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Dispositivos del terror y aparatos ideológicos

Raúl Prada Alcoreza

En los tiempos de la era de la simulación, sobre todo en la etapa de la desmesura de las puestas en escena, en la época del teatro político, los antiguos mapas de fuerza ya no sirven para representar no solamente la distribución de fuerzas en el espacio, sino lo que persiguen estas fuerzas, sus objetivos y los intereses que conllevan. Por lo tanto, tampoco ayuda la referencia a la disputa ideológica para comprender las situaciones, condiciones y circunstancias de lo que concurre y por lo que se pugna. La ideología y la emisión de discursos no expresa lo que se hace, tampoco lo que se persigue, sino se trata de disfraces locutivos que encubren no solo lo que popularmente se nombraría las verdaderas intenciones, sino los proyectos inherentes, que, en este caso, son soterrados, pero efectivos. Lo que se persigue tiene que ver con los diagramas de poder emergentes en la modernidad tardía, en plena dominancia del capitalismo financiero, especulativo, extractivista y traficante. Entre los diagramas de poder que proliferan en la actualidad se puede mencionar el relativo al diagrama del poder de la corrupción[1], que se basa en la apropiación dolosa de recursos del Estado y en su transferencia indebida a manos privadas. Otros diagramas de poder son los relativos a el ámbito diverso de lo que hemos denominado economía política del chantaje[2], donde se incluyen prácticas de coerción, de amenaza y de presión constante, con el fin de amedrentar y lograr someter por el miedo; en un grado elevado, por el terror.

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La exacerbación del desenvolvimiento de estos diagramas de poder se observa en los territorios controlados por el lado oscuro del poder. Cuando el lado oscuro de poder logra no solamente atravesar el lado institucional de poder, sino incluso controlarlo, usarlo como máscara, Los diagramas de poder de la corrupción, los relativos a la economía política del chantaje, adquieren preponderancia en la composición de los juegos de poder, subsumiendo incluso a diagramas de poder tradicionales de la modernidad. Se pueden observar estos procesos de subsunción de diagramas de poder tradicionales a los diagramas de poder del lado oscuro de las dominaciones en escenarios altamente saturados por las formas de la economía política del chantaje más perversas, por ejemplo, las relativas a las economías de los tráficos ilícitos. También en los escenarios territoriales controlados por las máquinas de guerra fundamentalistas religiosas.   En ambos casos los controles territoriales armados son los mecanismos indispensables de la dominación, del ejercicio del poder, que tiene por objeto al cuerpo social, buscando su total inhibición y sometimiento.

 

En ambos casos se observa el despliegue demoledor de los dispositivos del terror. Los efectos de este despliegue son pavorosos cuando busca no solo marcar los cuerpos, con una especie de tortura dilatada, que se expande en el ambiente, sino cuando incluso marca los cadáveres descuartizándolos. Se manda el mensaje de esa manera desmesurada de la destrucción misma de cuerpo. Los territorios tomados por los cárteles del narcotráfico y los territorios tomados por las máquinas de guerra del fundamentalismo religioso han sido los lugares y espacios donde estas formas del terror se manifiestan patente y elocuentemente.

 

Se puede decir que estas formas de los diagramas de poder del lado oscuro del poder tienen composiciones barrocas; primero, porque mezclan distintos discursos, incluso atiborradas ideologías, sino porque no pueden descifrarse a partir de esquemas dualistas tradicionales del comienzo de la modernidad, por ejemplo, no sirve emplear la oposición ideológica política del dualismo entre “izquierda” y “derecha”. Para los diagramas de poder mencionados esta oposición como tal ha desaparecido; en el ejercicio descarnado del poder de estos diagramas de la dominación contemporánea no interesa si se usan discursos, ideologías o estilos de “izquierda” o de “derecha”. Si la máscara ideológica es de “izquierda” o si es de “derecha” va a depender del contexto en el que se desenvuelve este ejercicio perverso del poder; en otras palabras, va a depender de las características propias de cada país y de la coyuntura y el periodo donde se plasman. La máscara ideológica de “izquierda” sirve cuando se requiere una convocatoria popular, la máscara ideológica de “derecha”, en la contemporaneidad, neoliberal, sirve cuando es menester encubrir el ejercicio de las dominaciones con poses técnicas, que ayuda a convencer a los estratos altos de las llamadas “clases medias”. Lo que está en juego no es lo que se propone la ideología, sino el cómo el lado oscuro de poder toma el lado institucional de poder y lo controla.

