerciales una categoría similar a lo que fueron los pactos militares durante la guerra fría.

Seis de cada 10 partes de la agricultura norteamericana se concentran en ocho grandes cosechas que son el algodón, arroz, trigo, cebada, maíz, avena, soya y sorgo. Estados Unidos produce 40% más del arroz que consume, 65% más de aceite de girasol y también tienen sobreproducción de trigo, avena y cebada, entre otros cereales. De ahí que la potencia desarrolla una muy agresiva política comercial internacional para colocar sus excedentes a través de acuerdos comerciales, explica Suárez Montoya.

En la medida en que los subsidios se aplican por cantidad de producto realizado en el mercado, se ha ido favoreciendo a los agricultores más poderosos. Hoy podemos hablar de agricultores especializados en esos ocho productos; en el sector pecuario de carne de cerdo, pollo y bovinos, que se aprovechan de los precios internos deprimidos y adicionalmente de la conformación de grandes conglomerados vinculados con los capitales norteamericanos que en la actualidad son los líderes en el sector agrícola.

Hace 50 años en Estados Unidos había seis millones de granjas, hoy sobreviven apenas algo más de dos millones. Se habla de una agricultura especializada, tecnificada, subsidiada por el Estado y en manos de grandes consorcios agroindustriales.

Tres compañías exportan el 80% del maíz norteamericano, Cargill, ADM y Zen Noh. La conservadora Heritage Fundation, que está en contra de los subsidios, concluye que la compañía Arkansas Riceland, productora de arroz, es quizá la empresa que más subsidios recibe el año. En 2004 obtuvo 110 millones de dólares.

Esta organización ha valorado los subsidios de los últimos cuatro años entre 13 mil y 30 mil millones de dólares anuales. Se estima que el año pasado se distribuyeron 20 mil millones en ayuda directa, aunque existen muchas otras formas de apoyo a los productores. Los sembradores de trigo en 2005 recibieron 19 dólares por cada tonelada. Toda venta que se hizo en el mercado por debajo de 149 dólares recibió una compensación por el faltante y adicionalmente el que vendió por debajo de 86 dólares recibió un préstamo de comercializador. Estamos hablando de una economía totalmente protegida por el Estado, con ayudas para exportación, tecnificación y concentración de grandes consorcios.

La ruinosa competencia entre pobres

Se va arrebatando la producción de cereales, oleaginosas, carne y leche a los países que deciden convertirse en receptores de las exportaciones norteamericanas con dumping. Dado que el gobierno norteamericano subsidia, estos productos se venden a precios por debajo de los costos de producción (50% en caso del algodón, 20% en el arroz; 30% en la soya y 25% en el maíz). Los agricultores de los países que eliminan las barreras proteccionistas quedan expuestos a una competencia desleal que inmediatamente los elimina, opina Suárez Montoya.

Una vez arruinados, a los productores pobres se les propone especializarse en productos agrícolas tropicales, que son lo que la mayoría de los 60 países que estamos en el trópico podemos producir; café, cacao, caucho, frutas tropicales, palma africana, entre otros. Lo grave es que como a todos se nos presentan las mismas opciones (por ejemplo mango en Perú, Colombia y Ecuador) lo que se produce al final es una sobreoferta exportable de estos géneros con la consecuente caída de precios.

Esto permite a los países de Europa y Estados Unidos adquirir productos tropicales a precios bajos y quien quiera colocar estos productos tiene necesariamente que derrotar a su competidor por competitividad de precio. Si los vietnamitas colocan yuca en California, para poder calificar tendríamos que llegara a ese mercado con menores precios y al final se produce una competencia entre pobres que termina siendo dañina y perversa. A los agricultores del mundo se les arruina el mercado de cereales, oleaginosas, carnes y leche y se les da como opción los productores tropicales y se hace competir a todos, explica director ejecutivo de la Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria.

El caso paradigmático del café

El café es el producto que más se transa en las bolsas de comodity después del petróleo. El mundo consume alrededor de 107 a 110 millones de sacos, pero ya van varios años que se produce un poco menos de lo que se demanda. Algunos cálculos muestran que los inventarios (las reservas) de café están en manos de consumidores y que pueden fácilmente determinar los precios.

Cuando la Organización Internacional del Café (OIC) dejó de ser el organismo regulador del mercado en 1989 y se eliminaron las cuotas del café por decisión de Estados Unidos, Colombia -país productor del café más suave del mundo- representaba el 20% de la producción mundial y el 16% de las exportaciones. Los caficultores contaban con una estructura de apoyo inmensa y cualquier analista podía asegurar que el café colombiano sería el gran triunfador en el mercado abierto. La evidencia no respaldó la presunción y al contrario el país fue derrotado. Hoy Colombia representa el 11% de la producción y el 9% de las exportaciones globales.

