Lak’a Uta, 10 años de un huerto orgánico que empezó con un no se puede

Marco Fernández Ríos

Breve historia de un emprendimiento ecologista que se asentó en Cotahuma, una zona donde hubo deslizamientos y muerte

No se puede. Todo comenzó así, con el reto de sembrar en una La Paz de cemento, en una ciudad de más de 3.600 msnm, en un espacio donde —decían— no había vida, sino muerte. Ahí, la Fundación Alternativas transformó un parque enterrado de Cotahuma en el Huerto Orgánico Lak’a Uta (HOLU), el primero de estas características en Bolivia y con 10 años de éxitos y desafíos.

Los índices de inseguridad alimentaria en Bolivia eran altos hace 11 años, con un 21,3% de la población que vivía con malnutrición, señala un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Fue en ese contexto que María-Teresa Nogales creó, el año 2013, la Fundación Alternativas. “Nace porque había una ausencia de entidades que abordaran la seguridad alimentaria desde un enfoque urbano y planteamos cuál tiene que ser el rol del habitante urbano para garantizar su derecho a una alimentación saludable”, explica.

En un país que en aquel tiempo tenía el 70% de sus habitantes en la zona urbana y 30% en la zona rural, el desafío era instalar en La Paz un huerto orgánico, una forma de cultivo que se basa en la fertilidad del suelo y diversidad de especies para obtener alimentos saludables y de autoconsumo.

La primera respuesta a este desafío era que no se podía en una urbe de cemento y de considerable altitud, a pesar de que la sede de gobierno es un valle  que tenía amplios terrenos para la ganadería y la horticultura. “La Paz era una zona productiva”, corrobora Mariela Rivera Rodríguez, responsable de Agricultura Urbana de la Fundación Alternativas.

Con el transcurrir de los años y el crecimiento poblacional, ese campo fértil de Sopocachi, Miraflores y Sopocachi, entre otros, se transformó en una urbe de cemento. “La urbanización nos quitó nuestro instinto de producir nuestros propios alimentos”, recalca.

En primera instancia, Alternativas se propuso iniciar el proyecto en un terreno privado, pero se decidió por uno público “porque no todos contamos con un jardín y no necesariamente tenemos que plantar en un área privada; por eso queríamos replantear que un espacio público puede ser productivo”, asevera Nogales.

Fueron varias las solicitudes y muy pocas las respuestas positivas de las autoridades estatales, departamentales y municipales. Decían que no se podía; empero, la Subalcaldía de Cotahuma accedió y dio permiso para que la Fundación Alternativas desarrollara su plan en el parque Lak’a Uta, un lugar donde, efectivamente, hubo muerte.

La sede de gobierno tiene zonas inestables, donde puede ocurrir alguna desgracia como consecuencia de aguas subterráneas, erosión hídrica y movimientos de tierra no controlados.

El infortunio sucedió el 9 de abril de 1996, cuando un deslizamiento en Cotahuma sepultó a 27 personas y dejó a más de 80 familias sin vivienda, recuerda el libro Historia de la Cruz Roja Boliviana.

Después de reubicar a las familias damnificadas, la Alcaldía transformó aquel lugar en el parque Lak’a Uta. Años después hubo otro deslizamiento, aunque sin riesgos humanos como en 1996, pero la comuna dejó de invertir en el terreno, mientras los vecinos solicitaron que no hubiera más trabajos y que lo declararan como un sitio sagrado.

Fue en ese espacio de muerte y llanto donde María-Teresa comenzó a sembrar vida hace 10 años, en un lugar que estaba abandonado, con sectores inundados, barrancos llenos de basura e incluso canchas, canales y caminos semienterrados.

Con la ayuda de amigos, voluntarios y conocidos, en tres meses limpiaron el parque para comenzar a cosechar. Para entonces, María-Teresa también recurrió al apoyo Abad Conde y Pamela Rocha, jóvenes agrónomos que estaban dispuestos a experimentar y romper los mitos.

“La Fundación no vino a armar un huerto para luego llamar a la ciudadanía; nosotros hemos ido a compartir esta idea y luego reclutamos a las personas que estaban interesadas en hacer realidad este sueño”, afirma.

El primer año, la Fundación logró que 10 mujeres de Cotahuma se capacitaran para sembrar papa, cebolla, ajo, lechuga, acelga, rabanitos y nabo, sin la necesidad de emplear carpas. “En el altiplano, que es más frío que La Paz, notas que cultivan alimentos. Alguien nos ha metido en la cabeza que el clima paceño es muy hostil, pero tenemos amaranto, quinua, papa. Para empezar podíamos cultivar al menos eso”, dice la líder de Alternativas.

El éxito de la primera cosecha dio como resultado que más vecinos se interesaran por el Lak’a Uta, por eso aumentaron a 20 el segundo año y fueron más con el transcurrir de los años.

Ahora, Alternativas tiene 40 parcelas —de 16 metros cuadrados cada una—, para similar cantidad de beneficiarios, quienes aprenden a sembrar y cosechar, varones y mujeres, y que provienen no sólo de Cotahuma, sino también de otras zonas paceñas y de El Alto.

A las 09.00, la encargada abre la reja del Huerto Orgánico Lak’a Uta. Un camino de tierra y unos paneles de madera dan la bienvenida al visitante. Una de las publicaciones muestra imágenes de insectos que ayudan a preservar la naturalez. La otra tiene una foto pequeña de Abad Conde, el agrónomo que ayudó a construir este espacio y que continúa ahí, aunque desde otro plano de la vida.

Rodeados por árboles de eucalipto, el camino se abre paso a un canchón que sirve para llevar a cabo las reuniones y también para empezar el recorrido dirigido por Mariela, quien contagia su optimismo con su risa sincera y una charla entretenida.