 

Cuando se trata de una máscara ideológica de “izquierda” la convocatoria cala en sectores populares, los mismos que creen en el discurso, mejor dicho, en la promesa política. Se convierten en masa y hasta en multitud leal al régimen que encarna simbólicamente la promesa política. En esta relación de empatía entre la forma carismática popular de gobierno y pueblo se cumplen distintas etapas; en principio, la del entusiasmo, después, la del desencanto, para derivar en la hostilidad entre pueblo y régimen, que ya le resulta al pueblo oprobioso. Sin embargo, en la relación política entre régimen y pueblo también el ejercicio de poder en el gobierno sufre su propia metamorfosis; al principio, en el escenario político sobresale la administración política del entusiasmo de la gente por medio de la convocatoria abierta a las masas; después, cuando se pierde el entusiasmo y se llega al desencanto, la forma de gobierno preponderante y en expansión es la clientelar; un tercer momento, cuando incluso la forma clientelar de gobierno se agota, se recurre al empleo de la violencia descarnada, cuya intensidad va aumentando.

 

En la etapa de la violencia descarnada no son todos los sectores populares los que siguen el régimen en decadencia, son los estratos más vinculados a los beneficios y a los ejercicios locales y concretos de las dominaciones. Estos estratos se convierten no solamente en las organizaciones “movilizadas” en defensa del régimen sino también en los dispositivos de disuasión, incluso hasta de terror, que amenazan y atentan contra la sociedad y el pueblo para someterlo por el miedo. Que se trate de estratos populares ayuda a presentar al régimen en decadencia como si éste preservara todavía su convocatoria, incluso que defiende un proyecto proclamado de “izquierda”. Esto es parte de la puesta en escena; se trata de un posicionamiento más mediático que ideológico. Sin embargo, no hay que perder de vista que se trata de un empleo “popular” del terror para preservar el poder.

 

En el caso de una máscara ideológica de “derecha”, por ejemplo, el discurso neoliberal puede servir para encubrir u ocultar una profunda crisis política e institucional, ayudando a interpretar la bonanza económica como resultado de la aplicación del proyecto neoliberal, independientemente de los avatares políticos. Incluso, en el caso de que no se trata de una máscara ideológica de “derecha”, sino que se trate de la emisión discursiva de una “derecha” tradicional, el discurso neoliberal ayuda a exaltar el modelo económico y esconder que el peso del desarrollo recae en las clases sociales subalternas. Aunque este último caso no sea un ejemplo claro de la dominancia de los diagramas de poder del lado oscuro del poder, se vislumbra, de alguna manera, que los diagramas de poder perversos están mimetizados. Lo evidente aparece en el anterior caso, cuando es indudable que se trata de una clase política deteriorada y en pleno derrumbe ético y moral, sin embargo, se mantiene que lo que se implementa como política económica vigente corresponde al modelo neoliberal.

 

Estos tres casos, plasmados en la historia política reciente de Sur América, nos muestran que las estructuras de poder han cambiado, que las formas de gubernamentalidad funcionan de otra manera, que los Estado-nación se encuentran en crisis. Lo que acabamos de decir, para circunscribirnos a una región continental, puede apreciarse en la crisis política e institucional, además de constitucional, de Bolivia, Perú y Chile. En la historia reciente, en Bolivia el desenlace ha sido el derrocamiento del caudillo y el régimen neopopulista; en Perú, sin desenlace, si no, más bien, en un dilatado proceso de diseminación institucional y de fragmentación de la casta política; en Chile, que se encuentra en una crisis constitucional e institucional, que tiene como substrato una crisis social escondida en las apariencias de la bonanza económica, más estadística que real.