"Nos han desbancado los robustas de Brasil y de Vietnam (variedades de café) a punta de precio. El asunto ha sido grave pues Vietnam puede colocar la libra de café en mercados norteamericanos a 30 centavos de dólar, mientras que cuando el café colombiano se transa a menos de 85 da pérdida", describe Suárez.

Muchos factores tienen que ver con estos resultados desfavorables, particularmente los monopolios norteamericanos involucrados en el procesamiento del café como Procter & Gamble, Nestlé, Sara Lee y Phillip Morris. Las cuatro compañías pueden controlar fácilmente el 70% del mercado de café procesado. Es curioso que Sara Lee sea la primera vendedora al detalle en Brasil con su marca Café Ponto en sus diferentes gamas. Brasil produce 14 millones de sacos y por ahí Sara Lee vende la mitad. En la comercialización hay compradores en bloque suizos, españoles y norteamericanos como Cargill que trae cereales y lleva productos tropicales. En ningún momento los productores participan en la comercialización al detalle.

El café es un caso ejemplar de lo que puede ocurrir con la liberalización comercial absoluta de la agricultura. "Es el aspecto oculto y con el cual a la gente le crean un espejismo de poder llegar a los mercados con productos tropicales. Cuando nos hacen vender los mismos productos para el mismo mercado y al mismo tiempo se genera una guerra entre productores de la cual solo salen beneficiados los consumidores", ilustra el investigador colombiano.

El libre comercio cafetero ha sido tan inicuo que ha dado lugar a que la reexportación en los grandes mercados termine siendo más lucrativa que la exportación de los países de origen. En el caso del café Brasil puede exportar 14 millones de sacos y Colombia de 10 a 11 millones. El cuarto exportador mundial ahora es Alemania que compra 17 millones de sacos, consume entre 7-8 y reexporta 9 millones de sacos a sus fábricas de Polonia y Rumania en Europa oriental. Lo mismo hace Japón y Estados Unidos que reexporta a Canadá con un valor adicional.

En el libre comercio los grandes mercados acaparan volúmenes y lo reexportan. Cada saco reexportado de café se puede transar en el mercado a 2,2 veces a lo que fue comprado en origen, incluso como café verde. La reexportación se ha convertido en una especie de apalancamiento financiero para la compra de materia prima básica. Es así que es muy difícil democratizar el negocio del café mientras exista una estructura monopólica del comercio internacional. El investigador Suárez resalta que en el mundo el 60% del comercio exterior es intrafirma, o sea de filiales y casas matrices.

El mito de las economías complementarias

Algunos economistas clásicos abogan por el libre comercio asegurando que éste beneficia enormemente a las "economías complementarias", es decir a dos o más grupos de países que producen distintos tipos de productos que se complementan.

"Se nos indica que si Estados Unidos produce cereales y Colombia o Bolivia géneros tropicales entonces son complementarios, pero eso no es cierto porque la complementariedad de las economías no se da por el factor de oferta desde el punto de vista clásico. Nosotros decimos que la complementariedad sucede cuando un país produce lo que otro demanda. Por ejemplo, Bolivia es complementaria con Colombia porque produce una soya que no alcanzamos a producir, y Colombia produce café que Bolivia no alcanza a cultivar. Pero cuando uno se para en Nueva York y mira lo que una vidriera en Broadway ofrece, no encuentra ningún producto que Bolivia o Colombia produzcan. Entonces las economías no son complementarias porque allí no consumen lo que nosotros producimos".

Si se hace una cuenta del billón 200 mil millones de dólares que Estados Unidos gasta en importaciones, fácilmente entre todos países andinos no colmamos ni el 2% de esas compras. Las ventas latinoamericanas son energéticos, automóviles, equipo, bienes de capital, materias primas, bienes de consumo durables...

Al final, los países de la región que firmaron un TLC con Estados Unidos o que piensan hacerlo en el futuro tendrían que evaluar si eso es complementariedad de la economía, sugiere Aurelio Suárez. En realidad, en el programa de libre comercio propuesto por Estados Unidos se nos ofrece nichos de mercado para productos exóticos, mientras nosotros aseguramos a las empresas norteamericanas los mercado masivos del arroz, maíz, trigo, algodón, soya, avena, sorgo, cebada, leche y carne. Según el investigador, si las exportaciones norteñas copan el mercado interno latinoamericano, es un hecho un serio debilitamiento de todo el sector productivo pequeño, mediano e inclusive semiempresarial.

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