En un costado llaman la atención las dos plantaciones de hortalizas, algunas que crecen en una carpa solar y otras que fueron plantadas al aire libre, con el fin de demostrar que en ambos casos se puede conseguir buenos productos.

Romero, hinojo, lavanda, hierbabuena, aloe, apio, alcachofa, manzanilla, orégano, salvia. En otro espacio, el aroma a las más de 20 variedades de plantas medicinales se siente de lejos, protegidos por sehuencas, una planta que ayuda sobremanera a evitar deslizamientos.

Por los canales, que un tiempo estuvieron enterrados, ahora fluye el agua de vertientes que antes ocasionaron deslizamientos y que hoy nutren plantas y llenan dos piscinas, donde conviven ejemplares del sapo espinoso andino (Rhinella spinulosa) y la rana cuatro ojos (Pleurodema cinereum). “Ayudan en el equilibrio ambiental, con el control de plagas”, informa Mariela.

Las piscinas no sólo son refugio de estos anfibios, sino también llegan a cada momento distintas aves que no temen remojarse en el agua mientras la gente camina cerca. “Es que no sólo es un huerto, sino un refugio de biodiversidad”, asevera María-Teresa. Es que además de las 16 especies de flora, hay otras 39 de fauna.

En medio de ciudad de ruidos, en Lak’a Uta se respira una paz que, desde el primer momento, le gustó a Rigoberto Angles, quien en su parcela tiene papa, arveja, frutilla, rosas y otras plantas ornamentales a los que le dedica un par de horas a la semana. “Se está trabajando con vida. Al colocar una semilla sabes que va a germinar, va a tener vida, para eso tiene que haber un lugar adecuado, que la tierra esté bien abonada, el cuidado necesario para que empiece a germinar, y luego uno quiere verlo desarrollado”, dice el vecino de la avenida Buenos Aires.

A unos metros, arrodillado y con una barrena, Natalio Flores hace un hueco donde colocará un callapo, que servirá para sostener su carpa de mejor manera. “Es una terapia, porque no se ve en la ciudad esta clase de rincones para sembrar y cosechar”, dice para demostrar que lo que hace no es un trabajo, sino un placer.

Este vecino de la avenida Entre Ríos cuenta que llegó al huerto por una invitación y que también invitó después a Rigoberto. Ahora visita el Lak’a Uta al menos dos veces a la semana porque “es un sentimiento dejar abandonadas a las plantitas, porque necesitan ser cuidadas”.

Lo mismo piensa Liz Valeria Miranda, una quinceañera que eligió hacer voluntariado en el huerto orgánico de Cotahuma y encontró, tal vez sin querer, el mejor lugar para enlazar aún más el cariño con su padre. “Mi papá no quería dejarme venir sola y empezó a acompañarme. En un principio no me ayudaba mucho pero luego decidió colaborar. Con el tiempo hemos empezado a repartir nuestras tareas”, cuenta.

Marco Antonio Miranda —padre de Liz Valeria— confirma lo que dice su hija, ya que ambos descubrieron en el Lak’a Uta que tenían una afinidad más con las plantas, y que mientras remueven la tierra comienzan a conversar de “política, de dinero, de la casa y de este lugar tan maravilloso”.

Además de Liz, Marco, Natalio y Rigoberto, otras 20.000 personas fueron capacitadas en agricultura urbana, alimentación saludable y en la manera para reconectarse con la naturaleza, gente no sólo de Cotahuma, no sólo de La Paz y El Alto, sino de otros departamentos de Bolivia y también del extranjero.

“Tener tierra en las manos, estar al aire libre, con el sol, escuchar a las aves, entender qué hace la hormiga o la tijereta, todo eso baja las revoluciones, en un lugar de silencio y reflexión, donde se cultiva también la paciencia y tolerancia cuando se cultiva en comunidad”, afirma María-Teresa.

Esta experiencia permitió que el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz aprobara, el año 2018, la Ley Municipal Autonómica Nº 321, para la promoción de huertos urbanos en la urbe. Gracias a ello, vecinos de otras zonas solicitaron el apoyo de la Fundación Alternativas para crear más huertos urbanos, aunque es una tarea complicada por la falta de recursos económicos. Por ahora, no se puede. Por ahora.

 

El Lak’a Uta sobrevive gracias a múltiples actividades

El éxito del Lak’a Uta tiene un camino de sacrificios y lucha, pues su preservación depende de financiamiento de la comunidad internacional, donaciones y varias actividades para costear los materiales y el pago de los especialistas que mantienen en orden el huerto orgánico.

Una de las actividades es la Biorruta Lak’a Uta, una visita guiada por los huertos, las piscinas artificiales, los módulos de producción, el ch’iti huerto —para el aprendizaje de los niños y niñas— y otros sectores interesantes. El costo para formar parte de la biorruta es de Bs 10 y se lleva a cabo los fines de semana.

Asimismo, la Fundación organiza talleres de agricultura urbana, donde se aprende desde la preparación del suelo, manejo de cultivo, manejo integrado de plagas, cosecha y postcosecha de alimentos, técnicas de cosecha, e introducción a la agricultura y reglas básicas para cultivar.

Se trata de seis talleres dinámicos y muy interesantes, que tienen un costo entre Bs 30 y 50.

Además se comercializan insumos para la agricultura, como compost, abono, lombrices, semilla, diversos plantines y miel que producen las abejas que también viven en el Huerto Orgánico Lak’a Uta.

Para formar parte de algunas de estas actividades se puede comunicar con los teléfonos 72558527, con el correo infoalternativas@alternativascc.org o con la web https://bioruta.alternativascc.org/.

Atrás