 

Lo que llama la atención en estos desenvolvimientos singulares de la decadencia es el comportamiento anacrónico e ingenuo tanto de los bloques políticos e ideológicos internacionales, así como de los medios de comunicación internacionales. Para hacerlo más fácil y lastimosamente más esquemático podemos decir que se observa que el bloque político e ideológico internacional de “izquierda” interpreta lo que acaece en estos países a partir de los códigos anacrónicos del dualismo perdido de “izquierda” y “derecha”, entonces califica a unos como de “izquierda”, entonces los buenos, en la narrativa tardía de una epopeya desdibujada, y a los otros de “derecha”, los malos, en la misma narrativa. Los medios de comunicación parecen seguir este tenor, sin imaginación ni actualidad, y repiten más o menos lo mismo, solo que tomando posición por los unos o por los otros de manera noticiosa o en los comentarios.

 

No se dan cuenta, para decirlo de alguna manera, que el mundo ha cambiado, que es otro, que no corresponde al romanticismo iluminista del siglo XIX, tampoco al ultimantismo radical del siglo XX. El mundo del siglo XXI parece corresponder al pragmatismo trivial del goce hedonista o morboso, dependiendo, y a la proliferación de la violencia en la vida cotidiana. La política como tal y la ideología como tal, respondiendo a sus funciones conformadas en el pasado, han desaparecido; lo que las ha sustituido es la orgía del goce banal y estridente y la morbosidad de la tortura y la muerte. El dilema de las sociedades y pueblos es sobrevivir o morir, sobrevivir a la amenaza de los dispositivos de terror, que no son con exactitud políticos, ni exactamente ideológicos, sino del desplazamiento de la descarnada violencia, inherentes al núcleo de toda forma de poder. Ocurre como si la cáscara y la pulpa se hayan podrido y quedara solo el núcleo, la semilla de la fruta, que puede ser beneficiosa si se la planta de nuevo, en otras condiciones de posibilidad históricas-políticas-culturales, o si se la uso para la destrucción y la esterilización planetaria.

 

En consecuencia, las sociedades y pueblos se enfrentan a otros desafíos y problemáticas, que no eran del todo visibles o estaban del todo desarrolladas durante el siglo XIX y el siglo XX. En estos siglos no era una evidencia que las formas paralelas del poder, las formas no institucionales, las prácticas paralelas del poder, las relativas al lado oscuro del poder, atravesaran, controlaran, dominaran y subsumieran a las formas institucionales del poder. Para decirlo figurativamente, recurriendo a un tango conocido, si el siglo XX fue cambalache, problemático y febril, el siglo XXI aparece, por lo menos en sus comienzos, como bizarro y pervertido hasta la médula.

 

 

 

 

 

 

 

[1] Ver La máquina del chantaje.

https://movilizaciongeneral.blogspot.com/2017/11/la-maquina-del-chantaje-contextos-del.html.

[2] Ver El chantaje político.

https://movilizaciongeneral.blogspot.com/2019/01/el-chantaje-politico-raul-prada.html.

Raúl Prada Alcoreza

Escritor, artesano de poiesis, crítico y activista ácrata. Entre sus últimos libros de ensayo y análisis crítico se encuentran Anacronismos discursivos y estructuras de poder, Estado policial, El lado oscuro del poder, Devenir fenología y devenir complejidad. Entre sus poemarios – con el seudónimo de Sebastiano Monada - se hallan Alboradas crepusculares, Intuición poética, Eterno nacimiento de la rebelión, Subversión afectiva. Ensayos, análisis críticos y poemarios publicados en Amazon.

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