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El gobierno de Jeanine Añez y el desafío del coronavirus

Arturo D. Villanueva Imaña

Así como no existe un destino predeterminado de las cosas y los hechos, siempre habrán acontecimientos inusuales que cambien el curso de los mismos. Nuestra historia reciente así lo demuestra.

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El gobierno de Jeanine Añez está signado por una sucesión de hechos fortuitos y completamente anormales, que paulatinamente tienden a redefinir su curso. Por ejemplo, si su gobierno hubiese seguido el rumbo previsible de los acontecimientos que se esperaban en condiciones normales a un inicio, todos sabemos que el mismo no tendría que haberse extendido más allá de los pocos meses que habría tomado realizar las elecciones nacionales y elegir un nuevo gobierno. Es claro que ello no ha sucedido y ciertamente no ocurrirá.

Es decir, esos acontecimientos fortuitos no solo han actuado de tal manera que permitieron que sea la señora Jeanine Añez, y no otra persona, la que finalmente le corresponda asumir el cargo de presidenta interina (porque la cadena de mando pudo haber sido diferente); sino que, como sucede actualmente, también cambian el carácter de la transitoriedad y el mandato muy específico y perentorio que originalmente tenía.

No me voy a detener en el recuento de esos acontecimientos fortuitos, sino para referirme al último y más determinante, que no es otro que la pandemia del coronavirus que nos agobia.

La insospechada aparición de la pandemia ha cambiado totalmente el cuadro original. No solo ha retrasado y postergado sin fecha previsible el calendario electoral y político, sino que, al mismo tiempo ha impuesto una agenda nacional de urgencia y emergencia que reclama mucho más que una responsabilidad de carácter transitorio para quienes de manera totalmente fortuita e inesperada están a cargo de conducir el gobierno.

Nunca será equiparable hacerse cargo de una responsabilidad (menos de un gobierno), asumiendo éste de manera absolutamente circunstancial y con mandato preciso que no requiere mayor iniciativa que su estricto cumplimiento; que hacerlo, en cambio, con la legitimidad emanada de la voluntad popular expresa, y sabiendo que en ello se juega el futuro nacional y las condiciones de vida, salud, convivencia y otros valores permanentes que hacen al tipo de sociedad y Estado que queremos todos.

Es por eso que el gran desafío nacional que plantea esta circunstancia fortuita -la pandemia del coronavirus-, es también un dilema para la gestión gubernamental, porque simple y sencillamente está mucho más allá de la transitoriedad del actual gobierno. Entraña nada menos que la protección y salvaguarda del principal valor y derecho humano: la vida de todos los bolivianos. Por eso mismo, semejante desafío nacional debería estar muy por encima de los intereses personales y electorales, pero sobre todo de mezquinos intereses políticos y partidarios que pugnan por retener o alcanzar el poder.

El gobierno transitorio de Jeanine Añez sabe que no tiene la legitimidad ni el respaldo nacional necesario para encarar tareas de fondo, precisamente por su carácter transitorio. Es más, al haber decidido postularse como candidata presidencial (poniendo de lado principios éticos y afirmaciones sostenidas en contrario), no solo perdió aquel inicial respaldo de mucha gente que la vio con buenos ojos, sino que al ser parte de un partido conocido e identificado como condescendiente a las repudiadas políticas ejercidas por el gobierno masista fugado, también está sospechada y cuestionada por seguir favoreciéndolas. Al mismo tiempo y agravando su pérdida de respaldo y legitimidad nacional que requiere para encarar con solvencia tamaño desafío, también ha dejado pasar la oportunidad para encarar una transición realmente patriótica y despojada de todo interés sectario. Además, paulatinamente aquella cooptación circunstancial del aparato del Estado (que ha implicado una repartija totalmente discrecional de cargos y responsabilidades), va dando lugar a la improvisación, cambios intempestivos y una selección atropellada de autoridades, que ciertamente acrecientan la inseguridad y la sospecha en la ciudadanía, que ya de por si se siente completamente vulnerable. Ello sin mencionar los graves casos de corrupción, ineptitud, autoritarismo y pésimo manejo que se han conocido en tan corto tiempo de gestión…

Lo extraño del asunto es que ahora, nuevamente, se le presenta otra oportunidad para dejar de lado su candidatura electoral, renunciando a ella; de tal modo que una vez libre de ataduras, presiones e intereses de diverso tipo que indudablemente están ejerciendo sus partidarios y aliados políticos, pueda tener la libertad, la legitimidad y la transparencia indispensables, para encarar las tareas e inclusive exigir el apoyo incondicional de toda la nación, de modo que se convierta en una responsabilidad mancomunada sin excusas.

También es claro que una vez más puede no hacerlo y mantener su candidatura con las consecuencias que contraerá una decisión de esta envergadura; pero al mismo tiempo, a la par de las circunstancias cambiantes, ya no se trata (únicamente) de una decisión discrecional asociada al desprendimiento o grandeza personal, sino que constituye una necesidad imperiosa que el país demanda para garantizar el compromiso inexcusable de todos los bolivianos para salir airosos del grave trance en el que nos encontramos.

La marginación, las desinteligencias, desencuentros y hasta el boicot intencional que estamos sufriendo todos por (entre otros), la falta de legitimidad y autoridad reconocida que se requiere para encarar comprometidamente la lucha contra la pandemia, es solo un indicio de una resistencia solapada que se niega a colaborar, pero que destruye las posibilidades para responder adecuada y mancomunadamente al desafío. Quiere un pueblo unido y con una voluntad sin excusas para afrontar colaborativamente el desafío; esta es su oportunidad.

(*) Sociólogo, boliviano. Cochabamba, Bolivia. Abril 10 de 2020.

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